Juan Pablo II: Discurso al III congreso internacional de la Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino (28 de septiembre de 1991)

Santo Tomás de Aquino - Cornelio Fabro - instituto verbo encarnado

Saint thomas aquinas 14-Antiphonaryl[Publicamos la primera traducción al español en la web de este bellísimo discurso de Juan Pablo II sobre Santo Tomás de Aquino, ética y sociedad contemporánea]

1. Seáis bienvenidos a este encuentro con el cual se concluyen los trabajos del III Congreso de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, llevado a cabo en Roma en esta semana. Os saludo a todos, saludo en particular al Cardenal Jerónimo Hamer, a los organizadores y a los relatores. Es para mi una alegría tomar parte en esta asamblea. Desde los orígenes de esta Sociedad he compartido su ideal de “promover un diálogo profundo entre el pensamiento de Santo Tomás y la cultura de nuestro tiempo” (Estatutos, n. 1), y su fin de “examinar los problemas fundamentales de nuestro tiempo, especialmente aquellos que tocan el pensamiento cristiano” (Estatutos, art. 2.c).

El hodierno encuentro con vosotros, cultores del pensamiento tomista y de los problemas actuales, empeñados en el diálogo con nuestro tiempo, me procura un sentido de íntima alegría y me da la ocasión de participaros mis expectativas y esperanzas sobre un argumento tan importante, como es aquel de “Ética y sociedad contemporánea”, desarrollado por vosotros.

2. La Iglesia siente la necesidad urgente de ayudar a la humanidad en camino hacia la construcción de una sociedad justa. El rol de la ética es decisivo en este campo, porque la medida del hombre la da su nivel ético. Vosotros habéis examinado los grandes sectores existenciales, donde se juega la suerte del hombre, teniendo cuenta de los grandes problemas que la ciencia, la técnica, la cultura y la economía presentan a la ética. En vuestras relaciones habéis puesto de relieve la ruptura existente entre el progreso científico, técnico y cultural, y una cierta indiferencia en relación con los valores espirituales y mo­rales. Este divorcio entre el orden científico y el orden moral es el drama de nuestro tiempo. El hombre busca dominar el mun­do, pero no es dueño de sí mismo.

En el Evangelio encontramos un juicio de valor delante de una tal situación: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Mt 16,26). Los valores éticos son la via para la salvación de la sociedad contemporánea.

3. Delante de ellos ninguno puede permanecer pasivo. Todos somos responsables de tal situación. Ninguno de nosotros puede hacer frente a este problema solo, es necesaria la contribución de todos.

Conscientes de esto, durante los trabajos del Congreso vosotros habéis dialogado, sea con los maestros cristianos del pasado, sea con los hombres de pensamiento de la cultura moderna. Al final de vuestro trabajo os habéis dado cuenta cuán difícil sea un verdadero acercamiento entre partes tan diversas, y cuán necesario sea proseguir en este camino. El diálogo es el camino del hombre.

Os exhorto a continuar profundizando en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, Doctor humanitatis, y os invito a imi­tar su ejemplo en lo que respecta al encuentro con la cultura y a su evaluación. El Aquinate, Dux studiorum, tiene un valor especial en el campo moral, sea por su contribución doctrinal, sea por el método adoptado.

Sabéis como el Concilio Vaticano II se refirió a Tomás como a un guía seguro para el trabajo en la teología dogmática (Optatam totius, 16). Mas su mérito no es menor en el campo de la teología moral. En efecto, en la Summa theologiae ocupa un lugar central el discurso sobre la moral. Con tal obra, él da inicio a una nueva era en la teología moral, porque ha conseguido incorporar el pensamiento ético clásico en una nueva antropología cristiana e inculturar la moral en una visión teológica. Este gran servicio a la moral no ha sido aun evidenciado de modo suficiente. El Aquinate ha podido prestar este servicio a la teología cristiana escrutando a fondo la naturaleza del acto humano, fruto de la libre voluntad. El hombre llega a ser sujeto moral, prout est voluntarie agens propter finem (In Ethic., prol. 3). La dignidad entitativa del hombre, imago Dei, se refleja en el orden moral del hombre secundum quod ipse est suorum operum principium, quasi liberum arbitrium habens et suorum operum potestatem (S. Th., I-II, prol.).

El orden moral es prevalente sobre los demás ordenes del obrar humano. En efecto, en estos el hombre tiende hacia fines particulares, en cambio el orden moral es el orden del hombre en cuanto tal: In moralibus ordinatur (homo) ad finem communem totius humanae vitae (S. Th., I-II, q. 21, a. 2, ad 2). Una tal comprensión de la dimensión moral debe ser punto de partida y fundamento de todo discurso de nuestro tiempo.

Aquellos que son atentos escrutadores de la cultura hodierna en el orden ético, pueden constatar cuanto sea verdadero lo que Santo Tomás llama la angustia de los doctos (cf. C. Gent., III, 48: In quo satis apparet quantam angustiam patiebantur hinc inde eorum praeclara ingenia), siempre que estos no encuentran una solución adecuada a las instancias últimas del hombre. La angustia hodierna deriva del hecho que nuestra civilización no ofrece al hombre el camino justo. Tantos hombres de nuestro tiempo se encuentran perdidos por senderos que no tienen salida. Por esto, el pensador cristiano está llamado a instaurar un diálogo abierto y sincero, a la luz de las verdades trascendentes, que conduzca hacia aquella verdad que da la orientación a todo hombre, en cuanto está ancorada en Cristo, luz del mundo y Redentor del hombre.

