La pérdida del ser y el quijotismo (VI), P. Carlos Miguel Buela IVE

carlos buela

La pérdida del ser y el quijotismo (VI)

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2ª PARTE

III. La recuperación del ser por el quijotismo

La impiedad cultural y la impiedad religiosa, las dos sociedades impías (capitalista y marxista) como expresiones del nihilismo de fondo, no tienen otra solución que la re-instalación de todas las cosas en el Ser; es decir, “una renovación de la paideia clásico-cristiana, no porque sea griega o romana y ni siquiera cristiana, sino porque responde al ser del hombre”[1] [O sea, la metafísica del ser o filosofía perenne, que como decía el Papa Pablo VI: «Es la metafísica natural de la inteligencia humana»[2]]. En la situación actual, “no se trata tanto de Agustín o de Tomás o de Rosmini, sino de algo bien distinto: de la salvación del logos sin el cual no hay más nada, ni verdad humana ni Verdad revelada”[3]. [Evidentemente se salva mejor con Santo Tomás, según el Magisterio de la Iglesia: «aprendan los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás»[4]].

[Notemos que la actual crisis de la Iglesia: falta de vocaciones, olvido de la misión ad gentes, eclipse moral, prácticamente abolición del sacramento de la penitencia, falta de liderazgo en el pueblo de Dios, pederastia, desacralización, problemas económicos, abandono de la vida religiosa y consagrada[5], etc., no se soluciona con superficiales descripciones fenomenológicas que fallan en el diagnóstico y con mayor razón en los remedios que se deben aplicar, porque carecen del intus legere, del leer dentro, por carecer de metafísica, por haber perdido el sentido del ser. Toman el rábano por las hojas. Mientras en las universidades católicas y pontificias, en los seminarios y estudiantados, no se enseñe eficaz y pedagógicamente la «metafísica natural de la inteligencia humana» (Pablo VI) que trata del ser, sobre todo del ser extra mental, y no se enseñe el esplendor del ser que es la belleza, seguirán agravándose los problemas y las soluciones verdaderas no llegarán. Testimoniaba el que después fuera Cardenal Antonio Quarracino, de Buenos Aires, que lamentaría que en la formación sacerdotal se dejasen en la penumbra asuntos o materias, entre otras, como «metafísica… y ‘bases de cultura artística’, para que la Iglesia no sea el “depósito del mal gusto”»[6]].

Tal es el objetivo. Pero ¿no es ya demasiado tarde? ¿Puede Europa reencontrar su propio sentido luego de haber luchado contra sí misma durante más de tres siglos? ¿O está reservada a otros pueblos la herencia de los verdaderos valores de Occidente? “Quizá exista una esperanza en el hombre que ‘repitiendo’ la antigua empresa de don Quijote, salga de casa para imponer a los europeos el espíritu quijotesco y, sobre todo, para convencerlo que cada uno está destinado a la inmortalidad”[7] [«le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama[8]…y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos[9]…aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer entuertos y socorrer y acudir a los miserables»[10]]. El hombre quijotesco es “capaz de rescatar de la corrupción cuanto en el Occidente existe de verdadera cultura y de restituirlo a una cultura nueva radicada en la grande y auténtica tradición europea”[11]; hombre “espiritual” y “vividor” [“que vive”, según el diccionario de la Real Academia Española], el único que puede salvar a la “Europa agonizante”: Tal el hombre quijotesco[12], el modelo humano que es “la más alta encarnación de la civilización que está muriendo por haberlo perdido”; este nuevo don Quijote debe cumplir, como el primero y el de siempre, “una empresa terrena de justicia[13] y de verdad, y la cumplirá armado de la pasión y del coraje de llamar a las cosas por su nombre: desenmascarando[14].

[Que es lo que supieron hacer todos los santos desenmascarando el error y el pecado, en especial, los Santos Doctores: «Quiero decir que nos demos a ser santos, y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos…»[15]. Los célebres consejos de don Quijote son normas preciosas para todo aquel que quiera luchar contra la pérdida del ser[16]:

Ser agradecido con Dios, «–Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que, antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena dicha, te haya salido a ti a recibir y a encontrar la buena ventura… Todo esto digo, ¡oh Sancho!, para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recibida, sino que des gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas…

Tener el santo temor de Dios. Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.

Ser humildes. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra… Los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape. Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.

Ser virtuoso. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen [de] príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.

