El peor régimen es el tiránico

Reproducimos el capítulo 3 del tratado sobre la monarquía que Santo Tomás escribió para el rey de Chipre. El capítulo se titula «el peor régimen es el tiránico»:


Como la monarquía es lo mejor, el régimen de un tirano es lo peor. Se opone la democracia a la polis si, como de lo anterior se deduce, hay un gobierno que se ejerce por muchos; a la aristocracia se opone la oligarquía, si se ejerce por pocos; la monarquía a la tiranía, si se ejerce por uno solo. Hay que demostrar en principio que la monarquía es el mejor régimen. Luego, si a lo mejor se opone lo peor, es necesario que la tiranía sea lo peor.

Además, la virtud unida es más eficaz para producir el efecto que dispersa o divide. Pues muchos reunidos al mismo tiempo arrastran lo que por partes no podría ser arrastrado ni dividido, actuando individualmente cada uno. Luego así como produce mayor utilidad que la virtud que tiende al bien sea solamente una, para promoverlo con más eficacia, así también es más nocivo que la fuerza que produce el mal sea una que muchas. La fuerza de quien preside injustamente tiende hacia el mal de la multitud, cuando convierte el bien común de la sociedad solamente en beneficio de sí mismo. Luego en un régimen justo cuanta mayor unidad de gobierno haya, tanto más útil será el régimen, como la monarquía es más útil que la aristocracia y ésta más que la polis; también sucederá al revés en un régimen injusto, o sea, que cuanto mayor unidad de gobierno haya, tanto más nocivo será; luego es más perjudicial la tiranía que la democracia.

Además, este régimen se vuelve injusto cuando, despreciando el bien de la sociedad, tiende al bien privado del dirigente. Luego cuanto más se separe del bien común, tanto más injusto será el régimen. Más se separa del bien común la oligarquía, en la que se busca el bien de unos pocos, que la democracia, en la que se busca el bien de muchos; y todavía se separa más del bien común la tiranía, en la que se busca exclusivamente el bien de uno. Pues más cerca se halla de la universalidad lo mucho que lo poco, y más lo poco que lo individual; luego el régimen de la tiranía es injustísimo. Esto mismo se observa con claridad al considerar el orden de la divina providencia que dispone todas las cosas del mejor modo posible. Porque el bien en las cosas proviene únicamente por una causa perfecta, encontrándose como unidas todas las que pueden ayudar al bien, mientras que el mal se da por cualquier defecto individual. Pues no hay belleza en el cuerpo más que cuando todos los miembros se hallan distribuidos convenientemente; la fealdad se da, por el contrario, cuando cualquier miembro está distribuido de modo inconveniente. Y como la fealdad proviene de diversas causas, de distintos modos, la belleza proviene de una sola causa, de un único modo, y así sucede en las cosas buenas y malas, aunque por la providencia divina, como el bien procedente de una causa es más fuerte, el mal que proviene de múltiples es más débil. Luego es más conveniente que, para ser fuerte, el gobierno sea unipersonal. Si se desvía el régimen de la justicia, conviene más que haya muchos para que sea más débil y se obstaculicen mutuamente. Luego entre los regímenes injustos el más tolerable es la democracia, el peor la tiranía.

Lo mismo se deduce claramente si se consideran los males que provienen del tirano, porque, cuando el tirano despreciando el bien común busca el suyo, es lógico que oprima a sus súbditos de mil maneras, pues se deja llevar por muchas pasiones para adquirir algunos bienes. Quien se encuentra sometido a la pasión de la codicia roba los bienes de los súbditos, y por ello Salomón advirtió (Prov 29, 4): El rey justo endereza la tierra, el varón avaro la destruye. Pero, si está sometido a la pasión de la ira, por nada derrama sangre, y por eso se dice en Ezequiel: Sus príncipes se hallan en medio de ella como lobos que arrebatan la presa para derramar sangre (Ez 22, 27). De ahí que el Sabio avise que es preciso huir de ese régimen, al decir: Permanece lejos de quien tiene poder de matar (Eclo 9, 18), o sea, de quien no mata por justicia, sino por poder, cumpliendo un capricho de su voluntad. Y de este modo no puede darse seguridad alguna, sino que solamente hay incertidumbre cuando se olvida el derecho, ni se puede asegurar nada, tal y como sucede, que se halle bajo la decisión de otro, y menos sobre la avaricia. Pero no oprime solamente los cuerpos de sus súbditos, sino que impide hasta sus bienes espirituales, puesto que se preocupa más de figurar que de servir e impide el progreso general de aquéllos, sospechando que cualquier superioridad de sus súbditos supone un perjuicio para su dominación inicua. Los tiranos sospechan más del bueno que del malo y siempre les parece terrible la virtud ajena. Los tiranos se esfuerzan en que sus súbditos virtuosos no alcancen un espíritu de magnanimidad efectiva ni destruyan su inicua dominación. También se preocupan de que entre sus súbditos no se fortalezca ninguna relación de amistad ni que se alegren mutuamente de las ventajas de la paz de manera que, mientras uno desconfía del otro, nada pueden preparar contra su dominio. Por eso siembran las discordias entre sus súbditos, o las atizan si ya han surgido, y prohíben todo lo que pueda llevar a la unión de los hombres, como las asambleas y los banquetes y cosas semejantes, por medio de los cuales suele aparecer la familiaridad y la confianza entre las personas. Se preocupan también de que no se hagan poderosos o ricos porque sospechan de los súbditos por su experiencia anterior, ya que, como ellos mismos utilizan el poder y las riquezas para hacer el mal, temen que ese poder y riquezas de sus súbditos se vuelvan peligrosos para su perdición. Por eso se afirma del tirano en Job: Siempre resuena en sus oídos el terror y, cuando hay paz (Job 15, 21), o sea, cuando nadie intenta nada contra él, él siempre sospecha traiciones.

De ello resulta que, como mientras gobiernan, quienes deberían inducir a sus súbditos a la virtud, miran con malos ojos la virtud de sus súbditos y la entorpecen cuanto pueden, en su régimen se encuentran pocas personas virtuosas. Pues, según Aristóteles, bajo su mandato hay hombres fuertes por los cuales son honrados como varones fortísimos, y Tulio dice: Descansan siempre y apenas trabajan, cosa que reprochan a los demás. Y es hasta natural que los hombres que crecieron bajo el temor degeneren hacia el servilismo y se vuelvan pusilánimes ante cualquier obra viril y esforzada, lo cual está demostrado en las provincias que vivieron mucho tiempo bajo un tirano. Por eso dice el Apóstol a los Colosenses: Padres, no provoquéis la indignación de vuestros hzjos para que no se vuelvan pusilánimes (Col 3, 21). Y el rey Salomón, considerando los daños que provienen de los tiranos, dice: Las ruinas de los hombres son causadas por los reyes impíos (Prov 28, 12), porque los súbditos de los tiranos malvados se apartan de la perfección de la virtud; y más adelante añade: gemirá el pueblo cuando los impíos tomen el poder (Prov 29, 12), puesto que vuelve a la esclavitud; y además observa: se esconderán los hombres de bien cuando los impíos se levanten (Prov 28, 28), para evadirse de la crueldad de los tiranos. Y esto no debe extrañar, porque el hombre que gobierna según su capricho, al margen de la razón, no se diferencia de la bestia en nada; por eso continúa Salomón: Como un león rugiente y un oso hambriento es un príncipe impío sobre un pueblo pobre (Prov 28, 15); y no sólo los hombres se esconden tanto de los tiranos como de los animales salvajes, sino que estar sujeto a un tirano equivale a ser presa de una bestia voraz.

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