Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (II); Mons. Miguel A. Barriola

Santo-Tomás-de-Aquino

Santo Tomás de Aquino

Saberes y sabores: Santo Tomás de Aquino (II)

Miguel Antonio Barriola

IV –Impulso contemplativo de la genuina teología

El teólogo no puede descansar, complaciéndose en el entrelazado sutil o la pulida perfección de las fórmulas, de los ‘enuntiabilia’ (= las exposiciones doctrinales de la fe), que tienen una pura función instrumental, sino que ha de aspirar a la ‘res’, que es la que suscita y finalmente resuelve dichas expresiones, según la clara afirmación: “actus autem credentis non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem; non enim formamus enuntiabilia nisi ut per ea de rebus congnitionem habeamus, sicut in scientia, ita in fide[1] (= Pues el acto del creyente no se finaliza en el enunciado sino en la cosa; porque no formamos enunciados sino para que, por medio de ellos, tengamos conocimiento de las cosas, como en la ciencia, también así en la fe). O sea: así como nuestro conocimiento en las áreas accesibles a la inteligencia no son acabados, si no los acompaña la tendencia a entrar en contacto con los objetos conocidos, por medio de la voluntad y el amor, de modo análogo, no podría el creyente quedarse con la impecable formulación de los misterios (Trinidad, redención, Eucaristía, etc.) si todo su ser no aspirara a empaparse de ellos, vivirlos, hacer un acuerdo de toda su existencia con los mismos.

Y tal impulso se lo verifica sobre todo ‘in fide’, que es expectativa de la visión, donde habremos superado el ‘modo enunciable’, siendo sustituido por el modo de la simple inteligencia, según I Jn 3,2, que cita Tomás: “Cuando aparezca, seremos semejantes a Él y lo veremos como Él es”.

En el Super Boetium De Trinitate (2, 1, 7 m), va a escribir: “El fin de la fe es, para nosotros, que lleguemos a comprender lo que creemos”, y ya en el Comentario a las Sentencias hablaba de la “percepción de la verdad divina que tiende a la misma”[2].

Y de hecho, como en una confidencia, Tomás nos revela que él ha elegido como profesión absoluta de su vida, sin dispersiones y ocupaciones marginales, la de dedicarse al “oficio del sabio”, de modo que – dice sobre él mismo, tomando en préstamo las palabras de San Hilario–: “Que hable toda mi palabra y mi sentido”[3].

Y lo subraya bellamente, acudiendo al Sal 73,28: “Dado que la perfección del hombre consiste en la unión con Dios, es preciso que se sirva de todos sus recursos que hay en él para intentar acercarse tanto cuanto es posible a las cosas de Dios, para aplicar su inteligencia a la contemplación y su razón a la profundización de las verdades divinas, según lo que dice el Salmo: ‘Mi bien consiste en estar cercano a Dios’. Es la razón por la cual Aristóteles en el X de la Ética, excluye la postura de algunos, que afirmaban que el hombre no debe entrometerse en las cosas divinas, sino sólo en las humanas, diciendo: ‘El hombre debe elevarse, todo lo que pueda, a las cosas inmortales y divinas’”[4].

Y podemos agregar lo que declara en la Summa Theologiae: “Cuando la voluntad está bien dispuesta en relación a la fe, ama la verdad creída, vuelve a ella sin pausa en pensamiento y abraza todas las razones que pueda encontrar a su favor”[5].

De esta dedicación provienen: la participación en la verdadera felicidad: el acercamiento del hombre a la semejanza con Dios y por lo mismo, la institución de la amistad con Dios: la teología nos vuelve amigos de Dios; el teólogo, por lo tanto, es un particular amigo de Dios, o, con las mismas palabras del Angélico: “El amor a la sabiduría es el medio principal que une a Dios con la amistad”[6].

De ahí que quien enfrente la teología sólo como exámenes a rendir o puras exigencias para el oficio, está a leguas de distancia de lo que ha de ser en realidad, según lo percibe Tomás en el libro de la Sabiduría: “La familiaridad con la sabiduría no es motivo de amargura ni la convivencia con ella genera aburrimiento; al contrario, infunde júbilo y alegría”[7]. Por consiguiente el teólogo no es para Tomás, ni fastidiado, ni deprimido, ni hastiado, sino un hombre lleno de alegría. Se podría agregar, de pasada, que dos signos inequívocos de que una teología está equivocada son la fealdad y el tedio.