Ser hospitalario. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.

Ser buen esposo y padre de familia. Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida».

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En otro lugar indica que hay que amar y educar a los hijos. «Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para ganarse el pan –pane lucrando-, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado…»[17].

No guiarse por los caprichos, ni ser arbitrario. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

Ser compasivo, pero justo. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.

Descubrir la verdad a pesar de las presiones. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

Ser justo, pero misericordioso. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Ser justo también con los enemigos. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

No dejarse cegar con la pasión. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.

Poco a poco y lentamente, juzga a la mujer hermosa. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

padre buela don quijote

No tratar mal con palabras. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

Hay que ser más misericordioso que justo. Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán largos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo»[18]].

Retomemos después de esta larga glosa el artículo del Dr. Caturelli.

Quizá el lector crea adivinar en estas palabras de Sciacca cierta desesperación,  como la de quien tiene que predicar en el desierto sin tener a la vista otra cosa que la desolación; pero no es así porque don Quijote es el hombre cristiano que acomete empresas imposibles armado de la fe que mueve montañas y sabe triunfar en la derrota; por eso, «el quijotismo es para siempre una profunda verdad, no arbitraria si el hombre que la encarna humildemente se arrepiente y se convierte al verdadero Cristo Dios-Hombre; de otro modo, muere también aquel en el nivel de los (hombres) “terrenos”, contra los cuales generosamente se ha despertado en defensa del espíritu y de lo trascendente. Y la Europa de hoy, terrenísima, lo ha asesinado suicidándose»[19]. Este mundo insensato que, hasta hoy, ha sido progresista y ha esperado la utopía de una sociedad perfecta, hoy “no cree más en el progreso como mito…; no cree más en la utopía del mundo perfecto de la sociedad perfecta y, simultáneamente, no cree en Dios. Es el estado de desesperación, donde se realiza la búsqueda de la fe verdadera, que es también una fe dolorosa”[20].

Por un lado, pues, el “occidentalismo” de una Europa sin logos, que es como decir sin ella misma y, por otro, la capacidad de desenmascaramiento y la fe dolorosa de don Quijote. Esta tesis fundamental de Sciacca, puede seguirse en las páginas que dedicó a exponer sus meditaciones sobre el pensamiento de Unamuno, siempre que el lector esté muy atento y se haga cargo de las críticas esenciales que dirigió el gran vasco y retenga el pensamiento propiamente sciaquiano acerca del hombre quijotesco. Unamuno opuso la España “vertical” a la secularizada Europa “horizontal”, de modo que Europa, si quiere salvarse, debe “españolizarse” de modo que «sea nuevamente “trascendental” y no sólo “terrena”, (que) reconquiste, para repensarla, las verdades de su tradición auténtica»; así, el quijotismo ofrece la posibilidad de una nueva Europa consistente en una síntesis nueva entre la “horizontal” de la razón histórica y científica y la “vertical” del hombre de carne y huesos que salva el abismo entre la Nada y el Ser[21]. Esta tradición que es la tradición de Occidente, que vive en el pueblo y es la sustancia de la historia[22], sustenta valores no sólo hispánicos sino, simultáneamente, universales, siempre vivos en el Humanismo auténtico y en la mística[23], de ahí que “el argumento de Unamuno en clave española vale para Europa y para la humanidad”[24]. [La pérdida del ser se compagina con lo que algunos llaman la apostasía de Jesucristo en Europa (otros, apostasía universal, cfr. 2 Te 2,3), trahisón du clergé, cristofobia, eclipse moral, pérdida del sentido del pecado, kali iugá de Occidente, la revolución mundial, dictadura del relativismo y de la inmanencia, etc.].

Fr. Buela quijote

Trátase, pues, de una nueva empresa quijotesca[25], propia de la “casta originaria”:

