Los últimos días de Santo Tomás según la obra de Torrel

Jean-Pierre Torrel es el autor de una de las mejores biografías de Santo Tomás de Aquino, al punto que su obra es una referencia obligatoria para los estudiosos del Aquinate. Hacia el final de su obra dedica un capítulo a la “Última enfermedad y muerte” donde relata los últimos días de la vida del Santo.

Presentamos este texto tomado de la edición española: Iniciación a Tomás de Aquino. Su persona y su obra, traducción de Ana Corzo Santamaría, Col. «Pensamiento Medieval y Renacentista», EUNSA, Pamplona 2002, 311-313:


Después de algunos días de viaje [hacia el concilio de Lyon], durante la segunda quincena de febrero (ya era tiempo de Cuaresma, pues en ese año había comenzado el 14 de febrero), llegan al castillo de Maenza, un poco al norte de Terracina, donde vive Francisca, la sobrina de Tomás que ya conocemos. Allí enferma y pierde completamente el apetito; el médico que habrá de ocuparse de él —Juan de Guido, de Piperno— se interesa por lo que le gustaría comer y obtiene de él una respuesta desconcertante: arenques frescos, que ya podría haberlos apreciado cuando estuvo en París. Milagrosamente, los consiguen encontrar, pero según Tocco, serán los demás quienes los coman, porque su enfermedad le quitó las ganas; un testigo ocular asegura, sin embargo, que los comió: de quibus etiam arengis comedit dictus frater Thomas.

Tocco dice además que, sintiéndose un poco mejor unos días después, intentó tomar de nuevo el camino a Roma, pero tuvo que parar en la abadía de Fossanova para recuperar las fuerzas. Según un testigo ocular —el futuro abad de Fossanova, Nicolás—, Tomás se hizo transportar desde casa de su sobrina a la abadía: “Si el Señor debe venir a visitarme, es mejor que me encuentre en una casa de religiosos que en una de seglares”. Otro testigo ocular, Pedro de Montesangiovanni, cuenta con mayor exactitud, quizás, lo que ocurrió. En compañía del prior de Fossanova y de otros dos hermanos del monasterio, se desplazó a Maenza para visitar a Tomás, a quien conocía desde hacía tiempo; después de haber pasado cuatro días en el castillo, los monjes regresaron llevándose al enfermo y a sus compañeros con ellos —Tomás lo hacía sobre una montura (equitavit), signo de su debilidad y la gravedad de su estado, porque les estaba prohibido a los dominicos viajar a caballo—.

Tomás vivió allí durante cierto tiempo (iacuit infirmus quasi per mensem), lleno de confusión y reconocimiento por la pena que daba a los monjes, que cargaban a hombros la leña para calentarle. Según Tocco, fue entonces cuando comentó brevemente, a petición de ellos, el Cantar de los Cantares en señal de agradecimiento, pero el abad Nicolás, que por aquel entonces se encontraba allí, no dice nada de esto, ni ninguno de los cistercienses que sobrevivían cuando tuvo lugar el proceso de Nápoles. Aunque pueda ser cierto que Tomás dirigiera algunas palabras de edificación a los religiosos que venían a verle, su estado de salud no permite apenas considerar como probable que hubiera compuesto un comentario completo al Cantar. Si alguna vez existió algún texto escrito (Bartolomeo y muchos Catálogos hablan de ello, pero no las listas de Praga), éste no nos ha llegado.

Después de confesarse con Reginaldo, Tomás recibe el viático el 4 o el 5 de marzo; como era costumbre, pronunció entonces una profesión de fe eucarística. Según el testigo ocular, Pedro de Montesangiovanni, pronuncia muchas y bellas palabras acerca del Cuerpo de Cristo, entre las cuales figuran éstas: “He escrito y enseñado mucho con relación a este muy santo Cuerpo y a otros sacramentos en la fe de Cristo y de la santa Iglesia romana, a cuya corrección me expongo y someto todo”. Juan de Adelasia, otro monje de Fossanova, pero no testigo ocular, transmite una fórmula más breve, pero con el mismo sentido exactamente.

Más conocida es la fórmula ampliada de Bartolomé, que termina de la misma forma, por la sumisión al juicio de la Iglesia. Sin duda Tocco la recibió de Bartolomé y la retoma íntegramente; y aquí inserta el Adoro Te de su cuarta redacción. Merece ser reproducida, pues restablece un poco el juicio que el moribundo tenía de su obra:

“Yo te recibo, premio de la redención de mi alma, yo te recibo, viático de mi peregrinaje, por el amor de quien he estudiado, envejecido, sufrido; te he predicado, te he enseñado; nunca jamás he dicho nada en contra de ti, y si lo he hecho ha sido por ignorancia y no me obstino en mi error; si he enseñado mal con relación a los sacramentos o a otra cosa, me someto al juicio de la santa Iglesia romana, en obediencia a la cual dejo ahora esta vida”.

Podemos muy bien remitirnos a esta declaración para tener una apreciación más positiva —y más exacta— de la expresión: “Todo eso me parece paja”. La paja es la expresión consagrada para distinguir, dándole su peso, entre el grano de la realidad y el envoltorio de las palabras; las palabras no se corresponden plenamente con la realidad, pero la designan y conducen a ella. Volviendo a la realidad misma, Tomás tenía algún derecho a sentirse desvinculado de las palabras, pero eso no significa en modo alguno que considerase su obra como carente de valor. Simplemente había llegado más allá.

Tomás recibe la Unción de los Enfermos al día siguiente, respondiendo él mismo a las oraciones rituales. Murió tres días después de haber recibido el Cuerpo del Señor, es decir, el miércoles 7 de marzo, por la mañana muy temprano.

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