Esse y esencia en Dios, P. Carlos Buela IVE (II)

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VI. «Qui sum»

En el Sinaí fue revelado a Moisés «el más propio de los nombres de Dios»[12], donde se explica el nombre por el verbo «ser», tercera persona de la forma qal del verbo hebreo hyh, que significa ser, existir.

Allí, enigmáticamente, responde Dios a la pregunta de Moisés «Tú, ¿quién eres?» (Ex 3,13), diciendo: «Yo soy el que soy» (’ehyeh ‘aser ’ehyeh, v.14). Y más adelante en primera persona: «Yo soy» (’ehyeh, v.15), y poniendo la frase en labios de Moisés, en tercera persona: «Él es» (Yahveh).

Esta respuesta misteriosa es la causa de la veneración extremada de los judíos[13] por el misterioso tetragrama «YHWH» (llamado así porque consta de cuatro letras: iod, he, waw, he): יהוה símbolo del misterio de la vida íntima de la divinidad. Los traductores griegos de la versión de los LXX traducen habitualmente el tetragrama hebreo (que aparece unas 6000 veces en el Texto hebreo Masorético) por κύριος, es decir, Señor.

VI.1. ¿Cuál es la etimología del tetragrama sagrado?

Las opiniones son múltiples:

  • Unos la hacen derivar de la raíz hwh que significa «caer».
  • O de esta otra hwy que se traduce por «soplar», y piensan que, primitivamente, Yavé era el dios de la tempestad que hacía soplar los vientos y caer el rayo.
  • Otro piensan que Yah era una aclamación por la que Dios era invocado en el culto.
  • O que derivaba el pronombre hu’ que significa «él», «él mismo».
  • En Ex 3,14 se explica el nombre por el verbo hyh, «ser», en la forma qal, cuyo origen tal vez sea el verbo cananeo LWLser, existir.

VI.2. ¿Qué significa?

También las opiniones son múltiples:

  • Algunos leen en forma causal: «hace el ser»; «da el ser»; en el sentido de que trae las cosas a la existencia, es el Creador.
  • Otros afirman que se trata de una definición de la inmutabilidad de Dios: «Yo seré lo que soy»Sería una alusión a su eternidad.
  • Otros sostienen, teniendo en cuenta las fórmulas análogas de Ez 12,25: «Yo digo lo que digo», o Ex 33,19: «Yo hago gracia a quién hago gracia», que se insiste sobre la realidad o más bien sobre la soberana independencia de la existencia, de la palabra y de la gracia de Dios. Tendría un sentido de estar en actividad, de devenir; expresando una existencia que se manifiesta activamente, un ser eficaz (justifica la misión de Moisés, encargado de la liberación de Israel…expresa la eficacia del ser del Dios liberador…el que, por los milagros, manifiesta eficazmente su existencia).
  • Para otros indica que es y actúa con una libertad absoluta: «Él es el que es».
  • Algunos ven la idea de trascendencia y santidad. A Moisés se la manda descalzarse… el lugar es «santo». «Él que es» expresa la incontaminación con lo material y la pureza de Dios.
  • Los más afirman que Dios proclama que tiene el «ser» por sí mismo y no de otro. Se contrapone a los ídolos que no tienen ser, ni existencia, ni vida. Expresa el «ser absoluto»: el ipsum esse subsistens: el mismo Ser subsistente. Lo que constituye la esencia metafísica de Dios, es decir, aquella nota fundamental que constituye la razón última y más profunda del ser divino, que le distingue radicalmente de todo ser creado, y que es la raíz de las demás perfecciones divinas.

Dios tiene el ser de sí mismo y por sí mismo (esto se opone a la esencia del ser creado).

  • Es el mismo Ser.
  • El Ser absoluto.
  • El Ser que subsiste por sí mismo.
  • Esencia y ser se identifican en Dios.
  • Excluye todo no ser y toda mera posibilidad de ser.
  • Es el Ser Real purísimo, sin mezcla de potencialidad.
  • Es el Ser por antonomasia e implica la aseidad eterna, la unidad y simplicidad absoluta, la plenitud infinita de la naturaleza divina.
  • Es el eternamente presente[14].

Constituye esta respuesta una revelación singularísima de Dios, en la cual da su nombre, que es como si dijéramos, su definición. Es solemnísima la declaración divina y, además, excepcional. Es el único nombre verbal, no‑nominal, de Dios, que le diferencia de todas las concepciones abstractas de la divinidad que tenían los pueblos circunvecinos, y que, por lo tanto, lo presenta como el único Dios personal que se ha manifestado a lo largo de la historia[15].

Santo Tomás arguye magistralmente demostrando que «es el más propio de los nombres de Dios» por razón de su significación, de su universalidad y por lo que incluye en su significado[16].