Se comprende así, sin malentendidos, el significado de la afirmación de Tomás sobre la “sacra doctrina”, que es “más especulativa que práctica”. Lo cual no quiere decir en modo alguno que es prevalentemente intelectiva más que activa o experimental, sino que su interés primario y prevalente no es el hombre, sino Dios: “Se ocupa más principalmente de las cosas divinas que de los actos humanos”[8].

Por otra parte, si hacer teología significa “decir a Dios”, Tomás está muy persuadido de que Dios sigue siendo absolutamente trascendente e íntimamente inexpresable, que nada sería más contrario a la profesión teológica que la “presunción”, que siempre, por lo demás, es generadora de error[9]. Se complace en citar un estupendo texto de San Hilario: “En tu fe, comienza, progresa, insiste; por más que yo sepa que nunca llegarás al fin, me alegraré con tu progreso. De hecho quien se mueve con fervor hacia el infinito, por más que jamás llegue, con todo va siempre adelante. Pero no presumas que penetrarás el misterio”[10].

Se pregunta, entonces, en varias ocasiones, si no sería mejor guardar un respetuoso silencio, aclarando, con todo: “A Dios se lo honra con el silencio, no porque no se diga o se conozca nada de Él, sino porque cualquier cosa que aprendemos o conocemos de Él nos damos cuenta que nuestra intelección ha fallado. Por eso se dice en el Eclesiástico 43,32: ‘Glorificad al Señor todo lo que podáis, Él supera toda alabanza’”[11].

De lo que llevamos viendo, aparece claramente insinuado el objetivo estatuto de deseo, connatural a la teología: la visión de Dios cumplimiento de los anhelos, que explica la misma experiencia mística de Tomás, que siente al fin, que el tiempo de escribir ha llegado a su ocaso y que, en parangón con la “res”, experimentada en algún modo, toda la teología “por medio del estudio” le deja la impresión de ser “paja”[12].

Pero, a esta altura, podría volver a levantar cabeza la falsa y superficial impresión, con que comenzamos esta exposición: sostener que la teología de Tomás es una concatenación intelectualística de palabras y conceptos, sin alma y fervor. Sin embargo, recordemos lo que veía Tomás citando a San Hilario: “ir piadosamente en pos de lo infinito”. Además la primacía de la inteligencia, es sin duda un reclamo urgente en un tiempo en que se la desprecia, con la consecuencia de todo tipo de confusión y arbitrariedad. Pero la estima del intelecto no es el rechazo, la alternativa o la separación respecto al amor, sino la verdad luminosa del amor en el que prorrumpe el conocimiento, como lo dice el mismo Angélico: “proruptio intellectus in affectum[13] .

Por ello, después de haber planteado primeramente, si la teología podía ser considerada como “ciencia” (tal como ya vimos), se preguntará si es también “sapientia” (‘saberes y sabores’).

Responde en la línea de San Agustín: la teología es sapiencia en el nivel más eminente. Es, en efecto “el conocimiento de las cosas divinas” y no sólo en el ámbito cognoscible mediante las creaturas (como pasa en filosofía), sino en cuanto a lo que es conocido sólo por Él mismo y es comunicado a los otros a través de la revelación[14]. La teología es sapiencia porque es conocimiento de Dios, fundado únicamente sobre su Palabra: es constituida por revelación y no por la razón natural[15].

Entonces, la característica de la sapiencialidad es intrínseca a la ciencia de la fe. Pero a esta altura interviene una fundamental distinción:

  • Existe una sabiduría teológica “per modum cognitionis” y se adquiere justamente por medio del estudio, por más que sus principios se tengan por revelación.
  • Y existe una sabiduría teológica “per modum inclinationis” (por propensión, sintonía del sujeto con el objeto, ya en cierto modo poseído).

