[Publicamos la primera traducción al español en la web de esta carta de Juan Pablo II con ocasión de los 100 años de la Revue thomiste]
Al reverendo P. Jean-Louis Bruguès, prior provincial de Tolosa.
La Provincia dominica de Tolosa y, más ampliamente, toda la Orden de Santo Domingo, celebran este año el centenario de la Revue thomiste, que tenía el fin de “hacer revivir la filosofía cristiana”, como auguraba León XIII en el Breve del 12 de julio de 1894. Desde el 25 al 28 de marzo Tolosa –“la santa y sabia”, como era llamada un tiempo por la estima referida a Santo Tomás, a la facultad de teología y al papado, es sede de un Convenio internacional organizado por el nuevo équipe de la revista, con el intento de estimular la reflexión de los discípulos de Santo Tomás y el conjunto de las investigaciones filosóficas y teológicas. Este evento constituye también la ocasión para agradecer al Señor por un tan grande pensador, cuya ciencia ilumina a la Iglesia entera: el Concilio Vaticano II lo ha presentado como un maestro per cuantos se preparan al sacerdocio (cf. Optatam totius, 16) y, sucesivamente, en el séptimo centenario de la muerte del Doctor communis mi predecesor Pablo VI ha dirigido al P. Vincent de Couesnongle una carta [cf. Lumen Ecclesiae] que aún hoy constituye una guía de gran actualidad.
Desde su aparición, la Revue thomiste se ha propuesto “ayudar la ciencia a permanecer o volver a ser cristiana, ayudar a los científicos a permanecer o llegar a ser creyentes”, según el ejemplo de Santo Tomás, “el príncipe de la filosofía y de la teología católica”, como amaban definirlo los pontífices. […]
Invito hoy a los Frailes Predicadores, a los cuales ha sido confiada la redacción de la revista, y a los fieles que quieren continuar desarrollando investigaciones de filosofía y teología, a llegar a ser auténticos discípulos de Santo Tomás, idóneos a las questiones disputatae y en grado de dialogar con cuantos están lejos de la fe y de la Iglesia, sin que esto signifique la sustitución de una ciencia profana a esta ciencia por excelencia que es la teología. Gracias a una asidua frecuentación de la obra monumental del Doctor angelicus, el pensador cristiano adquiere un método riguroso e instrumentos conceptuales que le permiten penetrar la profundidad de la Doctrina sagrada, y conducir una argumentación apta para dar cuenta de la existencia y de la perfección divina, en los límites de cuanto puede ser comprendido por la razón.
Santo Tomás se interesaba por todo lo que es útil para el espíritu y el alma. Utilia potius quam curiosa, recuerda su lema. Se esforzaba continuamente por captar la armonía entre la teología, la filosofía y las ciencias; y no construía nunca una tesis a priori. Su investigación, siempre incompleta, era un diálogo incesante, no exclusivo, con los autores paganos y cristianos, de quienes sacaba las mejores cosas. En efecto, era particularmente atento a los diversos campos investigativos de las ciencias profanas. Sabía descubrir en el orden de la creación la presencia del Creador, causa primera y eficiente: todo es voz que habla de Dios (cf. 1 Cor 14,10). Muchas intuiciones, que demuestran su interés por las realidades creadas, guían el procedimiento del Doctor angélico: el mundo es el lugar donde Dios se revela en cuanto agente primero (cf. Summa theologiae, I, q. 8, a. 1). El hombre lleva en sí la imagen de su Creador que nada puede alterar totalmente (cf. Summa theologiae, I, q. 93, a. 4). Cada una de las ciencias es un himno al Creador. […]
El Aquinate invita a cada hombre a preocuparse continuamente de la verdad, porque solo investigándola con insistencia es que se llega a la comprensión de la realidad (cf. Contra Gentiles, II, 2-4) y de aquél que es su autor: et sic etiam humana mens debet semper moveri ad cognoscendum de Deo plus et plus secundum modum (In lib. Boetii de Trinitate, q. II, a. 1). La búsqueda del hombre, en efecto, no es un procedimiento del puro intelecto, sino la búsqueda del Bien supremo, aquel Bien supremo que es Dios mismo, el solo en grado de dar la felicidad a la cual aspira el hombre. Pues el análisis racional no basta para adherirse a Cristo. Es necesario acoger el don de la fe, obra en el alma de la gracia que Dios nos concede a través del velo de nuestra naturaleza humana, hasta el día en que, en la visión beatífica, gocemos del conocimiento perfecto que nos hará felices por la eternidad. Delante del misterio de Dios, Uno y Trino, que ninguno puede demostrar, el alma entra en el silencio de la adoración y del amor que lleva a una comunión inefable con su Dios.
Para el maestro habituado a la oración antes que al estudio, la búsqueda concluye en el corazón mismo de una vida de oración que vuelve “familiares de Dios” (Pater, 2). La coherencia de la obra deriva de un largo trabajo y de un largo recogimiento. Santo Tomás, vir evangelicus – dice su biógrafo –, amaba meditar las Escrituras, contemplar la cruz y a Cristo presente en la Eucaristía. Encontraba también en la Virgen María, hacia la cual nutría una gran devoción, el modelo perfecto de la docilidad y de la acogida del Verbo hecho carne. Siguiendo el ejemplo de aquel que se preparaba para el encuentro con su Señor a través del ayuno, la penitencia y las lágrimas, el que busca a Dios debe avanzar por el camino de la virtud y la contemplación, ascesis necesaria para educar la inteligencia y purificar las pasiones, en la fidelidad, en la obediencia y “según el sentir de la Iglesia” (Dei Verbum, 24).
Encomiendo a la protección del Doctor angelicus l’équipe de la Revue thomiste, a los miembros de la familia Dominica y a aquellos que emprenden la investigación filosófica y teológica, disciplinas de las cuales la Iglesia y el mundo tienen particular necesidad en esta época. Los animo a hacerse centinelas para esparcir, en un lenguaje comprensible a nuestros contemporáneos, la Buena Nueva de la salvación, para presentar la doctrina auténtica del magisterio y contribuir a la inteligencia de la fe. Pido al Verbo divino, que es la plenitud de la revelación, que nos hace conocer la verdad última sobre el Padre y que nos comunica el Espíritu, de iluminar las inteligencias y despertar los corazones, para llevar a un conocimiento siempre más profundo de lo que debe ser creído, deseado y practicado. Concedo de corazón a todos los participantes en el Convenio de Tolosa, a cuantos colaboran en la Revue thomiste y a todos los frailes dominicos mi bendición apostólica.
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