Neoescolásticos I. Neoescolástica y Neotomismo.
- Significado general.
- Orígenes de la Neoescolástica tomista.
- Características generales de la Neoescolástica decimonónica.
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Se suele dar el nombre de Neoescolástica o Neotomismo al movimiento de renovación de la Filosofía y Teología en los siglos XIX y XX, que continúa y pone al día la tarea realizada por los mejores filósofos y teólogos del Medievo, especialmente S. Tomás de Aquino, y sus continuadores renacentistas y barrocos, especialmente la escuela de Salamanca. Es preferido por muchos el nombre de Neotomismo, puesto que esa restauración e impulso de la profundidad y actualización de los estudios filosóficos y teológicos se hace en más continuidad con la labor de S. Tomás que con la Escolástica en general.
La voz Escolástica es en efecto ambigua; con ella se significan diversas cosas:
1) La mayoría usa el término Escolástica para referirse a la filosofía y teología medievales; lo cual no es del todo exacto.
2) Otras veces se usa para designar la llamada “filosofía cristiana”; pero aunque la mayor parte de la Escolástica y de la filosofía y teología medievales fuesen cristianas, se puede hablar también de una escolástica árabe y judía, de una escolástica protestante, de una escolástica kantiana, marxista, etc.; aparte de qué lo que se podría llamar “filosofía cristiana” no es necesario identificarlo con toda la Escolástica medieval.
3) Se deduce de lo que se acaba de decir otro uso de la palabra Escolástica: el que hace referencia al cultivo de un sistema de pensamiento dentro de las directrices de una Escuela en la que se reconoce autoridad y valor más o menos definitivo a unos maestros originadores de la misma; este uso del término escolástica connota un cierto matiz peyorativo, indicando una forma de pensar más bien cerrada, más preocupada de mantener y conservar la autoridad y doctrina de un maestro que de investigar abiertamente la verdad; en este sentido S. Tomás, p. ej., no es un escolástico, como tampoco lo son muchos de los llamados escolásticos o neoescolásticos.
4) Originariamente la voz Escolástica proviene de Escuela, de las Escuelas o centros de enseñanza de la primera Edad Media, en seguida llamadas Universidades o trasformadas en ellas; así Escolástica era lo que se hacía en las escuelas o universidades: las enseñanzas e investigaciones referentes a las Artes del Trivium (Gramática, Dialéctica, Retórica) y Quadrivium (Aritmética, Geometría, Astronomía y Música), a la Filosofía y a la Teología. Como estas dos últimas eran las más importantes, con el tiempo Escolástica pasó a designar sobre todo a ellas; y de ahí se fue derivando a los diversos usos del término que se acaban de apuntar.
Así se explica que modernamente el término Escolástica, y con él también el de Neoescolástica, se use por unos para referirse a lo mejor de la Filosofía y Teología, y por otros, al contrario, para indicar el sentido más bien peyorativo apuntado. Aunque algunos de los llamados neoescolásticos sean efectivamente “escolásticos”, en el sentido de defensores y mantenedores de una escuela, en su mayoría no son neoescolásticos en general, sino tomistas. En la Escolástica medieval hay diversidad de escuelas de distinto valor filosófico y teológico. En S. Tomás hay un cultivo de la Filosofía y Teología con vigor y armonía, con el afán de verdad y eficacia práctica que es actitud fundamental para la investigación y progreso, y que mueve también a estos autores de los s. XIX y XX. Por eso, para la mayoría de los autores que se van a mencionar (v. II), sería más propia la denominación de neotomistas: porque no son neoescolásticos, ni tampoco simplemente tomistas, en el sentido de que se limiten a ser meros repetidores de S. Tomás.