 Santo Tomás de Aquino

V –El conocimiento teológico “per connaturalitatem

La teología-sapiencia, o sea el juicio “sobre las cosas divinas”, es un don del Espíritu Santo y es propia, según la doctrina de Pablo, del “hombre espiritual”, es decir, se trata de la teología que (y aquí se cita expresamente al Pseudo Dionisio) proviene no de un simple “aprender”, sino de un “experimentar”, no de un puro “discere”, sino de un “pati divina” (= padecer las cosas divinas)[16]. Recordemos un texto del Comentario a las Sentencias: la capacidad del juicio teológico sapiencial “está en algunos con el estudio y la enseñanza, unido a la agudeza de la inteligencia” y, en tal caso, se trata de una virtud intelectual. Pero en otros tal capacidad se verifica gracias a una cierta afinidad con las realidades divinas (“affinitas ad divina”), como dice Dionisio de Ieroteo[17], que aprende las realidades divinas padeciéndolas, siendo tocado por ellas; y de éstos el Apóstol dice: ‘El hombre espiritual lo juzga todo’ (I Cor 2,15), mientras en I Jn 2,27 está escrito: ‘La unción os lo enseñará todo’[18]. Se trata (precisa ulteriormente Santo Tomás) de un conocimiento que deriva del amor: se verifica cuando uno “no sólo recibe la ciencia de las cosas divinas con la inteligencia, sino que también amando está unido a ellas por el afecto”. Explica: la unión por puro conocimiento intelectual es más extrínseca y conoce la reducción y el límite o la medida determinada por el sujeto que conoce; en el conocimiento afectivo, en cambio, la relación con el objeto es más inmediata: es el objeto el que determina la medida, al imprimirse en el sujeto y tocarlo: “el apetito mueve hacia las cosas según el modo en que existen en sí mismas, y así de alguna manera se aficiona a las cosas”[19]. El conocimiento perfecto se da por la “pasión conjunta hacia las cosas divinas”, o sea, “por el hecho de que, amando las cosas divinas, está en conjunción con ellas”. Es cuando la fe llega a ser unitiva con la caridad.

Se puede recordar que el conocimiento intelectual insiste en el “modus cognoscentis” (quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur), en cambio la tendencia afectiva busca la unión con el objeto amado, en el caso: Dios mismo. Como lo había afirmado en la Summa Theologiae: “El conocimiento se lleva a cabo por el hecho de que lo conocido se une al que conoce”[20].

El mismo tema se encuentra en la doctrina de Santo Tomás sobre el “instinctus” y los dones del Espíritu Santo, especialmente sobre los de inteligencia y sabiduría, así como acerca de la virtud teologal de la caridad, en virtud de la cual se reciben los dones del Espíritu Santo, por lo cual se puede establecer la relación: caridad-dones del Espíritu Santo-teología como “normal” sapiencia por connaturalidad.

Repasemos algunos importantes textos al respecto: “El amor de Dios es preferible al conocimiento”[21]. “La sapiencia de la que hablamos presupone la caridad”[22].

En cuanto a los dones del Espíritu Santo: disponen a la secuencia del instinto del Espíritu Santo.

1 – En referencia al don de la inteligencia[23], “hace que la inteligencia humana se deje mover bien por el Espíritu Santo”[24]; infunde en el hombre una luz sobrenatural de la gracia[25], para que penetre más adelante para conocer ciertas cosas que la luz natural es incapaz de conocer, o sea, una percepción, que perfecciona la luz de la naturaleza en lo que toca a las realidades divinas[26]; precisamente “aquellas cosas que se nos presentan de modo sobrenatural, así como la luz natural se comporta en relación a lo que conocemos primordialmente[27]. O, todavía, una luz sobrenatural que produce una limpieza de corazón[28], por la cual se llega a ser capaces de captar los primeros principios de la revelación[29]; y es dado a todos los que se encuentran en gracia, al menos “respecto a lo que es necesario para la salvación”[30]. Por cierto que se trata de un “don de inteligencia inicial”, en espera de ser “consumado… en la patria”[31].

2 – En lo tocante al don de la sapiencia, es un conocimiento infuso de los misterios[32]. Actúa más allá de la “inquisitio” (= indagación) sobre las realidades divinas; infunde la connaturalidad o “compassio” (= sentir en comunión) con las mismas y por lo mismo produce un justo juicio respecto de las mismas, realizándose esto gracias a la caridad, que nos une a Dios, como se dice en la I Cor (6,17): “Quien se adhiere a Dios forma un solo espíritu con Él”[33].

Continúa Tomás insistiendo en el “cierto sabor” que comporta esta sapiencia. El conocimiento teológico, como don del Espíritu Santo, es un conocimiento sabroso, más todavía: “la amargura, por medio de la sapiencia se convierte en dulzura y el trabajo en descanso”[34]. Tal sabiduría presupone la caridad y no puede coexistir con el pecado mortal[35]. Alguien podría enseñar teología, por más que no estuviera en estado de gracia, pero sin verse empapado enteramente del sabor, que dan sólo la caridad y el don de Sapiencia.

