PROGRESISMO CATÓLICO
Llamóse Progresismo Católico[1] a la unión con fines políticos de comunistas y católicos.
En los años de la segunda guerra europea, el comunismo inicia la política “de la mano tendida”, llamando a colaborar con ellos a los católicos. En 1947 surge la Unión de Católicos Progresistas, con la intención de compartir con los comunistas la acción política. Los progresistas no fueron a ellos para convertirlos de su ateísmo, sino para convertirse en sus auxiliares. Los comunistas estaban firmes en su postura atea y destructora.
Nunca la mentira de unirse a los católicos para colaborar en la paz pública fue tan perfecta, ni tan perfectamente creída por la ceguera mental del liberalismo católico. Mientras los vagones descargaban sobre los hielos siberianos las víctimas del régimen más terrorista de la Historia, los artífices del terror y la miseria se constituían en Europa y América en los profetas del nuevo paraíso terrenal. Justificar una concepción del mundo secularista con una concepción de la gracia falseada o seudo sobrenatural, sin intervención de la fe en las cosas humanas. En 1963 nace la revista Concilium, que llevará adelante la empresa del progresismo católico (Cf. ICI, 22 de mayo, 1967). Así el progresismo católico ensancha su campo de acción presentándose como mentor de la Iglesia, y dando su sentido propio hacia el protestantismo, el escatologismo y sus tendencias antiescolásticas al mundo de sus lectores, principalmente seminaristas y clérigos.
Estamos en presencia de un movimiento de grandes dimensiones; quizá el nombre de progresismo le resulta en estos momentos impropio; es un movimiento de inspiración protestante, humanista, liberal; se ha hablado también de sinarquía, masonería; apuntan tendencias hacia el marxismo como el “Movimiento cristianos para el socialismo” y el “Tercer Mundo Latinoamericano”. En fin, es un movimiento complejo que se presenta como católico pero que siempre ataca la doctrina tradicional de la Iglesia. Realmente no estábamos acostumbrados a ver estos intentos renovadores que han acarreado la muerte de nobles empeños en sacerdotes, religiosas y religiosos; no es posible pensar en una renovación legítima cuando hubo tantas apostasías de la fe y de la religión; aun hoy día, las mejores vocaciones se ven malogradas por tener que “digerir” las reformas del “Concilio” paralelo. Hemos sido formados en el respeto al episcopado y a la jerarquía eclesiástica; ahora tenemos que estudiar cada caso, para ver si ese respeto se justifica o no. El amor por la Iglesia no puede encarnarse en realizaciones visibles; la libertad de cultos o las tenidas ecuménicas podrán respetarse, pero no despiertan ningún entusiasmo fuera de las fronteras de la nueva iglesia sin límites bien definidos con el protestantismo.
Pongamos algo del pasado inmediato, que justifica plenamente lo que decimos:
Mes de diciembre de 1965, dice la crónica referente al Congreso de Laureati Cattolici, al que asistía el entonces arzobispo de Siena, Mons. Castellano: “Han subrayado, cada uno a su manera, que no se trata de caer en el espíritu de polémica con el marxismo ateo, sino de dirigirse a sus adeptos como hombres dentro del campo de actividad de la Iglesia” (ICI, 15 de enero de 66). El marxismo ateo se considera aquí con otro espíritu, de conciliación, de amistad; ya no es solamente el Rin que echa sus aguas en el Tíber, sino también el Volga. La Democracia Cristiana es la cobertura política de la nueva iglesia. Leemos, por ejemplo, en Bulletin Independent d’Information Catholique (nov. 1974), que la Iglesia colabora con el Maoísmo (sigue la crónica de reuniones con ese objeto en Lovaina, en un colegio católico). En el mismo periódico belga, un congreso de cristianos y musulmanes, con el objeto de trabajar en común para difundir la fe y la verdad. (¿?)
En un trabajo muy documentado leemos algunas expresiones de Mons. Zacchi, nuncio en Cuba, favorables al comunismo y a Fidel Castro.
