Estamos en el año de la fe, celebrando el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y también el 20º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Con respecto al Catecismo, dice el Papa Benedicto XVI en Porta fidei que «es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum… el beato Juan Pablo II escribía: “Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial… Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial”»[1]. Y en la presentación oficial del texto, el Papa Magno había dicho que «debe considerarse, sin duda, como uno de los mayores acontecimientos de la historia reciente de la Iglesia»[2].
Me quería detener, en relación a uno de los elementos no negociables de nuestro carisma, en la presencia de Santo Tomás en el Catecismo[3]. De hecho, es el segundo autor más citado, como dice Benedicto XVI: «No sorprende que, después de san Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia católica, se cite a santo Tomás más que a ningún otro, hasta sesenta y una veces»[4]. Y la Suma es la obra más citada de todo el Catecismo, con 48 citas.
De santo Tomás hay que decir, en primer lugar, que es maestro de catecismo, por el fin con que escribió algunas de su obras: «el doctor de la verdad católica debe no solo instruir a los provectos, sino también enseñar a los incipientes»[5], dice declarando la intención por la que escribe la Suma. Y por razones pastorales similares escribe la Contra Gentiles y el Compendio de Teología.
Es además maestro de catecismo por lo que entendía por catecismo, es decir la instrucción sobre las verdades necesarias a la salvación que se deben creer explícitamente en orden al bautismo. El aspecto más importante es la relación entre catecismo y bautismo. Hablando del bautismo de los niños dice santo Tomás:
Así como la santa madre Iglesia concede a los niños que han de ser bautizados “los pies de otros para que vengan y el corazón de otros para que crean”, así les concede también los oídos de otros para que oigan y que por el entendimiento de otros sean instruidos. Luego por la misma razón que han de ser bautizados deben ser catequizados[6].
Y sobre todo es maestro de catecismo porque podemos considerar su predicación sobre el Credo, los Mandamientos, el Padre nuestro, el Ave María y los dos preceptos de la caridad como un verdadero catecismo. Providencialmente, y es muy llamativo, mientras que de los demás sermones de santo Tomás se conservan, el que más, en 4 manuscritos, de estos recién nombrados se conservan cerca de 80 cada uno, y del Credo cerca de 150[7].
Pero lo que es más llamativo aún, es que el Catecismo, basándose en el Catecismo de Trento, que había hecho lo mismo, adopta casi la misma estructura que Santo Tomás dio a este ciclo de sermones. Así lo recordó el Papa Benedicto XVI: «El contenido de la predicación del Doctor Angelicus corresponde casi completamente a la estructura del Catecismo de la Iglesia católica… lo que creemos, es decir, el Símbolo de la fe; lo que oramos, o sea, el Padre Nuestro y el Ave María; lo que vivimos como nos enseña la Revelación bíblica, es decir, la ley del amor de Dios y del prójimo, y los Diez mandamientos, como explicación de este mandamiento del amor»[8].
El Cardenal Piacenza, hablando del Catecismo y la Nueva Evangelización dice que «la misma división en cuatro partes del Catecismo de la Iglesia Católica: la fe profesada, la fe celebrada, la fe vivida y la fe rezada, que se mantiene fiel y propone de nuevo el esquema del Catecismo Romano ad parrocos, elaborado después del Concilio de Trento, contiene, in nuce, lo que se podría definir como las cuatro directrices fundamentales de la nueva evangelización»[9].
A modo de ilustración general, se pueden repasar algunas de las citas de Santo Tomás en las distintas partes del Catecismo. En la primera parte, La profesión de la fe, al hablar de la relación entre razón y fe, Santo Tomás es llamado como autoridad sobre la posibilidad del conocimiento natural de Dios, con las vías (nº 31), también sobre la necesidad de la revelación de verdades naturales (nº 38). Al hablar del contenido y unidad de la Sagrada Escritura, se cita un texto hermosísimo del Comentario a los salmos:
Por el corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo –escribe Santo Tomás– se comprende la sagrada Escritura, la cual hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías[10].