Ambas denominaciones, Neoescolástica o Neotomismo, son, pues, muy relativas, y más todavía desde mediados del S. XX. Modernamente resulta ya más difícil, en muchas ocasiones, encuadrar a los pensadores y filósofos en escuelas o corrientes; en general hoy día éstas son más abiertas de lo que fueron en la antigüedad, debido, entre otras cosas, a la mayor facilidad material y rapidez para las comunicaciones e intercambios (viajes, publicaciones, congresos, etc.). Además, especialmente si se habla de auténticos filósofos, es decir, de quienes cultivan la Filosofía en cuanto ciencia, su actitud es más bien investigadora, de búsqueda de verdades en cuanto tales, o de nuevos aspectos de las mismas, con poca preocupación de pertenecer o seguir a una escuela u otra. Y esto puede decirse especialmente de los pensadores y filósofos cristianos y católicos en general, a muchos de los cuales se les suele encuadrar, a veces con demasiada superficialidad, como neoescolásticos o neotomistas. Muchos de los autores que suelen clasificarse así son en realidad difíciles de clasificar; son más independientes y originales de lo que pudiera parecer al mencionarlos dentro de un artículo de conjunto sobre la Neoescolástica o el Neotomismo; ya que no se mueven tanto por preocupaciones de escuela, y en sus hipótesis y conclusiones están lejos de la cerrazón que se observa a veces en diversas corrientes antiguas o modernas. Aunque guarden relación o conozcan profundamente el pensamiento escolástico y el tomista en particular, su investigación sigue con frecuencia rumbos personales, o necesidades de la época, con amplio conocimiento de las ciencias modernas y de todas las corrientes filosóficas.
El neotomismo, como se dirá en seguida, inicialmente es una reacción ante el temor de un deslizamiento hacia el panteísmo, ante teorías dudosas sobre las relaciones entre la fe y la ciencia, y ante el subjetivismo, en que estaban incurriendo filósofos y teólogos. El peligro de panteísmo estaba en “el ontologismo, tal como lo representaron en Italia V. Gioberti (m. 1852; v.) y A. Rosmini (m. 1855; v.), y en Francia A. Gratry (m. 1872; v.); las dudosas explicaciones de la relación entre fe y razón en el tradicionalismo y fideísmo de los Bonald, Lamennais y otros en Francia, y de los Baader y Deutinger en Alemania. Ambos peligros venían a reunirse en el idealismo alemán de Hegel y Schelling, donde el absoluto se trasfunde en lo temporal e, inversamente, el saber filosófico se adueña de lo sobrenatural y de los misterios hasta diluirse éstos en una racionalidad humana. Influido por ello, A. Günther (m. 1863) trató la doctrina de la Trinidad según métodos hegelianos. Encontró la tríada hegeliana en toda criatura y concibió la Trinidad en el sentido del ritmo triádico, a saber, como sujeto, objeto y unidad de ambos. Ya antes G. Hermes (m. 1831), inspirándose en Descartes, Kant, Fichte y Fries, había desarrollado un concepto subjetivista de la verdad, que puso como fundamento a su teología. También a Johann Kuhn (m. 1876), uno de los hombres más destacados de la escuela de Tubinga, se le acusó de subjetivismo por su teoría del conocimiento inmediato de Dios”. (J. Hirschberger, o. c. en bibl., 368-369). Pero la reacción se convirtió en seguida en un interés renovado por la Metafísica, muy abandonada y malparada en el s. XVIII, y con ella por la Teología decididamente sobrenatural y relacionada con aquélla. El movimiento neoescolástico producirá una gran floración filosófico-teológica, especialmente ya en el S. XX.
La decadencia de los estudios filosóficos y teológicos es un hecho general en el s. XVIII. Agotada la problemática creadora del Renacimiento, que hizo surgir nombres como Cayetano, Cano, Vitoria, Báñez, Juan de Santo Tomás, y que generalmente dirigió los estudios filosófico-teológicos hacia los terrenos de la Moral y el Derecho, divididas las escuelas por ‘luchas a veces estériles (p. ej., el caso del molinismo), situados los pensadores eclesiásticos más a la defensiva, como consecuencia de los acontecimientos originados por la rebelión luterana, desatendido el indispensable contacto de la investigación filosófico-teológica con el desarrollo de las ciencias naturales, la Filosofía y Teología, antes las ciencias más brillantes y avanzadas, entran en una fase de descrédito. A lo largo del s. XVIII y cada vez más, lo mejor de la Escolástica medieval, Metafísica y Teológica, llega a ser considerado como “medieval” -o/y “medievalizante”-, con ese cierto tono despectivo propio del movimiento ilustrado del s. XVIII.
