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Murmuración, pecado contra la autoridad y la obediencia

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Murmuración

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Pecado contra la autoridad y la obediencia

“Si sembrar discordias entre los hermanos es cosa tan perjudicial y tan perniciosa, ¿qué sería si sembrase uno esta cizaña entre los súbditos y el superior? Y si fuese causa de desunión entre los miembros y la cabeza, entre padres e hijos, ¿cuánto más aborrecible sería eso a Dios…? ¡Cuántas veces acontece que viviendo uno con muy buena fe, y teniendo mucho crédito de su superior, y juzgando muy bien de todas sus cosas, y fiando de él su alma, y descubriéndole todo su corazón, por una sola palabrilla que el otro dijo, se cae todo esto, y en su lugar suceden mil malicias, dobleces y juicios temerarios, recatos, murmuraciones, y algunas veces de tal manera cunde esto, que aquel lo pega a este, y este al otro, y el otro al otro! No se puede acabar de creer cuánto daño hacen[1]”.

Desde el siglo XVI, cuando Alonso Rodríguez escribía esto, hasta nuestros días, la historia se repite: Nada nuevo bajo el sol (Qo 1,9). La Historia es maestra de la vida, decía Cicerón. En ella se puede aprender de los errores y aciertos pasados, y “escarmentar en cuero ajeno”. Pero como nunca faltan los necios que decidieron no aprender, el demonio no se gasta en innovar; después de todo él sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Lo que funcionó hace siglos, funcionará también ahora. El fruto no será mucho, pero será seguro.

Esto pasa en la Vida Religiosa con respecto a la murmuración contra los superiores. El diablo sabe muy bien: heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas (Zac 13,7). Por esto escribe San Alfonso a las religiosas: “Procurad, pues, absteneros de toda palabra que tienda a murmuración contra cualquier persona, pero especialmente para con vuestras hermanas, y aun con más particularidad acerca de vuestros superiores… pues que el hablar mal de los superiores, además del daño que resulta contra su fama, hace también que las otras pierdan el amor a la obediencia, o al menos contribuye a la relajación de su juicio”[2].

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Someteos, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey, como autoridado a los gobernadores, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien (1Pe 2, 13-14). Si San Pedro manda someterse a toda autoridad temporal por causa del Señor, ¿con cuánta mayor razón habrá que someterse a la autoridad en lo espiritual, que hace de vicaria del mismísimo Dios?

Santo Tomás, comentando un texto de la carta de San Pablo a los Romanos, se explaya sobre este tema. Veamos los textos:

Ro 13, 1-5: Toda persona esté sujeta a las potestades superiores. Porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay. Por lo cual quien desobedece a las potestades, a la ordenación de Dios desobedece. De consiguiente, los que tal hacen, ellos mismos se acarrean la condenación…” (Vulgata según Torres Amat).

Capítulo 13, Lección 1: “…si la potestad de los príncipes, en cuanto es tal, de Dios procede, y nada de cuanto proviene de Dios carece de orden, se sigue que también procede de Dios el orden por el que los inferiores se someten a las potestades superiores. En consecuencia, quien contra este orden resiste a la potestad, a la ordenación de Dios resiste. No te han desechado a ti sino a Mí, para que no reine sobre ellos (1Re 8,7); Quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia (Lc 10,16). Así es que resistir a la divina ordenación es contrariar la bondad de la virtud. De aquí que obra contra la virtud quien resista a la autoridad en lo que pertenezca al orden de su poder”.

Queda claro, entonces: no se está resistiendo a “este” superior, sino al mismo Dios que ordenó la sumisión de los inferiores a los superiores. Obrar de este modo, es obrar en contra de la virtud de la obediencia. Y si esto es tal referido a la sumisión a los príncipes, cuanto más lo será referido a los que se han obligado bajo voto a obedecer a un superior que hace las veces de Dios. No se ve cómo se pueda dar esto sin culpa propia.