El 1 de julio de 1949, Pío XII lanza excomunión a quienes se suscriban al partido comunista. Pero la corriente de católicos pro-marxistas permanece. En 1947, el periódico belga antes mencionado afirma: “la penetración del marxismo en la Iglesia no puede ser negada… Hoy en día teólogos y sacerdotes se declaran abiertamente marxistas, dedicándose al análisis marxista de la sociedad” (julio-agosto, 1974).
Informaciones Católicas Internacionales, (ICI), una revista completamente volcada en esta dirección seudo renovadora, publica noticias religiosas de todas partes del mundo. En el número 162 (22 de abril de 1966) publica noticias de América Latina. Según el cronista: “América Latina ocupa un lugar de privilegio en la actualidad ecuménica. Después de Colombia fue en México donde se entabló el diálogo en la cumbre, y en Venezuela los ortodoxos aceptan la “comunicatio in sacris con los católicos”. Exalta el cronista las magníficas disposiciones del obispo episcopalino de Colombia y del Ecuador. El 24 de marzo de 1966 se realiza en México la primera reunión ecuménica en torno al arzobispo primado, Mons. Miranda, Mendes Arceo y el abad de Guadalupe; asisten un obispo anglicano, un pastor luterano, un rabino y el secretario del movimiento estudiantil cristiano. Aquí en nuestro país existen cartas y presentaciones a la jerarquía eclesiástica denunciando hechos concretos, y cartas firmadas que delatan sobre todo la actividad guerrillera de sacerdotes y laicos. En Córdoba ha sido notable la actividad promarxista; tenemos un último informe del 10 de febrero del corriente año.
Todo esto es un movimiento que ha tomado incremento sobre todo en las jerarquías eclesiásticas de América Latina y del mundo. El mal viene de arriba, de obispos y teólogos, y por eso es tan extendido, universal y duradero.
La importante revista española Iglesia-Mundo N° 157 (15 de abril de 1978), publica una súplica abierta al Santo Padre Pablo VI, firmada por el Arzobispo Castrense Mons. Arrigo Pintonello. Expone sintéticamente la situación de la Iglesia en Italia y en el mundo. Mencionemos algunos puntos:
Los seminarios y universidades pontificios, como ya es sabido, se han convertido en escuelas de inmanentismo, de naturalismo y, por consiguiente, de marxismo y de ateísmo contagiando ya a más del noventa por ciento del clero joven. Las escuelas estatales, las universidades civiles, la prensa, el cine, el teatro, con el complaciente silencio o la complicidad del mundo católico, se han convertido en vehículos de ultra izquierdismo y de ateísmo, etc. Continúa enumerando los hechos, sobre todo “la suma de todas las herejías”, como llamó Pío X al modernismo.
A continuación vienen las causas: la primera es un silencio inexcusable, el de la jerarquía eclesiástica. Ha orillado —dice Mons. Pintonello— hace más de un decenio, el deber de renovación adaptándola a los tiempos, la ultrasecular condenación (desde Pío IX a Pío XII) del materialismo ateo. Ha bajado el telón del silencio sobre el macabro escenario: en este escenario figuran sesenta y seis millones de muertos bajo Stalin; el Episcopado ucraniano extinguido en las prisiones o en el exilio; ciento cincuenta millones de víctimas bajo Mao Tse-tung; dos millones de camboyanos; siete millones muertos por el Vietcong, y sigue la lista de víctimas del comunismo. Las cesiones suicidas en el altar de la Ostpolitik, los absurdos descubrimientos de afinidad entre Cristo y Marx, las relaciones diplomáticas, etcétera.
Para no abandonar nuestro objetivo contabilizando la acción funesta de unos y el silencio de otros, vamos a volver sobre el pensamiento de los teólogos.