  • La de “quijotizar Europa, que ha perdido su alma por no haber permanecido fiel a sí misma”[26].
  • Don Quijote es “un nuevo hijo de aquel Medioevo que solo el oscurantismo iluminista ha podido llamar oscurantista[27]”;
  • es, sí, hombre de acción, pero después de haber pensado y leído mucho;
  • es, sí, hombre de acción, pero es “el héroe de las acciones inútiles, en el sentido que llamamos inútiles un hermoso cuadro o un bello jardín, la Metafísica de Aristóteles o el ‘tramonto’ de Posillipo”[28].
  • Don Quijote tiene también una filosofía “revolucionaria” para la cual hay que “transformar” el mundo, en un sentido contradictorio con el secularismo marxista o liberal, porque se trata de transformarlo para Dios, para el bien de los otros y “liberarlo” de la idolatría de lo útil; [«¿Por ventura es asunto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos de él, sino la asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?, (…) Yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda pero no la honra (…), mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines que son de hacer bien a todos y mal a ninguno(…)»[29]].
  • este “inaudito pragmatismo quijotesco” es «pragmatismo “latino”, cristiano, occidental, de la Europa que fue, el opuesto del de Occidente de hoy.
  • Pragmatismo al revés: una verdad más verdadera cuanto más materialmente inútil es»[30].

La Europa de la actual opulencia, del “cristianismo” ateo y de la autosuficiencia del hombre; la chatura abominable y totalitaria del norteamericanismo y del comunismo, del capitalismo y de los socialismos, están bien representados por el rey Midas, aquel rey de los frigios, opulento de medios y carente de fin: “Esta opulencia es la extrema indigencia del hombre, su obtusidad para todo fin que no sea la misma riqueza que, colocada como motivo de existir, se vuelve ‘inservible’ también para el cuerpo: nada”; quizá por eso el mito coloca orejas de asno en la cabeza de Midas, “símbolo de la desesperación por exceso de medios e indigencia de fines o de la desesperación por el vacío” que es, ya, símbolo de la humanidad contemporánea[31]. Mientras Midas multiplica los bienes materiales por concupiscencia, muere de hambre y se rompe los dientes en el oro, Cristo multiplica los panes y los peces “para dar de comer a cinco mil”[32]. Midas, en cambio, como la sociedad del bienestar, carece de un solo motivo para existir, de un solo fin. Tal es la desesperación radical: “tener todos los medios para vivir sin un solo motivo para existir”[33]. Se trata de la total reducción del ser al haber, en el fondo, del ser a la nada.

Don Quijote, sin embargo, no es rey, pero es hijodalgo (hijo de alguien) [«Bien es verdad que yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesión y propiedad y de devengar quinientos sueldos; y podría ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi parentela y descendencia, que me hallase quinto o sesto nieto de rey»][34], “que es lo que cuenta para ser aun más que rey”: Noble de antigua raza aunque pobre, sin medios, pero con motivos esenciales para existir: “riquísimo de fines, indigente de medios para realizarlos; derrotado, muere melancólicamente arrepentido, Caballero de la triste figura. Don Quijote es la tragedia de quién posee los fines y no los medios, también ésta es desesperación, pero en un sentido bien diverso del de Midas”. Don Quijote tiene la medida, signo de la inteligencia; el sentido del límite y de la donación del ser por Dios. Dejo nuevamente la palabra a Sciacca: “Si debiera elegir, quisiera ser don Quijote y no Midas: las orejas de asno y las charlas de los barberos no me gustan. Pido disculpas si, respecto del asno, prefiero el pelícano, símbolo de Cristo que con su sangre rescató a los hombres, según la creencia anterior al progreso de la zoología –y por eso a despecho de los ornitólogos- que este volátil nutría a sus hijos con la propia sangre picoteándose el pecho. Al fin de cuentas es mejor cabalgar Rocinante con una celada de cartón y armas herrumbradas pero sin tener nada que esconder por vergüenza, que andar dando vueltas cubiertos de oro con un par de orejas de asno, hablando también de lo que no se sabe”.[35]