Continúa Santo Tomás: “…muchos hay que por no amar la virtud, no detestan las cosas contrarias a la virtud. De aquí que estos tales son impelidos a evitar el mal por los castigos, y en cuanto a esto agrega: Y los que resisten a la divina ordenación ellos mismos se acarrean la condenación por obrar contra el orden de la potestad. Lo cual se puede entender de una manera de la eterna condenación que merecen quienes no quieren someterse a las potestades en lo que deben. Ejemplo de éstos son Datan y Abirón, que resistieron a Moisés y Aarón, por lo cual se los tragó la tierra, como se lee en Números 16,30-33”[3].

Coré, Datán y Abirón son uno de esos ejemplos insignes que nos ha dejado la Historia Sagrada, pues se amotinaron contra Moisés y Aarón, arrastrando a doscientos cincuenta príncipes de la comunidad y distinguidos del pueblo. He ahí una característica de tales murmuradores: se envalentonan porque se creen muchos, son montoneros, “somos legión”, se dicen.

Esto ya se pasa de la raya. Toda la comunidad entera, todos ellos están consagrados y Yahvé está en medio de ellos. ¿Por qué, pues, os encumbráis por encima de la asamblea de Yahvé? le reprochan a Moisés y Aarón. He aquí otras características, la envidia y la ambición. ¿Os parece poco que Dios os haya llamado a pertenecer a su asamblea? ¡Todavía se os ha antojado el sacerdocio!…, les dice Moisés. Y cuando los manda a llamar, se revelan tal cual son: desobedientes. No iremos… ¿Todavía te eriges como príncipe de nosotros?… No iremos.

El castigo de Dios no se hace esperar:

Apartaos, por favor, de las tiendas de estos hombres malvados, y no toquéis nada de cuanto les pertenece, no sea que perezcáis por todos sus pecados”… se abrió el suelo debajo de ellos, la tierra abrió su boca y se los tragó.

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Con razón pues, San Alfonso advierte: “Por esto decía también San Juan Crisóstomo: No hay cosa que más pueda arruinar la Iglesia de Dios, que el tener los discípulos sentimientos contrarios a los que juzgan los verdaderos maestros (Hom. in dict. S. Paul.). Y yo digo también, que no hay cosa que arruine más a las comunidades que el que los religiosos sean de parecer contrario al de los superiores”[4].

P. Pablo Trollano ive


[1] Alonso Rodríguez, Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, T. I, tratado cuarto, cap. 8, 170.

[2] San Alfonso, La verdadera Esposa de Jesucristo, tomo I, 478.

[3] Caput 13, lectio 1: Deinde cum dicit itaque qui resistit, etc., ex duabus praemissis concludit propositum. Si enim potestas principum, inquantum talis est, a Deo est, et nihil est a Deo sine ordine, consequens est, quod etiam ordo, quo inferiores potestatibus superioribus subiiciuntur, sit a Deo. Itaque qui contra hunc ordinemresistit potestati, Dei ordinationi resistit. I Reg. VIII, 7: non te abiecerunt, sed me, ne regnem super eos. Lc. X, 16: qui vos spernit, me spernit. Resistere autem divinae ordinationi contrariatur honestati virtutis. Unde contra virtutem agit quicumque potestati resistit, in eo quod pertinet ad ordinem suae potestatis. Deinde cum dicit qui autem resistunt, etc., ostendit huiusmodi subiectionem non solum esse honestam, sed necessariam.

Multi tamen sunt, qui amorem virtutis non habentes, ea quae sunt contraria virtuti non detestantur. Unde tales cogendi sunt ad vitationem malorum per poenas, et quantum ad hoc subdit qui autem resistunt, scilicet divinae ordinationi, sibi damnationem acquirunt, contra potestatis ordinem agendo. Quod quidem potest intelligi, uno modo, de damnatione aeterna, quam merentur qui potestatibus subiici nolunt in eo quod debent. In cuius exemplum Dathan et Abiron, qui Moysi et Aaron restiterunt, sunt a terra absorpti, ut habetur Num. XVI, 20 ss.

[4] San Alfonso, La verdadera Esposa de Jesucristo, tomo I, 267-268.

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