Sacerdote, el hombre del ser, del «es»; P. Carlos Miguel Buela I.V.E.

Fr. Buela ive

El hombre del ser, del «es».

buela verbo encarnado

El sacerdote católico es hombre del ser, del es. Por lo que él es y por lo que él hace.

¿Qué queremos expresar al decir ser? Semánticamente, nos referimos al modo infinitivo del verbo ser, que expresa una acción en abstracto (no indica número, persona ni tiempo en que se realiza). La palabra ser, en cuanto sustantivo, es la cualidad esencial o permanente, y en cuanto atributo es igual al existir. La palabra «es» indica que pertenece a la esencia o sustancia del sujeto lo que significa el atributo.

A su vez, el modo indicativo expresa la acción de modo real, la efectividad de la acción; es algo cierto, positivo, presente –ahora–, significa lo que está sucediendo ahora, es el nexo entre dos extremos, y, también, expresa la conexión ya hecha.

Gnoseológicamente, el ser (o esse) se refiere al juicio verdadero, y se identifica, intencionalmente, con el ser (o esse) de la realidad; de manera que debe haber una adecuación entre el ser lógico y el ser óntico o metafísico. El sacerdote, en cuanto maestro, debe ser el hombre de lo uno y de lo otro, ya que es maestro en tanto que es discípulo de Aquél que se presentó como la Verdad.[1] Es predicador de la Palabra de Dios: por tanto, debe hacerse palabra, ya que «todo hombre que anuncia al Verbo, es voz del Verbo».[2] Somos «voceros de su voz, gritos del Verbo».

En este sentido, y ya que Él se presentó como la Vida,[3] somos los novios del ser, nos amadrinamos con el ser, nos desposamos, indisolublemente, con él. La primera y fontal desviación de la «cultura de la muerte» es trabajar por la nadificación del ser y, con ello, por la inversión de los trascendentales del ser. Las actuales tendencias antinatalistas, contraceptivas, abortistas, drogadependientes, eutanásicas, de manipulación genética indebida, pansexualistas, de no respeto de la persona humana, de flagrante injusticia social, de no ayuda a los pobres… no son otra cosa que peregrinaciones a la nada. Son consecuencias del nihilismo.

Además, por seguir a Quien es el Camino,[4] el sacerdote debe indicar a los hombres cuál es el mismo, sin errores, sin temores, sin desganos. Debemos ser los pastores que dan la vida por las ovejas (Jn 10,11).

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El sacerdote, de manera especial, se desposa con el ser en la Eucaristía, porque dice: «es» y transubstancia el pan y el vino: …es mi cuerpo… es el cáliz de mi sangre… Por ello, como nadie, se emparenta tanto «con el efecto más formal, más común, más íntimo y más propio de Dios», que es el Esse,[5] el ser, a pesar de que el sacerdote ministerial es un instrumento deficiente, que está a distancia infinita de la Causa principal.

La plenitud de realidad que tiene el verbo ser en la consagración, en su tercera persona del singular «es», tiene tal fuerza que excluye toda falsa interpretación que pretende ver –en el– tan sólo el valor de significación, como lo hacen en este tiempo los Testigos de Jehová, falsificando la Biblia.

Vale la pena recordar aquí cómo Juan de Maldonado refutaba, en su tiempo, a luteranos, calvinistas, zwinglianos y otros: para probarlo [que «es» tiene el sentido de «significa»], «traen con exagerada diligencia numerosos textos de la Escritura: La piedra era Cristo (1Cor 14,4), El cordero es la Pascua (Ex 12,27) y otros infinitos, que nos echan en cara a cada paso. Todo este tejido de ejemplos voy a desgarrarlo yo con una sola palabra: Niego que el verbo sustantivo, ni en latín, ni en griego, ni en castellano, ni en hebreo, ni en ninguna lengua de las que conozco, en ninguna clase de escrituras, sagradas o profanas, tenga la acepción de significar, ni siquiera en estos mismos escritores herejes, y que es un ignorante el que tal diga.

En todas las frases figuradas que nos proponen los herejes y en otras infinitas que se podrían inventar, la figura retórica se encuentra no en el verbo ser, sino en el atributo o en el predicado. Cuando digo «El cordero es la Pascua», la figura está en la palabra Pascua, que se toma no por el tránsito o paso del Señor, sino por el cordero con que se conmemoraba. Y cuando señalo la estatua de Hércules y digo: «Este es Hércules», hay figura, pero no en el verbo ser, sino en la palabra Hércules, que significa –por su naturaleza– al Hércules vivo y verdadero y aquí se aplica a su estatua. La partícula «es» siempre significa la sustancia, o como dijo el filósofo sutil [Aristóteles], «la unión de los extremos»; y los que le cargan con otras figuras y significaciones merecerían volver a los azotes de la escuela de gramática, donde todos los chicuelos saben que entre las infinitas clases de figuras retóricas de palabra o de frase no se encontró jamás ninguna en el verbo sustantivo, sino en el sujeto, o en el predicado, o en el verbo adjetivo; v. g.: ríen los campos, saltan los collados, etc».[6] Y ese «es» particular, en la Misa, es palabra eficaz de Cristo y acción del Espíritu Santo, ya que el sacerdote ministerial obra in persona Christi y epicléticamente. Por olvidarse de esto, señalaba el Cardenal San Roberto Bellarmino, entre los protestantes, 213 interpretaciones distintas y contrarias acerca de las palabras de la consagración: «Esto es mi cuerpo».[7]

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Por ser el hombre del «ser», el sacerdote no debe ser hombre:

       – del «sería»;

       – del «tal vez»;

       – del «a lo mejor»;

       – de lo «más o menos»;

       – de la duda sistemática;

       – de la sospecha sin fundamento;

       – del nominalismo.