Pero don Quijote es universal. La recuperación del ser y, con el ser, el logos; y, con el logos, el hombre, esencia del espíritu de Occidente, puede lograrse no importa en qué lugar de la tierra. Importa, eso sí, que alguien lo herede desde dentro de la tradición esencial. Como sabemos, Sciacca tenía esperanzas en Iberoamérica y especialmente en la Argentina donde creía que era posible la nueva vida de la paideia cristiana: «debo agradecer sobre todo a la Argentina que me ha devuelto nuevo entusiasmo y energías renovadas: me ha hecho “rever” a mi vieja mujer, la cultura, con ojo no cansado y exclamar dentro de mí…: “¡Pero, esta anciana es todavía joven en el fondo!” (…) Una esperanza me ha nacido: que el matrimonio se pueda celebrar y en aquellos países que tienen tanto futuro por delante, pueda surgir una nueva época cultural, nacida de la milenaria cepa común de la latinidad europea. Aunque esta muera, no importa: importan los herederos»[36]. Pero tanto estos países como la “vieja” España, pueden traicionar y negar su destino. Una España seducida por la “sociedad del bienestar” y de los dioses Consumo-Producción, no parece tener espacio para don Quijote y sus empresas inútiles; autonegada, la antigua y mística Iberia, en la España del Felipillo terreno [y Zapaterillo; y en la Argentina por la monarquía Kichner]. La Argentina e Iberoamérica, que pugnan por forjar el futuro de la tradición esencial, a veces abren las puertas al hombre quijotesco e intenta empresas inútiles, no-prácticas, como lanzarse a la recuperación de las Islas Malvinas en nombre de la justicia y el derecho, valores en los cuales el “occidentalismo” ya no cree[37]. Por eso, este Quijote, abandonado por la Madre Europa (que perversamente niega a sus herederos) fue golpeado por las astas del molino de viento, aunque espera, desde la “derrota” y desde la sangre de sus héroes, alzarse un día con la victoria. Sin embargo, también estos países corren el mortal peligro de contagiarse del “occidentalismo”, en manos de la inconmensurable mediocridad socialdemócrata, o en las garras del guevarismo, que son, como gustaba decir Sciacca, dos caras de una misma medalla.

Concluyo dejando la palabra a Sciacca: «Es de esperar que algún europeo supérstite, de veras “desocupado”, leída la gesta del “ingenioso hidalgo”, se decida un día, al alba, a salir por el campo con armas que no cortan y que sanan para encontrar los corrompidos en el espíritu y avivar la luz de la mente en la tiniebla de una humanidad perdida sobre la tierra por avidez de tierra». Y el poeta que siempre ha existido en Sciacca, termina: «He aquí el alma verdadera y bella de la antigua Europa, hija de Atenas griega y de Roma latina, de Jerusalén y de Roma cristiana. Si a alguno le viniese deseo, en esta hora de agonía y de martirio (…) de dar vida a un organismo para la reoxigenación de la Europa que fue, me permito darle un consejo: Que le ponga este nombre, sin hacer de él una sigla muda: Asociación don Quijote de la Mancha para la salvación de Europa»[38].

[Para que nuestros pueblos puedan decir como don Quijote, al final de su vida:

«–¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres… son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro… Llámame, amiga, a mis buenos amigos… –Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno»[39].

Por eso, ¡ojalá retorne a estas tierras el espíritu de los grandes! El espíritu de Isabel, la Católica, de Colón, del Cardenal Cisneros, de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. El espíritu de los que hicieron nuestra Patria, el de San Martín, Belgrano, Güemes, o el del Capitán Estévez. ¡Que retorne el Quijote! Sí, que retorne

“ a su locura de enhebrar estrellas,

de estrellar rufianes con su lanza

y de batir monstruos, castillos y rebaños,

por el honor de una dama:

nuestra señora Hispanoamérica”.

¡Que retorne el Cid Campeador!:

“No cierres jamás buen castellano las tumbas de a­quellos paladines. Un día, nuestro señor Don Rodrigo, que sabe ganar batallas después de muerto, despertará en la huesa, y limpiando el orín de la Tizona, montará en su brioso corcel; y rasgará los velos de los sepulcros  y de las cunas; y jurará por la cruz de su espada purgar a (Hispanoamérica) de renega­dos y felones” (Ricardo León).

¡Que retorne Martín Fierro!

“ Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar,

cantando he de llegar

al pie del Eterno Padre,

desde el vientre de mi madre

vine a este mundo a cantar”[40].

Ellos no sólo no han muerto mientras viva, aunque sea uno sólo de sus mesnadas, sino que están entre nosotros animándonos a mojarle la oreja al Anticristo y no sólo sin temer nuestra pobreza de medios, por el contrario, enalteciéndonos en ellos, porque los superamos infinitamente en los fines. Y porque, ¡Cristo y su Madre, son siempre los últimos en vencer!].


[1] Gli arieti contro la verticale, p. 131. Sin desperdicio el ensayo de Octavio Agustín Sequeiros, Humor y melancolía en la edad de oro cervantina.