Durante el s. XVIII, más que la Teología especulativa y la Metafísica, se cultiva la Teología moral y la Teología histórica; nombres destacables son Ch. R. Billuart (m. 1757) y S. Alfonso María de Ligorio (m. 1787). Pero a veces, la Moral se separa excesivamente de la Dogmática, perdiendo vigor teológico, y dedicándose más a la casuística. Sin embargo, se reedita varias veces la obra de Antoine Goudin O. P. (1639-95) Philosophia iuxta incocussam tutissimanque D. Thomae dogmata. También tienen ediciones Juan de Santo Tomás, el curso filosófico de los complutenses y los cursos teológicos de los salmanticenses. A ello se unen algunas obras publicadas en la Univ. benedictina de Salzburgo, y la Theologia Wiceburgensis de los jesuitas de Wüzburgo.
Aunque “hay que situar el comienzo oficial de la Neoescolástica en la enc. Aeterni Patris de León XIII, que abrió una nueva época en la vida de la Iglesia…, dicho documento no es sino la culminación de múltiples y arduos esfuerzos” (C. Fabro, o. c. en bibl., 670). Entre ellos la Congregación de los Padres de la Misión (Paúles) desarrolló “desde 1736 hasta 1879 un asiduo trabajo científico -si bien con alternativas-, que en Roma partió de la decisión de enseñar filosofía y teología secundum doctrinam Sti. Thomae y que en Piacenza llegó a la audacia de fundar la revista “Divus Thomas” aun antes de que León XIII lanzase la llamada de la Aeterni Patris” (ib.). En el prestigioso Colegio Alberoni, dirigido por los Paúles, se estudiaba la doctrina tomista, aunque también se habían introducido antes de mediar el s. XIX las controversias sobre Gioberti y Rosmini; en él se formó Buzzetti, del que se hablará en seguida.
El dominico Salvatore María Roselli (m. 1784) escribe y publica en 6 vol. una Summa philosophiae (Roma 177783), de la que llegaría a salir también un Compendium en 3 vol. (Roma 1837). La Summa de Roselli era fruto de una actitud reactiva contra el racionalismo moderno, y encontró cierta aceptación en medios italianos y españoles. Roselli había sido encargado de tal tarea por el maestro general de la Orden, el barcelonés Juan Tomás Boxadors (1703-80), futuro cardenal, que había hecho pública en 1757 la carta De renovanda et de/endenda doctrina Sancti Thomae. El fuego no estaba apagado, aunque quedaban pocos rescoldos; volvería a adquirir vigor a partir de la decisión de Boxadors, de las enseñanzas del Colegio Alberoni y de la actividad docente del jesuita Baltasar Masdeu.
Baltasar Masdeu, S. J., n. en Palermo (Sicilia) el 7 mayo 1741, de familia española. Enseñaba retórica y poética en el Seminario de Nobles de Barcelona cuando llegó en 1767 la orden de expulsión de España de los jesuitas. Hizo su profesión solemne en Ferrara en 1773, la víspera del día en que se comunicó al prepósito general el breve pontificio Dominus ac Redemptor, que disolvía la Compañía de Jesús. Enseñó filosofía en Plasencia, Cremona y Bolonia. Restaurada la Compañía, vuelve a España en 1815, y desde entonces reside en el Colegio de Montesión, en Palma de Mallorca, donde muere el 31 sept. 1820. La mayor parte de los trabajos filosóficos de Masdeu sigue inédita; se publicaron Positiones logicae, metaphysicae, ethicae (Plasencia 1800) y Ethicae seu moralis philosophiae… epitome (ib. 1805). Todos ellos están descritos por M. Batllori en Baltasar Masdeu y el neoescolasticismo italiano, Palermo 1714-Mallorca 1820. “Analecta Sacra Tarraconensia” 15 (1942) 171-202 y 16 (1943) 241-294.
