La pérdida del ser y el quijotismo (III), P. Carlos Miguel Buela IVE

La pérdida del ser y el quijotismo (III)

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b. El proceso de la anticultura

La pérdida del ser, que es pérdida del sentido de la participación del esse en los entes cuyo último fundamento es el Ipsum Esse Subsistens, significa la nadificación de lo que Sciacca llama la “vertical del ser” por el nivelamiento más bajo de la autosuficiencia del hombre. De ahí el simbólico título de su obra «Gli arieti contro la verticale, Los carneros contra la vertical». Porque, en efecto, no la laicidad de la cultura en su orden, sino el laicismo como autosuficiencia del hombre, no tiene otro camino que el “infalible” progreso hacia la “perfecta felicidad terrena”. Este proceso ha comenzado con el liberalismo iluminista que inicia “el oscurantismo de la cultura” por el cual, al mismo tiempo que la cultura pierde su carácter contemplativo y aristocrático, se sustituye el principio del ser por el del hacer y la verdad por la utilidad. En ese sentido, “el Iluminismo no es anticultura porque hace entrar como elementos constitutivos del ideal cultural las disciplinas científicas que, por otra parte, tienen un puesto de honor en la paideia griega y cristiana; ni siquiera por su enciclopedismo y otras de sus características; sino por la eliminación decretada con descorazonante superficialidad, de todos los valores menos los políticos, económicos y científicos[1].

Este “oscurantismo de la cultura” odia (y teme) al ocio como recogimiento y meditación contemplativa, la pobreza como la no-adhesión a las cosas y el des-apego de ellas sin despreciarlas, de quien siempre está en vela por los problemas esenciales.[2]

Odia (y teme) el sentido del límite de la inteligencia[3] y es la negación de la pietas, siendo por ello irrespetuoso, injusto, maligno, indiscreto, y desacralizador[4]; así ha odiado (y temido) a Sócrates, el gran desocupado y pierdetiempo que es, nada menos, que el símbolo de la cultura occidental; por eso, como decía Pascal, toda la infelicidad de los hombres “ocupados” proviene “de una sola cosa: no saber estar en reposo en una habitación”[5].

En el mismo lugar, reflexionaba Sciacca acerca de los dos “instintos” que posee el hombre, uno negativo, que le hace llenar la cabeza de miles de ocupaciones y que deriva de su propia miseria, y otro positivo, residuo de su grandeza primitiva, que lo lanza a la contemplación activa y la “desocupación” creadora: “Cuando una civilización pierde el gusto de este segundo instinto está destinada a morir porque no es más capaz de producir nuevos objetos culturales válidos”. [Esto también se palpa y se sufre, como es obvio, en los sermones y en la pastoral, en general].

De ahí que, encadenada la cultura a la suerte de la política, las ciencias y la economía, no puede dejar de seguir su suerte; en nuestros países, el progresivo desarrollo industrial y técnico (en el espíritu del Iluminismo) ha  favorecido el encadenamiento de la cultura a la industria y a la técnica hasta el punto de que es identificada con alguna especialidad cada vez más particular; esto supone el mismo abandono de la idea de cultura: «Los países industrialmente y tecnológicamente desarrollados, aquellos en los cuales en diversas formas domina el neo-iluminismo, constituyen zonas siempre más amplias de subdesarrollo cultural en el sentido de la paideia, de una congelante pobreza humana bajo la retórica de una socialidad epidérmica y de un humanitarismo puramente emotivo»[6]. Esta anti-cultura o anti-paideia que se autopone como “cultura”, siempre es promovida por pseudo-saberes neutros como cierta “antropología cultural”. Lo cual es claro: «la antropología cultural no es reaccionaria y retrógrada; no “privilegia” un modo de vida respecto de otro;… se limita a describir. Y así “lo cocido” del antropófago es un producto cultural con el mismo título que la Metafísica o la Divina Comedia»[7].

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Este modo anti-cultural de concebir la cultura puede fascinar a pueblos sin una gran tradición cultural y, así, para seguir con amargo y justificado humor y poniendo la atención en el “norteamericanismo”, es evidente que «el corazón de estos pueblos palpita fuertemente al oír decir que los diversos modos de beber coca-cola en Los Angeles o de resonar el tam-tam, están en el mismo plano que el Partenón y las sinfonías de Beethoven»[8].