4. A todos es patente cuán profunda sea la crisis ética de nuestro tiempo, y es causa de sufrimiento. El profundo amor por la suerte de cada hombre y de nuestra sociedad nos empuja a la búsqueda de horizontes más humanos. Muchos son los valores de nuestra cultura en los diversos campos, pero también hay tantos límites. El bien implica una totalidad y no tolera ningún defecto: bonum ex integra causa!

El siglo veinte signa la hora de las grandes conquistas del hombre, pero lleva consigo el yerro de haber desencadenado graves desórdenes y holocaustos. El hombre de nuestro tiempo ha descubierto el valor de la vida, pero bajo muchos aspectos padece una cultura de muerte.

Desde el punto de vista de la moral cristiana no podemos menos que denunciar los atentados contra la vida humana, contra la dig­nidad de la familia, contra los valores espirituales y morales del hombre, el indiferentismo religioso y el materialismo ateo.

En medio de esta realidad el cristiano es consciente que debe obrar contra corriente, que debe ser coherente en la vida con cuanto profesa en la fe: fides credenda et moribus applicanda (Gaudium et spes, 25). La Providencia, que dirige la historia humana, nos muestra hoy un nuevo horizonte para la edificación de un mundo nuevo. Después de la caída de casi todos los regímenes totalitarios y opresivos, fundados sobre una inadecuada antropología, estamos invitados a la reconstrucción de una “casa común”, donde Oriente y Occidente, sobre la senda de los valores cristianos, puedan coexistir y colaborar. Esta es una oportunidad ofrecida por la Providencia, la cual dispone el orden de las realidades creadas, pero llama a los hombres a una colaboración efectiva. Sobre las ruinas de un mundo necesitado de valores espirituales debe surgir un nuevo mundo de solidaridad y fra­ternidad cristiana. La Europa cristiana debe mucho a la obra de los grandes moralistas cristianos. Ella reconoce como artífices de su camino histórico a insignes educadores de pueblos como Benito, Cirilo y Metodio, Bernardo, Domingo y Francisco, Alberto Magno y Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz, Alfonzo María de Ligorio y otros. Son ellos quienes nos han indicado los caminos de la ética cristiana y nos han invitado a hacer de nuestra existencia un itinerario hacia Dios.

5. Las grandes crisis de la historia son el resultado de las desviaciones de los hombres en su camino.

El Vaticano II ha escrutado los signos de los tiempos y ha visto nuestra sociedad oscilante entre la esperanza y el dolor. La crisis ética de nuestro tiempo tiene raíces profundas. El Concilio ha indicado al ateísmo entre uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo (cf. Gaudium et spes, 19). El hombre moderno, orgulloso de la propia razón y confiado de las propias fuerzas, ha aceptado vivir solo, secularizando la propia existencia. Además de la pérdida del fundamento trascendente, sin el cual el hombre queda suspendido en el vacío, ha llevado a la exasperación la propia autonomía.

6. Estoy seguro que en este campo habéis llevado a cabo un profundo examen de los problemas de nuestro tiempo. Habéis considerado el papel de la conciencia en las decisio­nes existenciales y operativas. Habéis reflexionado sobre los pro­blemas morales que nacen de la ciencia y de la técnica y habéis subrayado, por otra parte, que en estos órdenes no todo lo que es posible es, al mismo tiempo, licito. El principio general es que todo debe estar ordenado al servicio del hombre, que es imagen de Dios.

Hoy, nuestra sociedad pide la justa distribución de los bienes y una adecuada participación en la gestión del bien común.

El Magisterio de la Iglesia se ha preocupado siempre por la promoción de la justicia y dé la paz entre los hombres, en la orientación de las conciencias sobre los valores y derechos de los hombres. En todos estos nuevos campos, la Iglesia ha siempre encontrado su inspiración en el Evangelio, en el ejemplo de Jesús nuestro modelo, el cual, como dice Lucas, coepit facere et docere, (Hech 1,1).

Si nuestro discurso sobre la ética en la sociedad hodierna quiere ser coherente, debe llevar a la praxis. Este es un campo donde no basta el conocimiento y la contemplación de la realidad, sino que se requiere la creación de la nueva realidad social cónsona con las exigencias de la ética humana y cristiana.

Jesucristo invita a los discípulos a ser operadores para el adviento del Reino de Dios. Los valores del Reino deben iluminar e inspirar también la vida social de la ciudad terrena. La vida social, en efecto, es el resultado de las actividades de las distintas personas que forman el entramado cotidiano. Estamos todos llamados a la edificación de una nueva sociedad más justa y más humana.

Vosotros, estudiosos de Santo Tomás, estáis invitados a promover su doctrina, válida hoy también, para la cristianización de una civilización donde la ética encuentre un puesto y esté en condiciones de conducir la vida en todas sus dimensiones.

Santo Tomás, Doctor humanitatis, os asista en este gran deber moral.

¡Con estos deseos imparto para todos mi bendición!

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