Masdeu es escolástico en el sentido amplio del término; más tomista que suareciano, resulta ser, sin embargo, fundamentalmente un ecléctico. Ello no fue obstáculo para que su influjo se ejerciera sobre todo en la línea de la restauración del tomismo. “Baltasar Masdeu… recoge la herencia renovadora de los jesuitas catalanes del grupo de Cervera (Aymerich, Cerdá, Codorniu, Pou, Pons, etc.) y, siendo profesor de filosofía en Plasencia al mismo tiempo que su hermano José Antonio profesaba la teología, influyó en la dirección neoescolástica de Vincenzo B. Buzzetti, padre del neotomismo italiano, a quien llegaba, así, en Italia, por diferente vía, el mismo influjo cervariense que explica, en Cataluña, el caso de Balmes” (M. Batllori, o. c. en bibl., 20-21). “Cierto que Buzzetti no fue alumno de Baltasar Masdeu, pero la alusión de Cure y Moglia al influjo extraescolar de un jesuita español, y precisamente profesor de filosofía, más el manuscrito del probabilismo que Vincenzo B. Buzzetti tenía en su biblioteca, bien claro nos hablan de que Buzzetti fue más que un alumno: fue discípulo de nuestro Baltasar Masdeu en su amor a la escolástica, que el placentino enfocó luego en un sentido más personal, estrictamente tomista” (M. Batllori, ib., 470).
Vincenzo B. Buzzetti n. en Plasencia (Italia) el 26 mar. 1777. Se formó en el Colegio Alberoni, y fue prof. del seminario de su ciudad natal desde 1798 hasta su muerte el 14 die. 1824. El ambiente del Alberoni era entonces sensista, pero el impulso de Masdeu y la lectura de Goudin y Roselli acercaron a Buzzetti al tomismo; de nuevo la Suma Teológica fue libro de texto en clases de Teología. Las obras del filósofo y teólogo placentino, escritas al parecer después de 1820, han permanecido casi todas inéditas hasta hace poco; A. Masnovo publicó en 2 vols. las Institutiones sanae philosoplhiae iuxta D. Thomae atque Aristotelis inconcussa dogmata… (Plasencia 194041), cuyo título acusa claramente el influjo de Goudin. Las Institutiones estaban divididas en tres partes, respectivamente dedicadas a la Lógica y Metafísica general, la Psicología, y la Cosmología y Ética.
“El tomismo es revivido por Buzzetti de manera vital y actual. Las tesis tomistas, aun las más hostiles a su tiempo (hilemorfismo cosmológico) y las más discutidas (distinción real entre esencia y ser en las criaturas) son alcanzadas y penetradas en su meollo, expuestas con claridad, confrontadas y sostenidas frente a las teorías en boga en aquel tiempo. Son combatidos los seguidores del empirismo y del racionalismo: Locke, Condillac, Boscovich, Descartes, Leibniz; y entre los italianos, Genovesi, Gerdil, Beccaria, Verri y Soave. Buzzetti manifiesta seguridad y claridad en la información y en la penetración (los contemporáneos son, sin embargo, ignorados)” (G. Soler, Buzzetti, en Enc. Fil. 1,846).
Antes hemos citado unas palabras de Batllori alusivas a la Univ. de Cervera, como foco originario de la renovación escolástica. J. Casanovas, S. J., había escrito, en carta de 9 febr. 1936, a ese autor que “en Cervera se elabora un escolasticismo rejuvenecido científica y literariamente. Recién formado, es cortado en su misma raíz y trasplantado a Italia. Queda, con todo, algún brote, amenazado de muerte, que cincuenta años más tarde hace germinar el milagro de Balmes. Son, por tanto, dos ramas de la misma cepa, la de Italia y Balmes, independientes entre sí y con características propias. Lo de aquí es anterior a toda manifestación italiana, y causa real de la misma” (cfr. M. Batllori, Baltasar Masdeu…, en La cultura…, 472). Batllori comenta esta carta diciendo: “A mi entender, es causa real, pero parcial” (ib., nota 104).