Esta cualidad particular que caracteriza al verdadero sacerdote, en especial simbiosis con el ser, lo impele a muchas cosas:

– a ser hombre de frontera, o sea, a no apoltronarse por miedo a los límites, reales o ficticios, que pretenden acortar su acción sacerdotal, sea en la pastoral de la inteligencia o de la cultura, sea en cualquiera de los otros aspectos multiformes de la pastoral;

– a ser pioneer (pionero), es decir, con la decidida disposición de estar abierto a toda la realidad, tanto natural cuanto sobrenatural, dispuesto a dar los primeros pasos por Cristo, tanto en lo misionero como en lo doctrinal, como lo fueron, por ejemplo, León XIII, San Pío X, Juan Pablo II… Quien se ha desposado con el ser no tiene miedo de encontrar la verdad en cualquier parte en que se halle y respeta, escrupulosamente, la más mínima partecita de ella, porque es una «semilla del Verbo»;

– a ser hombre del «Amén», es decir, de lo cierto, de lo verdadero, de lo seguro, de lo que implica firmeza, solidez, seguridad. Es mostrar conformidad con alegría;[8] es aceptar una misión;[9] es asumir la responsabilidad de un juramento;[10] es renovar solemnemente la Alianza;[11] es comprometerse totalmente con Dios, confiando en su Palabra, en su poder y en su misericordia. Jesucristo es el Amén de Dios[12] y por Él decimos Amén para gloria de Dios (2Cor 1,20);

– a ser hombre de la zarza ardiente donde dijo Dios: Yo soy el que soy… Yahvéh… (Ex 3,14). Donde se manifestó como «Ipsum Esse Subsistens».[13] El sacerdote, por ser de la metafísica del Sinaí, tiene en su corazón un fuego que no se apaga, porque es capaz de percibir –con renovado estupor– el esplendor del ser y la novedad inextinguible de la gracia;

– por tanto, a ser hombre de la trascendencia, no confinado en el más acá del principio de inmanencia, sino conociendo mejor el más acá, por saber llegar también al más allá de los limitados horizontes de este mundo. Es un hombre vacunado contra la concreción de la inmanencia, que aparece como la hidra de mil cabezas de las modernas filosofías del «fieri» o del fenómeno, que no llegan a captar el ser;

– a ser hombre que sabe hacer fiesta, porque conoce su sentido más profundo, que brota de conocer la bondad del ser de sí mismo y de las cosas creadas, y por tanto, de la bondad del Creador de las mismas, a Quien rinde culto. Y rendir culto al Ser Supremo es la raíz de la fiesta;[14]

– a ser un apokalepta, que, por dejarse apacentar por el ser y por saber apacentarlo, es capaz de revelarlo, con entusiasmo e incansablemente, a los demás;

– a ser baquiano, es decir, experto y práctico para conducirse a sí mismo y conducir a los demás por los caminos de la sabiduría;

– a ser chasqui, correo entre Dios y los hombres, mensajero del Evangelio de la paz, portador de buenas noticias, capaces de hacer solidarios a los hombres.

Todo esto hace que un sacerdote verdadero, a pesar de sus miserias humanas, vibre y sea capaz de hacer vibrar, experimente y haga experimentar el asombro del misterio, ame y enseñe a amar hasta el éxtasis. Por eso suelen decir, que si volviesen a nacer volverían a ser sacerdotes.

El sacerdote por ser hombre del ser, es hombre que trabaja por la verdad, por la bondad y por la belleza y es enemigo de la nada, del error y la mentira, del mal y la fealdad, en todas sus formas; y contra estas inversiones del ser, lucha a brazo partido.

Encomendémonos a María, quien llevó en su seno durante nueve meses a Aquel que es… Yahveh.[15]

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[1] cfr. Jn 14,6.

[2]  San Agustín, Sermón 288,4: «Omnis homo annuntiator Verbi, vox Verbi est».

[3] cfr. Jn 14,6.

[4] cfr. Jn 14,6.

[5] Santo Tomás de Aquino, STh, I,4,1,ad3.

[6] Comentarios a San Mateo (Madrid 1950) 928.

[7] De Euch. I,8; cit. L. Castellani, Cristo, ¿Vuelve o no vuelve? (Buenos Aires 1976) 111.

[8] cfr. 1Re 1,36.

[9] cfr. Jr 11,5.

[10] cfr. Nm 5,22.

[11] cfr. Dt 27,15.

[12] cfr. 2Cor 1,19ss.

[13] cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I,3,4;  I,13,11.

[14] cfr. J. Pieper, Hacia una teoría de la fiesta; cfr. H. Padrón, «Fiesta y culto en el pensamiento de Josef Pieper», Gladius, Abril 1997, n. 38.

[15] cfr. Ex 3,14.

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