En la exposición del Símbolo de la fe, se lo cita al hablar de la unidad de los atributos divinos en su esencia (nº 271), o del motivo de Dios para crear: Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt (Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas)[11]. Se lo cita también al hablar de los ángeles (nº 350) y hombres (nº 404), del pecado original (nº 412) y el motivo de la Encarnación (nº 460), en los misterios de la vida de Cristo (nº 555.627), y al hablar de la Iglesia (nº 795), el apostolado de los laicos (nº 904) y la comunión de los Santos (nº 947).
En la segunda parte, sobre La celebración del misterio Pascual, se lo cita al hablar de la eficacia ex opere operato de los sacramentos (nº 1128.1130), al hablar de la presencia de Cristo en la Eucaristía (nº 1374.1381), que hace de ella «como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos»[12], también del Orden Sagrado (nº 1545.1548): «Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de Él, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya»[13].
En la tercera parte sobre La vida en Cristo, se lo cita entre muchos otros lugares al hablar de las fuentes de la moralidad (nº 1759), de la diferencia entre pecado venial y mortal (nº 1856), al dar la definición de la ley (nº 1976) y hablar de la ley en general (nº 1951), de la ley natural (nº 1955), la ley antigua (nº 1964) y la ley nueva (nº 1966).
Por último, en la cuarta parte acerca de La oración cristiana, el Catecismo trae esta hermosa cita sobre el Padre Nuestro:
La oración dominical es la más perfecta de las oraciones. […] En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad[14].
Demás está decir que no solo estos textos, materialmente hablando, sino también las tesis filosóficas y teológicas que presuponen, han entrado para siempre y de modo indeleble en el Depositum fidei.
Creo, por todo esto, que puede ser muy oportuno para aprovechar el año de la fe, leer y meditar alguna de las obras catequéticas de Santo Tomás, que se ven reflejadas en la misma estructura del Catecismo universal. Pidamos esta gracia a la Santísima Virgen.
Ave María Purísima
[1] Benedicto XVI, motu proprio Porta fidei (11 octubre 2011), 11; Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992), AAS 86 (1994), 115 y 117.
[2] Juan Pablo II, Presentación oficial del Catecismo de la Iglesia Católica (7 diciembre 1992), 4.
[3] Cf. Raimondo Spiazzi, «Il Catechismo della Chiesa Cattolica e San Tommaso d’Aquino», Doctor Communis maggio-agosto 1994, anno XLVII, n. 2, 107-120.
[4] Benedicto XVI, Audiencia general sobre Santo Tomás de Aquino 1 (2 junio 2010).
[5] S. Th., I, prologus.
[6] S. Th., III, q. 71, a. 1, ad 2. Cf. 4 Sent., d. 6, q. 2, a. 2, qa. 1, cor; Parm., 7/2, 563.
[7] Jean Pierre Torrell, Iniciación a Tomás de Aquino: su persona y su obra, Eunsa, España 2002, 89.
[8] Benedicto XVI, Audiencia general sobre Santo Tomás de Aquino 3 (23 junio 2010).
[9] Card. Mauro Piacenza, Lectio Magistralis «Veinte años después del Catecismo de la Iglesia Católica para la Nueva Evangelización» (19 mayo 2012) http://www.clerus.org/clerus/dati/2012-06/23-13/ALLEANZA_CATTOLICA_ES.html.
[10] Expositio in Psalmos, 21, 11; in Catecismo de la Iglesia Católica, nº 112.
[11] II Sent., proem.; in Catecismo de la Iglesia Católica, nº 293.
[12] S. Th., 3, q. 73, a. 3; in Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1374.
[13] S. Th., 3, q. 22, a. 4; in Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1548.
[14] S. Th., 2-2, q. 83, a. 9; in Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2763.
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