El pensamiento de Jaime Balmes (v.; 1810-48) constituirá un hito importante en el desarrollo de la Neoescolástica, aunque en buena parte, y por su peculiar enfoque de la problemática filosófica, no es plenamente representativo del movimiento posterior.
Se ha aludido, al comienzo, al carácter fundamentalmente tomista de la renovación filosófico-teológica en el s. XIX. No es que faltaran por completo los intentos de restauración del escotismo, suarismo, etc.; pero es el pensamiento tomista el objetivo central de la restauración, primero por vía privada y luego por vía eclesiástica oficial. En esa línea se mueve precisamente la acción decisiva de León XIII, particularmente a través de su famosa enc. Aeterni Patris, publicada el 4 ag. 1879, un año después de su acceso al solio pontificio. Tras la publicación de la encíclica, el Papa promovió una pequeña revolución en la Univ. Gregoriana, cuya resistencia a la reintroducción de la Escolástica venía siendo fuerte; quedaron cesantes los PP. Palmieri (discípulo de Tongiorgi) y Vavetti (cartesiano), y fue nombrado profesor Cornoldi. Zigliara empezó a enseñar en la Minerva, Lovenzelli y Satolli en Propaganda, y Salvador Talamo (discípulo de Sanseverino) en el Apolinar. El 15 oct. 1879, León XIII creaba la Academia Romana de Santo Tomás de Aquino, y manifestaba su propósito de patrocinar una nueva edición, a la altura del tiempo, de las obras del Doctor Angélico y de sus mejores comentaristas. En 1880, S. Tomás era declarado patrono de todas las escuelas católicas. Ya antes otros pontífices habían alabado y recomendado repetidas veces sus obras.
Otra característica importante de la Neoescolástica es la actitud reactiva y defensiva que está en su origen y que la condiciona durante algún tiempo. El alejamiento progresivo de muchos filósofos modernos respecto a la concepción cristiana del mundo, la crítica de la Revelación realizada por el iluminismo dieciochesco y más intensamente aún por la izquierda hegeliana, la extremosidad de carácter panteísta en que culmina el racionalismo y el idealismo, la actitud antirreligiosa -y en particular, anticatólica- del liberalismo político, la insuficiencia de los esfuerzos de ciertos pensadores católicos, por su tradicionalismo y fideísmo o su ontologismo, para fundar una sana filosofía, etc., provocan desencanto respecto a la posibilidad real de “bautizar” esas diversas direcciones de pensamiento, así como un grave temor ante sus Consecuencias deletéreas. En vista de todo ello, se busca empalmar con el pensamiento medieval, al que se llama cristiano por oposición al moderno. Ello origina un peculiar tratamiento polémico y apologético de la problemática filosófica y teológica.
A pesar del enfrentamiento con esas corrientes modernas, su presencia y su influjo resultan insoslayables. De ahí otra de las características importantes de la Neoescolástica, que se presenta inicialmente como un movimiento primordialmente filosófico, a diferencia de la primacía teológica típica de la Escolástica anterior. No es que la Neoescolástica excluya la temática teológica, sino sólo que el tratamiento de las cuestiones filosóficas se presenta menos vinculado en su exposición al de las cuestiones teológicas, y que una parte notable de los neoescolásticos se limita al estudio y exposición de la problemática filosófica, aunque permanezcan latentes las preocupaciones teológicas y aun conduzcan a veces subterráneamente la especulación. La separación, no sólo teórica sino fáctica, entre Filosofía y Teología obligará a una restructuración de la temática en los manuales y tratados, que ya no serán por lo común comentarios a diversas obras de Aristóteles, sino exposiciones sistemáticas de las cuestiones filosóficas; este desgajamiento de los problemas filosóficos de su antiguo engarce con los razonamientos teológicos tendrá particular repercusión en los casos de la Metafísica y la Ética, que precisamente por ello habrán de ser construidas de forma diferente a las sistematizaciones de los grandes maestros medievales. Aparecerán numerosas obras de Filosofía ad mentem Divi Thomae, pero serán acusadas años después por Étienne Gilson de ser tratados de filosofía más bien ad mentem Cartesii, puesto que Descartes fue el primero, en el mundo cristiano, que desligó de la problemática teológica el tratamiento de las cuestiones filosóficas y que intentó estructurar éstas sin apelar a aquélla.
