EPÍLOGO

EPÍLOGO

Ahora, después de que, con el auxilio de la divina gracia, ha sido rechazada la difamación de hombres perversos, queda bien claro que no hay condena alguna para quienes viven en Cristo Jesús, los cuales no se guían por lo carnal (Rom 8,1.4), sino que, cargando con la cruz del Señor, se consagran a obras espirituales, despreciando apetencias de la carne. Habría lugar a decir otras muchas cosas, replicando a los susodichos calumniadores. Sea Dios quien los juzgue, pues su perversidad se pone de manifiesto con las cosas que, salidas de su corazón, propalaron perversísimamente [nequissime protulerunt]. Baste pensar en la sentencia del Señor acerca del particular: ¿Cómo podéis decir cosas buenas, siendo malos? La boca habla de la abundancia del corazón (Mt 12,34). Si alguien se purifica de todo esto, desaprobando su maldad, será vaso de honor, santificado para servir al Señor y apto para toda obra buena (2 Tim 2,11). Quienes están de acuerdo con ellos, ciegos que siguen a ciegos, caerán junto con ellos en el hoyo: para librarnos de caer, baste lo dicho aquí con la ayuda de Dios, a quien sea honor y acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén.

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