INTRODUCCIÓN
Por encargo de Humberto de Romans, Santo Tomás tomó sobre sí la defensa de los dominicos y, en sólo unos días, prepara un esbozo que lee en Anagni, y que una vez desarrollado vería la luz en septiembre-octubre de ese mismo año. Es el tratado Contra impugnantes Dei cultum et religionem, en el que respondió de modo contundente, usando un lenguaje en el que abundan expresiones de una dureza inusitada en él.
Por lo dicho, queda palmariamente claro que este opúsculo de Santo Tomás es de controversia. Más aún, hemos de decir que ésta se hallaba en el momento más virulento. Se trata de establecer, a favor de los Predicadores, la defensa contra las acusaciones que se les dirigieron desde el De periculis. Pero como era de esperar de la soberana visión y perspectiva teológica del Angélico, el resultado es mucho más amplio. Como afirmó Fleury en su Histoire Ecclésiastique, se le ha juzgado siempre como la más perfecta apología de las Órdenes religiosas.
La primera idea sobre la gravedad del conflicto y el alcance de las acusaciones lanzadas contra los Predicadores se puede tener con sólo un vistazo a los lugares donde Santo Tomás expone los puntos a tratar según el plan de la obra (o sea, en el Prólogo y caps. 1, 8, 13, 20 y 22).
En el opúsculo pueden distinguirse tres grandes partes. La primera la constituiría el capítulo primero, donde expone la amplitud del concepto religión. Ante todo se servirá de ello Santo Tomás para dar a la vocación de los religiosos un enfoque y un acento teologal. Toda vinculación con Dios comienza por la fe, que es la que instruye acerca del deber de adorar a Dios por ser Él quien es, o culto de latría. Ese culto equivale a una profesión de fe, que implica también la esperanza y la caridad. A esta fundamental religación con Dios pueden añadirse otras, basadas en algo que se practica y se asume como norma de vida para servir a Dios con exclusividad, y por tanto implica la muerte a lo secular, y la consagración, total, exclusiva e irrevocable, a Dios.
La segunda, son los seis capítulos, de segundo a séptimo, en los que Santo Tomás va a defender la licitud de otras tantas actividades, de las que los seculares excluían a los Dominicos. Contienen lo que responde al ámbito de expresión de la vocación específicamente dominicana, en lo que ella tiene de más peculiar y original. Son los capítulos más largos y cuidados, de modo que, de los 26 de que consta el opúsculo, estos seis solos ocupan más espacio que todo el resto. También dan pie para mostrar hasta qué punto era aborrecida la Orden por los Maestros promotores de la polémica, y cuál era su punto clave. Entre los Maestros seculares del s. XIII, la idea de la institución divina de los sacerdotes con cura de almas desproveía de justificación a los religiosos que se apoyarían en las bulas Nec insolitum y Ad fructus uberes de Alejandro IV y Martín IV (feb. 1281 – mar. 1285) respectivamente, para poder predicar y confesar con aprobación de sus superiores, sin ser autorizados ni requeridos por los obispos o los párrocos. Santo Tomás no cesa de condicionar el ministerio de los Mendicantes únicamente por la misión canónica recibida no de los párrocos, a quienes él niega la jurisdicción ordinaria y de derecho divino, sino de los obispos o prelados ordinarios, y más aún de la Sede Apostólica.
La tercera parte, desde el capítulo octavo al vigésimo sexto, es una refutación ordenada y completa de todas las acusaciones injuriosas lanzadas contra los Predicadores. Verdaderamente, no hubiera podido Tomás encontrar en ningún otro lugar una colección de objeciones, calumnias ni insinuaciones perversas tan completa. Ninguna meramente teórica, sino todas y cada una de ellas con un respaldo referible a algún momento determinado.
Una coincidencia: cap. 5 de Contra impugnantes y cuest. 7 de Quodlibeto VII
Parece oportuno recoger aquí la coincidencia de contenido del capítulo 5 de Contra impugnantes con el contenido de los dos artículos de la cuestión 7.a del Quodlibeto VII, en el tema del trabajo manual. El que esta cuestión no se inserte en el plan del Quodlibeto, ni comience con el clásico Deinde…, sino con un brusco Quaestio est de opere manuali, es lo que ha llevado a pensar que se trata en realidad de una cuestión independiente. Fue sin duda la gran difusión alcanzada por el De periculis lo que lleva a Santo Tomás a refundir esa cuestión para dar lugar al capítulo 5 del Contra impugnantes.
Ya desde el otoño de 1255, San Buenaventura y Guillermo andaban enzarzados discutiendo sobre la pobreza, sus aspectos de renuncia, mendicidad y modalidad al margen del trabajo manual. Durante la Pascua de 1256, poco después de aparecida la primera redacción del De periculis de Guillermo de Saint-Amour donde todos esos temas, como hemos dicho, daban al secular tanto pie para desacreditar a los regulares, el que tuviera lugar la primera disputa de quolibet de un dominico con la fama que acompañaba a Tomás, recién autorizado a ejercer como Maestro y en un mundo donde el tema de la pobreza estaba resultando apasionante, tenía todos los ingredientes para ofrecer inusitado interés.
Para un lector actual, un aspecto sin duda interesante lo proporciona el que Santo Tomás hace suya la postura de San Buenaventura en la disputa con Guillermo. Lo cual va a dar ocasión para comparar a ambos autores en aspectos ajenos al contenido de sus exposiciones. Es decir, de cotejar sus respectivos estilos. Y ahí sí aparece inmediatamente la profunda diferencia. Donde Buenaventura es fronda y maraña, Tomás es simplicidad, claridad y tersura de pensamiento[1].
Choca al lector comprobar la total ausencia de tono polémico en estos artículos, en los que, aun conociendo el autor al virulento oponente en el tema, sabiendo lo duramente zarandeado que había sido por él, y siendo herida su vocación de fraile predicador, que tan querida le era, por los argumentos del secular, sin embargo todo es expuesto en tono apacible, como si se tratase de una cuestión especulativa abordada en un tratado sereno. Pensamos que bien pudiera ser una concesión al hecho de ser su primera disputa de quolibet, o el no haber comprobado todavía el funesto influjo del De periculis. Fue, sin duda, la difusión de esta obra lo que, como hemos dicho, obliga a Tomás a encargarse de la defensa de la Orden. Este mismo tema del Quodlibeto, reelaborado, lo trata en el cap. 5 de Contra impugnantes, aunque de forma mucho más viva y violenta contra Guillermo de Saint-Amour.
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[1] Una vez más viene a la mente el elogio, emitido a un determinado propósito pero con características genéricas por lo que se refiere a Santo Tomás, de H. de Lubac: «Gráce á ses ordinaires qualités de simplicité, de justesse et de précision, saint Thomas résume l’enseignement commun avec bonheur»: Exégése médiévale. Les quatre sens de l’Écriture, IV/2 (París 1964) 302. 0 el de Lottin: «Soucieux de comprendre saint Thomas et d’en apprécier l’importance, l’historien voudra en outre le situer dans le mouvement intellectuel du XIII’ siécle… Dans cette perspective… il constatera que saint Thomas, á la fin de sa carriére surtout, domine de trés haut l’intellectualité de son temps»: Psychologie et Morale aux XIIe et XIIIe siécles (Louvain-Gembloux 1949) 111/2, 601. También a este mismo propósito, lo que se leía en la antigua liturgia dominicana, In festo s. Thomae Aquinatis, II noct., IV Resp.: «Stilus brevis, grata facundia: celsa, clara, firma sententia». Cf. J. PIEPER, Einführung zu Thomas von Aquin (München 1958) 116.
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