[2] Pablo VI, Alocución del 10/9/1965 al Congreso Tomista Internacional: «La obra de Santo Tomás no ha pasado ni ha envejecido, sino que conserva aún hoy todo su valor y toda su pujanza. Su filosofía posee una aptitud permanente para guiar al espíritu humano en la búsqueda de la verdad, de la verdad del ser real que es su propio y primer objeto, y de los primeros principios, hasta llegar al descu­brimiento de su causa trascendente que es Dios. Ella contiene, subli­mada, la metafísica natural de la inteligencia humana, porque refleja las esencias de las cosas reales en su verdad cierta e inmu­table. Por eso no está confinada en el tiempo ni en el espacio, no es italiana o europea, ni del siglo xiii o del medioevo, sino de todos los tiempos y de todas las latitudes y tan actual hoy como cuando vivía el Santo Doctor, llamado con razón el hombre de todas las horas, homo omnium horarum».

[3] Gli arieti contro la verticale, p. 22.

[4] Optatam totius, 16.

[5] En los últimos cinco años (2008-2013) han dejado la vida religiosa o consagrada más de 13.123 religiosos y religiosas, a los que hay que añadir todos los casos tratados por la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que eleva con bastante seguridad el número a unos 15.000 abandonos, a razón de 3.000 por año (no se incluyen los miembros de la Sociedades de Vida Apostólica que han abandonado su consagración, ni los religiosos y religiosas de votos temporales).

[6] Conclusiones finales del Congreso de las Bodas de Plata de la Organización de los Seminarios Latinoamericanos, 8-13 de mayo de 1984, L’O.R. 12/8/1984, p. 12.

[7] Il magnifico oggi, p. 46. [«¿Por ventura es asunto vano o tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos de él, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?» (El Quijote, lib. II, c. 32, p. 1090). La muerte a todos toca: «…dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos de ella, quedan todos los recitantes iguales.

-Sí, he visto -respondió Sancho.

-Pues lo mismo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato de este mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muere las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.

-Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no lo haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura». El Quijote, lib. II, cap. 12, p. 873].

[8] Don Quijote, lib. I, c. 1.

[9] Don Quijote, lib. I, c. 13.

[10] Don Quijote, lib. I, c. 22, p. 299.

[11] «–Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena: vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco y no de repente y por milagro; y más, que los pecadores discretos están más cerca de enmendarse que los simples; y, pues vuestra merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no hay sino tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia; y si vuestra merced quiere ahorrar camino y ponerse con facilidad en el de su salvación, véngase conmigo, que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo». El Quijote, lib. II, cap. LX, p. 1376.

[12] Debe leerse, y con mucho provecho, Edmundo Gelonch Villarino, Don Quijote como ideal del hombre, Tesis de Antropología Filosófica, Julio de 1969, 2005, que consta de dos partes: 1ª parte, don Quijote y la Hispanidad: A. Metafisicidad de don Quijote: Lo uno y lo múltiple, la identidad, la vocación y la fidelidad; B. Religiosidad; C. Catolicidad; D. Hispanidad y Politicidad. 2ª parte, Don Quijote y la Modernidad: A. El desorden metafísico; B. El hombre esencial.

[13] El Doctor en Derecho, Don José Luis Gómez Ribera, que vive en Palencia (España), me contó que, cuando joven, rindiendo el examen para ingreso al Cuerpo de Secretarios de Administración de Justicia, Sala 1ª, presidiendo el Tribunal de Oposiciones de 5 miembros el Doctor Gonzalezalegre Bernardo, recordando el examinando la enseñanza de un insigne profesor que sostenía que habiendo dos seres humanos ya es necesaria la justicia, citó al Quijote en el encuentro con Roque Guinart «es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aún entre los mismos ladrones» (El Quijote, lib. II, cap. LX, p. 1375), a lo que el presidente arrellanándose en su sillón, con rostro de gozo en todo el examen, lo aprobó sin hacerle una sola pregunta.

[14] Il magnifico oggi, p. 46.

[15] El Quijote, lib. II, c. VIII, p. 841.

[16] El Quijote, lib. II, cap. XLII, p. 1087-1092.

[17] El Quijote, lib. II, cap. 16, p. 918.

[18] El Quijote, lib. II, cap. XLII, p. 1087-1092.

[19] Il magnifico oggi, p. 49; Il Chisciottismo tragico di Unamuno, p. 65.

[20] Ibídem, p. 73.

[21] Il Chisciottismo tragico di Unamuno, p. 30-31.

[22] Ibídem, p. 33.

[23] Ibídem, p. 39.

[24] Ibídem, p. 40.