Pero no es sólo en este punto donde se pone de manifiesto el influjo de ciertos pensadores modernos en la Neoescolástica. Santo Tomás representa, en el s. XIII, ante el problema de la racionalización progresiva del pensamiento cristiano, una actitud de equilibrio entre el teologismo y voluntarismo de la escuela franciscana y el racionalismo naturalista de los seguidores “latinos” de Averroes . Esta posición del Doctor Angélico sufrió un rudo embate de Duns Escoto, que consideraba a S. Tomás un tanto inficionado del necesarismo greco árabe. La defensa del Aquinate frente a Escoto, protagonizada fundamentalmente por Cayetano, llevó a una acentuación dialéctica del racionalismo y naturalismo, aunque por supuesto sin llegar al extremismo de Siger de Brabante . Los dominicos y jesuitas de los s. XVI y XVII continuaron esta trayectoria cayetanista, y prepararon el ambiente que en parte hizo factible el racionalismo moderno. Nada puede extrañar, por ello, que el renacimiento escolástico del s. XIX aceptara como clásicos del pensamiento cristiano determinados planteamientos y soluciones de la sistemática racionalista de Wolff. De ahí el innegable matiz racionalista que domina en la Neoescolástica del XIX.
La primacía de la problemática gnoseológica, impuesta a partir de Descartes, llevará además a una profundización en la teoría de la abstracción . La polémica contra lo que ha llamado Maritain “angelismo cartesiano”, contra el sensismo, contra el apriorismo kantiano, etc., obligó a precisar las características psicológicas y gnoseológicas del acceso de la mente humana a la realidad física, con lo que la teoría de la abstracción llegó a constituirse en cuestión central de la epistemología. Las cuestiones gnoseológicas habían entrado en una época de confusión, con el desarrollo de los métodos experimentales, que se puede decir llevaba a unos a querer trasformar las ciencias de la naturaleza en filosofía y a otros a trasformar las ciencias filosóficas en ciencias naturales. Sólo lentamente, el trabajo de los neotomistas, cada vez mejores conocedores de la ciencia natural moderna, irá clarificando las cuestiones, las mezclas y trasposiciones de métodos propias del empirismo inglés, del positivismo francés, y del racionalismo franco-alemán.
Hemos aludido antes a las decisiones de León XIII en pro de la restauración tomista. Sin desconocer la existencia y la importancia de las acciones ejercidas por la Santa Sede en orden a promover la filosofía y la teología tomistas -acciones de resultados ambivalentes, pues aunque han contribuido al amplio desarrollo adquirido por el movimiento restaurador, al mismo tiempo han podido contribuir a un cierto amaneramiento escolar de muchas de sus realizaciones-, parece, sin embargo, conveniente recordar algunos detalles, que sitúan la actuación jerárquica en su verdadero lugar.
Ya hemos visto cómo la renovación filosófico-teológica se inicia a principios del s. XIX. Una carta de Buzzetti a Pío VII en 1814, pidiéndole “reponer en el trono de las ciencias aquellos antiguos principios de filosofía tan venerados por los Padres y Doctores de la antigua Iglesia”, no obtuvo respuesta. El silencio pontificio se prorrogó durante más de cuarenta años, sin que ello fuera obstáculo, antes al contrario, para que diversos obispos y superiores religiosos se manifestaran opuestos a las “extrañas antiguallas”. Los promotores de la renovación se vieron obligados a actuar con prudencia, para evitar la alarma y “un incendio que lo arruinaría todo” (carta de Liberatore a Cure en 1852). En 1857, Pío IX incluye en el índice de libros prohibidos las obras de Günther, y en el documento de condena hace la primera alabanza pública de la restauración. No faltarían luego los estímulos, pero hasta el pontificado de León XIII no empezó en verdad la promoción sistemática y continuada de la “vuelta al tomismo”.
Antonio del Toro Jorge Ipas.
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