Encontrámoslos reunidos (20-26 de marzo, 1966) en la Conferencia Teológica Internacional sobre el Concilio en la Universidad de Notre Dame. Allí están Karl Rahner, De Lubac, Congar, Tücci, Moeller, Houtart, etc. Es decir, los iniciadores de la renovación de la teología y de la Iglesia con las consecuencias conocidas. Los temas fueron del Concilio; ellos mismos, dueños de la situación, dieron las pautas principales al Concilio. Uno de los puntos claves, dice la crónica, fue la confrontación de la Iglesia con nuestro mundo moderno. Uno de los puntos capitales fue “la teología debe ser más antropológica”; vale decir, fundarse en el hombre fue la tesis sostenida y apoyada por todos.
Las líneas de renovación para la Iglesia trazadas por aquellos teólogos pasaban por muchos lugares calificados de modernismo y reprobados por las encíclicas Pascendi, de San Pío X, y por la Humani Generis, de Pío XII. Allí se había reprobado el relativismo teológico; éste reaparecería como una exigencia de historicidad o acomodo al tiempo. Las dificultades de la fe con el mundo actual, es un problema con mucho de “gabinete”, aunque tenga sus aspectos reales. La palabra “renovación” en exégesis, era un llamado a volcarse en la exégesis protestante, exclusivamente filológica y arqueológica, sin atender para nada la Revelación, que un protestante no atiende porque no la entiende. Las líneas de la renovación católica buscan en el progresismo católico todos los elementos de juicio para acabar con la Iglesia; aceptan toda la crítica protestante y niegan hasta la fundación de la Iglesia por Jesucristo; vale decir, niegan la fundación de la Iglesia Católica que tiene su asiento en Roma, la única y verdadera Iglesia. La Iglesia debe condenar el error, para aclarar la verdad; el consejo de teólogos reunidos en Notre Dame quizá tolere la verdad, pero no tolera la condenación del error. Así no se ha condenado ni a Teilhard de Chardin; se ha rehabilitado el marxismo; no se han condenado muchos errores como los de Hans Kung y muchos otros. (N. del E.: esto fue dicho en 1978).
Transitan por los caminos tortuosos de la antiescolástica, por el conceptualismo filosófico-teológico, positivismo en exégesis y en teología. La antiescolástica, el filosofismo conceptualista moderno, no puede hacer de nuestros estudiantes y seminaristas de hoy los maestros que mañana necesitará el pueblo de Dios. Los teólogos progresistas han renunciado a su noble tarea de esclarecer la palabra de Dios; aquella resulta oscurecida, por no trasmitir las enseñanzas de la Iglesia, sino las voces confusas y dispares de la seudo-profecía.
Todo este proceso se ha llamado “cambio de estructuras”, secularización, renovación. Vamos a ver más de cerca la secularización.
El P. Ives M. Congar define la secularización como autonomía de las causas segundas frente a la causa primera, que es Dios. Es el concepto que desarrolla el P. Congar en su conocido “Jalones para una Teología del Laicado”. Allí insiste sobre lo que llama “concepción monástica” de las causas segundas dependientes de la Causa Primera; a ello contrapone enérgicamente la concepción asumida por la nueva iglesia de independencia. Toma sus recaudos para no excluir esta independencia del plan providencial, pero es verdadera independencia y el papel de la Iglesia en el mundo es para promover la obra del mundo. De esto hablamos en otra ocasión.
Dentro del mismo orden de ideas, Julio Girardi define la secularización como descubrimiento de lo profano; en su consistencia y autonomía propias. Siempre lo principal es la autonomía de este orden temporal: autonomía frente a la Moral cristiana, en lo civil, en lo religioso, en lo político, en lo económico, etcétera, quiere decir la puerta abierta para la lujuria, la prodigalidad, la soberbia de la vida, amor al dinero, al poder, la astucia, entre oriflamas a la soberanía del pueblo y a los derechos humanos.
Podemos proseguir un tanto la explicación de Girardi: “Lo profano se ha manifestado de un modo concreto como un mundo de valores, poseedor de una coherencia interna, autosuficiente y penetrado por un aliento ideal. Este impulso ideal… que antes estaba orientado hacia los valores religiosos, hoy se orienta hacia los valores profanos” (Ibidem).