[25] [Hay que defender la verdad y la justicia, no darse por agraviado por cualquier cosa, ni agraviar a quien no usa armas, ni tomar venganzas injustas. «Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos. Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y, habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, que estáis engañados en teneros por afrentados, porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, si no es retándole de traidor por junto, porque no sabe en particular quién cometió la traición por qué le reta. Ejemplo de esto tenemos en don Diego Ordóñez de Lara, que retó a todo el pueblo zamorano, porque ignoraba que solo Vellido Dolfos había cometido la traición de matar a su rey; y así, retó a todos, y a todos tocaba la venganza y la respuesta; aunque bien es verdad que el señor don Diego anduvo algo demasiado, y aun pasó muy adelante de los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los muertos, a las aguas, ni a los panes, ni a los que estaban por nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran; pero, ¡vaya!, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque, ¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja [Es Espartinas (Sevilla); así apodados porque su cabildo, puesto a encargar un reloj para la torre de su Iglesia, acordó que fuese reloja y preñadita, a fin de poder luego negociar con el fruto del parto. De esta manera los demás apodos que se enumeran] con quien se lo llama, ni los cazoleros [vallisoletanos], berenjeneros [toledanos], ballenatos [madrileños], jaboneros [sevillanos], ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos! ¡Bueno sería, por cierto, que todos estos insignes pueblos se corriesen y vengasen, y anduviesen de continuo hechas las espadas sacabuches a cualquier pendencia, por pequeña que fuese! No, no, ni Dios lo permita o quiera. Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables, y que obliguen a tomar las armas; pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más, que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuestras mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse»;

«–Vuestra merced, señor Caballero de los Leones, ha respondido por sí tan altamente que no le queda cosa por satisfacer de este que, aunque parece agravio, no lo es en ninguna manera; porque, así como no agravian las mujeres, no agravian los eclesiásticos, como vuestra merced mejor sabe.

–Así es –respondió don Quijote–, y la causa es que el que no puede ser agraviado no puede agraviar a nadie. Las mujeres, los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado, llegan diez con mano armada, y, dándole de palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone, y no le deja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado, pero no afrentado. Y lo mismo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. Si el que le dio los palos, aunque se los dio a hurtacordel [a sorpresa, a traición], pusiera mano a su espada y se estuviera quedo, haciendo rostro a su enemigo, quedara el apaleado agraviado y afrentado juntamente: agraviado, porque le dieron a traición; afrentado, porque el que le dio sustentó lo que había hecho, sin volver las espaldas y a pie quedo. Y así, según las leyes del maldito duelo, yo puedo estar agraviado, mas no afrentado; porque los niños no sienten, ni las mujeres, ni pueden huir, ni tienen para qué esperar, y lo mismo los constituidos en la sacra religión, porque estos tres géneros de gente carecen de armas ofensivas y defensivas; y así, aunque naturalmente estén obligados a defenderse, no lo están para ofender a nadie. Y, aunque poco ha dije que yo podía estar agraviado, ahora digo que no, en ninguna manera, porque quien no puede recibir afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me ha dicho; sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en el error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay, caballeros andantes en el mundo…», El Quijote, lib. II, cap. XXXVII, p- 1048-1051y 1092-3].

[26] Il Chisciottismo tragico di Unamuno, p. 44.

[27] Ibídem, p. 62.

[28] Ibídem, p. 224. [Posillipo, túnel romano: Cripta napolitana de 705 m. de largo, 4,5 m. de ancho y 5 m. de alto. En los equinoccios los rayos de sol lo atraviesan de lado a lado, lo que asombró a Goethe].

[29] Don Quijote, II, p. 267. Capítulo XXXII: «De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos».

[30] Il Chisciottismo tragico di Unamuno, p. 225.

[31] Il magnifico oggi, p. 104.

[32] La casa del pane, p. 212.

[33] Il magnifico oggi, p. 105.

[34] Don Quijote, lib. I, 21.

[35] Il magnifico oggi, p. 106.

[36] Il chisciottismo tragico di Unamuno, p. 257; cf. L`oscuramento dell`intelligenza, p. 108.

[37] O enseñar griego y latín en San Rafael.

[38] “Altre pagine spagnole”, en Il chisciottismo tragico di Unamuno, p. 226.

[39] El Quijote, lib. II, cap. LXXIV, p. 1487-8.

[40] José Hernández, Martín Fierro, 6.

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