Este connubio de política, industria y tecnocracia, quintaesencia del espíritu iluminista es, en verdad, totalitario, y existe “no sólo en la base de las llamadas democracias populares o comunistas, sino también de las llamadas democracias occidentales”; en una sociedad en la cual los hombres son instrumentos de la producción para el consumo, no hay lugar para el hombre como fin, sea en el método democrático del señor Lyndon B. Johnson o el método del señor Leonid Brésnev, porque entre ellos no veo diferencia esencial: “como hombre libre y hombre de cultura y cristiano católico me opongo a uno y a otro”[9].

Y así estamos: la progresiva pérdida del ser se ha vuelto contra el hombre al que ofrece… la nada: “Si para obtener el mundo debo negar el ser… no he obtenido nada, porque, negando el ser, todo es nada[10]. Esta negación progresiva del Iluminismo laicista es una suerte de “desfilosofización” (destrucción de la paideia griega) y también de desacralización y ateización del mundo (destrucción de la paideia cristiana)[11]. El verdadero “producto” de este proceso es el hombre inculto, aunque “armado de la técnica más desarrollada” y a la vez capaz, por odio, de la destrucción de todo el mundo de la cultura; trátase así de una suerte de “incivil” in-educado que “tiene sólo las apariencias de la civilización, pero costumbres y leyes bárbaras: la civilización cae en la incivilización”; es diariamente violado el derecho a ser bien informado por los llamados “medios de comunicación social” y la verdadera anti-democracia se desliza en el populismo porque “el populismo es el gran enemigo de la educación del pueblo, si educarse quiere significar elevarse”; no existe ni puede existir una cultura “colectiva” (que es lo contrario de la cultura) ni tareas verdaderamente culturales en “equipos” o “cooperativas” de “pensadores”; y así, por medio del abuso de estos medios (cine y televisión), “una cultura de la imagen, sustitutiva del libro… asesina a la palabra y el pensamiento” condenando a los niños (y a los hombres futuros) al «infantilismo crónico, que es aquello hacia lo cual mira la civilización del bienestar y de la técnica, la anticultura. El pensamiento es mediación, la palabra es logos: la imagen inmediata dispensa del trabajo de la reflexión y de la mediación, del esfuerzo de la “palabra propia”, que siempre es creativa porque es reveladora del ser, mientras no lo es el “término exacto” que es el lenguaje de la ciencia. Una pura cultura de la imagen es, verdaderamente, la muerte del pensamiento que, en realidad, es el sueño del sueño en el que ha caído el hombre moderno»[12]. Por eso nos encaminamos «hacia una época oscura con tantos viajes interplanetarios y otras maravillas del medir, todos cálculos racionales sin inteligencia cuyo signo es el límite- toda elaboración y manumisión técnica de datos empíricos y verificables para el bienestar social, pero sin amor, el cual es signo de lo sagrado; una época que probará hasta el fondo toda la miseria incivilizada del hombre sin verdad y sin Dios, extrema indigencia espiritual»[13]. Tal es, pues, el último resultado de la pérdida del ser en la cual el todo es convertido en nada.

P. Carlos Buela


[1] Ibídem, p. 127-128.

[2] M. F. Sciacca, Il magnifico oggi, Opere Complete, vol. 41, Cittá Nuova Editrice, Roma, 1976, p. 58.

[3] M. F. Sciacca, L’oscuramento dell’intelligenza, p.37.

[4] Ibídem, p. 75.

[5] Il magnifico oggi, p. 59-60.

[6] Gli arieti contro la verticale, p. 130.

[7] Ibídem, p. 133.

[8] Ibídem, p. 134.

[9] Ibídem, p. 136.

[10] M. F. Sciacca, La casa del pane, Opere Complete, vol. 42, Manfredi, Palermo, 1979, p. 151. El subrayado es de A. Caturelli.

[11] Gli arieti contro la verticale, p. 140.

[12] Ibídem, p. 148.

[13] Ibídem, p. 150.

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