  [Tomado de Fe y razón]


[1] Summa Theologiae, II-II, q. 1, a. 2 ad 2m.

[2] In Sententias, 25, 1, 1, ob. 4.

[3] Summa contra Gentiles, 1, 2.

[4] Super Boetium, 2, 1, c.

[5] II-II, q. 2, a. 10, c. Ver también: Summa contra Gentiles, 1, 2 y 8.

[6] Ibid.

[7] Sab. 8,10, citada en ibid.

[8] Summa Theologiae, I, q. 1, a. 4, c.

[9] Summa contra Gentiles, 1, 5.

[10] De Trinitate, I, 2, c. 10, 11 en: Summa contra Gentiles, I, 8.

[11] Super Boetium De Trinitate, 2, 1, ob. 6.

[12] Después de una vivencia sobrenatural, que le descorrió algo los velos de la fe, en una extraordinaria aproximación a la “visión”, dejó de escribir Santo Tomás las quaestiones que todavía faltaban en la Summa Theologiae. “Aquel gran teólogo sin duda vivió momentos intensos, en su experiencia mística, cuando el 5 de diciembre de 1273, se negó a seguir escribiendo” (J. Espeja Pardo en: Santo Tomás de Aquino –Suma de Teología –V: Parte III e índices, Madrid, 1994, 8). Insistiéndole su amanuense, Reginaldo de Piperno, a continuar, Tomás respondió: “Raynalde, non possum quia omnia quae scripsi videntur mihi paleae” (= Reginaldo, no puedo, porque todo lo que escribí me parece paja). Ver: “Processus canonizationis sancti Thomae Aquinatis, Neapoli” en: Tomae Aquinatis vitae fontes praecipuae, Alba, 1968, 319). De lo cual no se puede inferir que hay que dejar de lado los profundísimos escritos del Aquinate, sino que, siendo tan sublimes, así y todo no se pueden comparar, con el acabado objetivo al cual tienden.

Fallecería el Santo Doctor tres meses después de este episodio: 7 de marzo de 1274. Quedó su obra en la Parte III, Cuestión 90, a. 4.

[13] Summa Theologiae, I, q. 16, a. 4, ad Im.

¡Qué diferente de la “Habanera”, cantada por la voluble “Carmen” (P. Merimée-G. Bizet), la gitana, que con “su amor”, expresaba: “L’amour est enfant de Bohème, qui n’a jamais connu de lois” (=el amor es hijo de gitanos, que nunca ha conocido leyes)! Amor sin previa inteligencia es el angelote “Eros” o “Cupido”, que lanza sus flechas sin ton ni son. Buen correctivo ofrece el lúcido proverbio alemán: “Creo en el amor a primera vista, pero tengo por aconsejable dar un segundo vistazo”.

[14] Summa Theologiae, I, q. 1, a. 6, c.

[15] Ibid., ad 2um.

[16] Muchas veces recurre Tomás a la expresión “pati divina”: en el Comentario a las Sentencias, en la Suma Teológica, en el De Veritate y en comentario al mismo Pseudo-Dionisio, para insistir en este aspecto fundamental de toda teología.

[17] De divinis nominibus, 2.

[18] In 3 Sententiarum, 35m 2, 1, 1, sol. 1.

[19] De divinis nominibus, c. II, I, 4.

[20] Summa Theologiae, I-II, q. 28, a. 1, ad 3um.

[21] Summa Theologiae, II-II, q. 23, a. 6, ad 1um.

[22] Ibid., q. 45, a. 4, c.

[23] Ibid., q. 8.

[24] Ibid., a. 5, c.

[25] Ibid.

[26] Ibid., a. 1, c.

[27] Ibid., ad 2um.

[28] Ibid., a. 7, c.

[29] Ibid., a. 3, c.

[30] Ibid., a. 4, ad 1um.

[31] Ibid., a. 7, c.

[32] Summa Theologiae, II-II, q. 45, a. 6, ad 2um.

[33] Ibid., a. 2., c.

[34] Ibid., a. 3, ad 3um.

[35] Ibid., a. 4, c.

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