Aquí no hay solamente un reconocimiento de valores profanos antes conculcados sino una nueva interpretación: propiedad, religión, familia, derechos humanos y divinos, etcétera, todo se ve sujeto a una nueva interpretación. Antes se veían, en último análisis, en relación a la fe; aun los votos religiosos, el apostolado estrictamente religioso que se veían con relación a la fe, al fomento de la vida cristiana. Ahora todo se reinterpreta con relación al desarrollo social y económico, sin la menor relación con la fe y la vida cristiana. La misma enseñanza; antes la Iglesia hablaba de enseñanza religiosa, hoy en día habla de libertad de enseñanza. Todo es reinterpretado, no según su ordenación hacia Dios, sino según su indebida ordenación al diablo.
Los cristianos hemos sido rescatados del mundo por Jesucristo. Debemos “repensar la experiencia cristiana” como la han reflexionado los santos: ahondando en la ciencia del bien.
En esta etapa de la secularización, la moral no es un movimiento hacia Dios; no tiene en cuenta el último fin de la vida humana. Es un movimiento inmanente, que nace en el mundo y muere en él. La fe en Girardi y en Metz es la encargada de asumir los valores profanos. “Todo valor humano personal y comunitario”, dice el primero. La palabra asumir viene como para no despojarla de toda función. Analizando más de cerca este “asumir”, significa contemplar, aprobar, sin gravitar; pero toda gravitación de la fe en materia de acciones humanas chocará contra la autonomía que pide la secularización. De hecho, por ejemplo la Humanae Vitae donde Pablo VI abordaba importantes cuestiones familiares, tuvo grandes resistencias.
La secularización más violenta en la Iglesia, encaminada hacia una profanidad atea, sin Dios, ataca sobre todo y tiende a disolver los contenidos de la fe teologal. El encargo de asumir los valores profanos es cada vez más hipotético.
Digamos cómo se ha entrado por estos caminos. Los propósitos han sido los mismos: renovación de la teología y de la Iglesia. Consecuencias: abandono de la teología y sustitución por la antropología.
“La Teología es una reflexión sobre la Fe. Como tal tiene valor en sí misma independiente de toda utilidad. Pero la Teología tiene también una función de servicio al pueblo de Dios” (p. 43).
El autor señala una línea de problemas para la Teología. Concede también que una conversión de la Teología, a “un puro humanismo” no puede sostenerse (p. 44). Sin embargo la nota predominante en una Teología actual señaladas por el mismo autor, es la historicidad; “no puede ser atemporal” (p. 27); “el universo de la explicación racional del hombre es antropocéntrico” (p. 29).
Esta línea de reflexión teológica, histórica, antropológica, sensible a las condiciones de la vida moderna, Congar la ve avalada por la constitución Gaudium et Spes del Vaticano II. Dice así: “En asuntos dogmáticos y también en gran parte en asuntos éticos y sociales, nuestra Teología procede ordinariamente por deducción. Aplicamos unos principios establecidos con la atención puesta en un firme dato doctrinal. Pero cuando el Vaticano II se puso a hablar de la Iglesia-Mundo de hoy, cayó en la cuenta de que el punto de partida debía ser un conjunto de hechos”.
En este asunto de la secularidad-secularización no existe ninguna línea divisoria que se pueda trazar entre el derecho divino positivo, el derecho natural y el humano positivo; la autonomía es proclamada enfáticamente y todas las dudas posibles permanecen en el seno de la ambigüedad. Lo ambiguo para nosotros entra en las categorías de exigencia o necesidad para el nuevo giro de la moral antropológica, historicista, éticamente valorada por su pertenencia a la persona (Cf. Romano Guardini, Karl Rahner). Zieglar interpreta estos hechos: “La ética social se ha desgajado de la teología moral como una disciplina autónoma” (La Teología en el Siglo XX; en colaboración, p. 286). La observación es explicable, aunque nada se justifica.
La constitución conciliar Gaudium et Spes determina el sentido de esta autonomía con las siguientes palabras: “Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de leyes propias y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía… pero si la autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras” (N° 36).