También aquí nos encontramos con opiniones distintas:

  • Para algunos (Volg, Gressmann, Gunkhel, Balscheit, Kohler, Lambert, B. Couroyer y José Gortía ‑en la Biblia de Jerusalén‑, etc.), se trata de una respuesta negativa a dar su nombre. Como si dijese: «Ego sum qui est innefabilis».
  • Para otros (Grether, Buber, Hanel, Vnezen, etc.) indicaría la soberana independencia de la existencia, de la palabra y de la gracia de Dios. Tendría el sentido de devenir, de estar en actividad, de ser eficaz, como si dijese: «Ego sum qui est in fieri».En este sentido «él es» (o «él será»), Yahvé, el que manifiesta eficazmente su existencia.
  • Por eso para otros (Davidson, Hehn, Sellin, Eichrodt, etc.) es el que es constante en ayudar y ser fiel a su pueblo: «Yo estaré contigo» (Ex3,12).
  • Otros leen el verbo en forma causativa hifil (Albright[17], Obermann, etc.) y traducen: «yo haré ser lo que haré ser», o «hace existir lo que comienza a existir», o sea, significa Creador. Sería «el que hace el ser, el que da el ser, el que crea». Entenderían: «Ego sum qui dat esse».
  • Otros traducen «yo seré lo que yo era», lo que daría el sentido de la eternidad de Dios. Versión insostenible ya que el verbo está dos veces en imperfecto.
  • Otros ven la idea de trascendencia y santidad. Sería «El Santo». Dios manda a Moisés que se descalce, con lo que expresaría la incontaminación con lo material y la pureza de Dios. «Ego sum sanctus»sería su lectura.
  • Otros ven expresada la noción: «El que hace la historia», equivalente a «El que liberta», como si dijese: «Ego sum qui facio gesta».
  • Alguno considera que se refiere al que está junto, que acompaña: «Ego sum qui adsum».

En el fondo todas estas lecturas, y cuantas más puedan darse, manifiestan el sustrato filosófico de sus autores. Tanto lo que constituye la esencia metafísica de Dios, como la manera de entender el nombre propio de Dios, trabajan como la clave de bóveda del pensamiento humano. Más allá de eso no hay nada más elevado, por eso expresa, a maravillas, la inteligencia que el teólogo, el filósofo o el exégeta tienen de la realidad.

VII. Preconcepto

Por eso, en las distintas relecturas de «Ego sum qui sum» (Ex 3,14), se puede detectar lo que los alemanes llaman «Vorgriff», el preconcepto filosófico que subyace en cada intérprete, sea que él mismo lo explicite o no, lo sepa o no lo sepa.

Así es que fácilmente uno puede detectar el sistema filosófico de cada hermeneuta, sea agnóstico, emanatista, historicista, relativista, intelectualista, fenomenista, hegeliano, racionalista, nominalista, existencialista, marxista, panteísta, libertista, horizontalista, voluntarista, gnóstico, unionista, buenista, etc. Todas las prevenciones contra la abstracción, la filosofía del ser, etc., son posturas filosóficas. Decía Aristóteles, en un célebre dilema: «¿Decís que hay que filosofar? Entonces es cierto, hay que filosofar. ¿Decís que no hay que filosofar? En ese caso también hay que filosofar (para demostrar que no hay que hacerlo). En ambos casos, pues, hay que filosofar»[18].

De ahí que casi todas las hermenéuticas modernas busquen encerrar la esencia de Dios en la inmanencia (aun cuando hablen de trascendencia), sea en cuanto ignoto, eficaz, auxiliador, obrador, duradero, incontaminado, liberador, unificador, etc.

En última instancia son intérpretes cuya inteligencia es horra de metafísica. Por lo tanto no pueden penetrar la realidad y deforman el dato revelado.


[12] S.Th. I, q. 13, a. 11.

[13] Tan extremada que los correos de Israel editaron una estampilla con el tetragrama sagrado que nunca llegó a circular, que tampoco podían incinerar, y como solución toda la edición la guardaron en una caja de seguridad –tesoro- de un banco.

[14] Cfr. Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia genereal, 31/7/1985; L’O.R. 4/8/1985, p. 3; Insegnamenti, VIII, 2 (1985) p. 175.

[15] Cfr. A. Lang, Teología Fundamental, t. I, Ed. Rialp, 1975, p. 173.

[16] S.Th. I, q. 13, a. 11.

[17] W.F.Albright, De la Edad de Piedra al cristianismo, Santander 1959, p. 164.

[18] En el Protepticós, del cual solamente nos han llegado algunos fragmentos. Cfr. fr. 50.

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