Entraña el delito de sedición en el seno del cuerpo político.
Santo Tomás, después de tratar de la guerra o conflicto armado entre dos Estados, o bien el duelo o riña entre personas particulares, trata de la sedición, que es el conflicto armado entre partes de la misma multitud que disienten entre sí, cuando una parte intenta agredir a la otra parte. Tenemos sedición, entonces, no cuando hay guerra, ni cuando se trata de un tumulto callejero, sino cuando en la misma comunidad que debía vivir en paz se siembran principios de división, que atenían contra la unidad y la paz de la multitud[1].
La sedición siempre es pecado; rompe la unidad y la paz que debía existir en una comunidad. Sedición no es solamente el mismo conflicto, sino prepararlo. El sedicioso siembra la discordia y la fomenta. Sembrar motivos de odio en las comunidades humanas, es sedición. La paz pública es un bien y no debe ser alterada sin motivos.
Los motivos de odio social generalizado son explotados por el comunismo para crear los conflictos internos que cree lo llevarán al poder.
Santo Tomás distingue, en categorías morales diferentes, entre la guerra declarada por la autoridad legítima y por una causa justa, y la sedición, que es romper la unidad de la comunidad y el bien común. La guerra justa se basa en la paz buscada, en el deseo de restablecer la justicia. Sigamos leyendo a Santo Tomás; se pregunta si la sedición se justifica cuando el régimen es una tiranía. Responde que el régimen tiránico no es justo por no ordenarse al bien común, sino al bien privado del regente. Entonces el levantamiento en armas no tiene razón de sedición, a no ser que el pueblo sufra mayores males por la revolución que por el régimen[2].
La sedición entonces se opone a la unidad del pueblo y a la utilidad común.
La teología de la liberación no aporta más solución a los problemas que la lucha armada y el estado de violencia. Explico: Por el carácter conflictual de la historia humana. “La teología, dice Gutiérrez Merino, parece haber eludido durante mucho tiempo una reflexión sobre el carácter conflictual de la historia humana; enfrentamientos entre hombres, clases sociales y países”. Más adelante añade: “La liberación expresa las aspiraciones de las clases sociales y pueblos oprimidos; subraya el carácter conflictual del proceso económico, social y político que opone a las clases opresoras y los pueblos opulentos” (p. 68).
Donde la doctrina católica ve la necesidad de una integración de partes en orden al bien común, la liberación de cuño marxista ve la necesidad de un conflicto armado.
La doctrina católica quiere la paz y la concordia. La paz es, en el interior del hombre, la quietud de sus apetitos en su ordenación al último fin; la concordia es la unión de muchos en el mismo fin[3].
La doctrina católica no apoya la discordia. La liberación pone en el corazón del hombre y entre los hombres un necesario conflicto, una ruptura que no tiene más solución que la muerte de una de las partes.
Gutiérrez Merino habla de una aspiración “de las clases sociales y pueblos oprimidos”. Es una fraseología conocida. Sabemos que la “aspiración” corre por cuenta de los jerarcas del Kremlin y de Fidel Castro.
Si hay un conflicto entre opulentos e indigentes, esto no lo va a resolver el opulentísimo Kremlim, que ha sumido en la miseria, en el terror y en la indigencia, donde ha llegado su influencia.
Para la Teología Liberacionista, el conflicto es metafísicamente necesario. Gutiérrez Merino no admite solución pacífica. “Gaudium et Spes, dice, ha limado las aristas y evitado los aspectos más conflictuales. La Populorum Progressio, aunque denuncia el imperialismo internacional del dinero… se dirige, en última instancia, a los grandes de este mundo para que tengan a bien realizar los cambios necesarios” (p. 65). Rechaza la posibilidad de una conciliación. Quiere decir que el grupo político no comunista debe desaparecer: “Una conciliación no es sino una ideología justificadora de un desorden profundo” (p. 78).
Podríamos seguir transcribiendo textos de los teólogos de la liberación, pero todos van a lo mismo; no hay otra solución para los problemas sociales y económicos que la lucha de clases. El marxismo no se interesa por determinar qué entiende por clase. La llamada “clase oprimida” que se levanta a luchar es la opulenta clase de los ideólogos marxistas, más interesados en la Banca Internacional y en la perfección de los misiles que en las necesidades del pueblo.
La Iglesia es llamada por los ideólogos marxistas a poner en juego los resortes de la predicación, de la enseñanza, autoridad, prestigio, a movilizar todos estos elementos en beneficio de la revolución social. En esta revolución social propiciada por la nueva iglesia, ni la fe ni la Iglesia tienen ningún papel constructivo. Deben suscitar los enfrentamientos, los odios, los crímenes, la guerrilla interna; la fe y la Iglesia son llevadas a promover el delito de sedición, y después entregar las sociedades extenuadas en manos del marxismo ateo, la totalidad del poder político, el gobierno y vida de los pueblos. ¡Se nos llama a renovar el cristianismo, haciéndolo desaparecer!
La guerra puede entrar en categorías morales definidas, cuando hay un agravio a la dignidad nacional o un derecho conculcado. En Nicolás Maquiavelo salimos fuera de una concepción moral de la guerra, aquilatada desde un punto de vista ético, para pasar a la guerra justa cuando es necesaria. El príncipe debe ver cuándo le es útil.
Poco a poco se abre camino un jus belli condicionado; esta concepción, que se evade de la moral cristiana, la resume Luis Delbez: “pertenece al soberano solamente apreciar el grado de necesidad de la guerra; aquí desaparece el elemento moral exigido por los escolásticos y el elemento jurídico puesto por Grocio”.
Es un grosero error pensar el comunismo como un ideal, como algún contenido moral, como alguna concepción del bien común, que mire de algún modo el bienestar de la comunidad. Como escribe Henri Lefebvre: “El comunismo es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia. Inerte e infalible corre hacia su fin; en cada curva de su curso deposita el barro que arrastra y los cadáveres de los ahogados”.
En América Latina, la teología de la liberación es un instrumento de guerra, para la conquista del poder político. Pertenece al plano de la guerra ideológica, que entrega al enemigo lo que no conquistaría con las armas.
Hemos viajado, por el mismo camino, desde los pecados contra la fe hasta la paz armada y la guerra.
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[1] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, II-II, 42, 1.
[2] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, II-II, 43, a. 2, ad 3.
[3] SANTO TOMÁS. Suma Teológica. II-II, 29, 1.
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