Dentro de la doctrina relativista de la nueva iglesia, religión, autoridad, propiedad, trabajo, capital, derecho, etcétera, tienen los privilegios de la secularidad y la moral cristiana no puede regirlas en ninguna forma; son de la persona, nacen en la persona, por tanto inamovibles.
Estamos ante una forma de maniqueísmo. Los antiguos maniqueos decían: lo espiritual es de Dios: lo material es del Diablo. Los neo-maniqueos afirman: lo espiritual pertenece a Dios; lo humano y social pertenece al Hombre, que condivide su dominio con el Dios verdadero. Aún no sabemos si aquello espiritual pertenece solamente a Dios, pues se deben respetar las leyes del pluralismo, de la libertad religiosa, del mismo secularismo.
El problema de la Iglesia frente al mundo, del hombre y la fe, de lo sacro y lo profano, naturaleza y sobrenatural, no se resuelve por un sistema de tensiones en el que debiéramos poner aquí lo más y allí lo menos; se daría en términos intercambiables. El problema del cristiano frente al mundo debe tener en cuenta dos cosas. Primero el concepto de mundo que deba confrontarse, y en segundo lugar, el carácter del cristiano.
Uno es el mundo creado por Dios donde el hombre vive; este mundo no es malo; de él dijo Dios al hombre: “Sometedle y dominad” (Gen. 1,28).
Otro es el mundo de lo fabricado por el hombre, el fruto de su industria; tampoco en sí mismo, podemos decir que sea malo; habrá bien o mal, según el uso que hagamos de él.
Existe un tercer mundo, del cual dice San Juan: “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en la caridad del Padre” (I Jn. 2,15). Entendemos que es el mundo que no debemos admitir. San Juan mismo especifica qué es este mundo: “Porque todo lo que hay en el mundo: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre sino que procede del mundo” (v. 16).
El hombre vive en los tres mundos y debe combatir este último que lo conduce a la aversión a Dios, o sea el pecado. Esto es claro por parte del mundo.
Por parte del cristiano, tenemos un hombre, una naturaleza caída pero que ha recibido el carácter y la gracia de cristiano. El hombre cristiano ya no es pagano; el ser cristiano es cuestión de especificidad, no de grado. No es que el hombre deba optar en un sistema de tensiones contrapuestas, y que a la opción deba resolverla la historia o la cultura. Puede optar en lo que se llama de consejo, pero no en lo que es de precepto. Es de precepto el amar a Dios sobre todas las cosas; eso no puede ser materia de opción.
El carácter sacramental es una potencia; un poder habilitante. Tanto en el bien como en el mal, pone en juego el cristiano toda su responsabilidad como miembro de Jesucristo.
El mundo se salva y se salvará hoy y mañana como ayer por el misterio de la Cruz; el grado de evolución técnica o cultural no cuenta para nada. El hombre actual y de siempre es señor del mundo; pero para salvarse será un señor crucificado.
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[1] SINTESIS BIBLIOGRÁFICA. Solamente una síntesis y muy imperfecta. El P. JULIO MEINVIELLE analiza con la competencia que le hemos conocido la temática y evolución del Progresismo en diversas obras suyas. Señalamos dos: La Iglesia y el Mundo Moderno. Bs. As., 1966. De la Cabala al Progresismo. Bs. As., 1970. CORNELIO FABRO. La aventura de la Teología Progresista. Ed. Esp. 1976. Pbro. MIGUEL PODAROWSKI. El Marxismo en la Teología. Speiro. Madrid, 1976. Mons. LUIGI MARIA CARLI. Tradición y Progreso en la Iglesia Católica. Madrid, 1970. Mencionamos directamente obras en contra del progresismo, haciéndonos cargo del peligro que entraña para la vida de la Iglesia. A su vez, el progresismo católico corre a cargo de teólogos muy publicitados, tales como Rahner, Congar, Schillebeeckx, Lambert, Liegé, etcétera.
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