San Juan Pablo II y Santo Tomás de Aquino (5), P. Pablo Trollano IVE

Santo Tomás de Aquino - Cornelio Fabro - instituto verbo encarnado

thomas

B. Dignidad de la Persona Humana.

La preocupación por el hombre y la dignidad de la persona humana ha sido un tema continuo en prácticamente todo el magisterio de Juan Pablo II. Son muy numerosos a este respecto los estudios acerca de la filosofía llamada «personalista» de Karol Wojtyla-Juan Pablo II, con muy variadas hipótesis y conclusiones, no pocas de ellas poniendo en duda la compatibilidad o permanencia dentro del «tomismo» de algunas de sus tesis. Sin embargo, en cuanto sucesor de Pedro, estos discursos y las tesis propuestas en las encíclicas son un testimonio más que elocuente acerca de su postura (comenzando desde la Redemptor hominis, como veremos que el Papa afirma explícitamente).

En el discurso del año 1979, Juan Pablo II enumera someramente algunos de los tantos problemas relativos al hombre que Santo Tomás supo esclarecer:

Santo Tomás ha inundado de luz racional, purificada y sublimada por la fe, los problemas concernientes al hombre: su naturaleza creada a imagen y semejanza de Dios, su personalidad digna de respeto desde el primer instante de su concepción, el destino sobrenatural del hombre en la visión beatífica de Dios Uno y Trino. En este punto debemos a Santo Tomás una definición precisa y siempre válida de aquello en lo que consiste la grandeza sustancial del hombre: Ipse est sibi providens (C. Gent., III, 81)[1].

El hombre no solo está sujeto al plan providente de Dios, sino que también participa en la perfección de ser él mismo providente, ordenando los medios a sus fines propios. Esta es una de las cualidades que constituyen al hombre en «perfectísimo» por encima de toda la naturaleza:

En este «ser», en su dignidad piensa Santo Tomás cuando habla del hombre como de algo que es perfectissimum in tota natura (S. Th. I, q. 29, a. 3), una «persona», para la que él pide una atención específica y excepcional. Así está dicho lo esencial acerca de la dignidad del ser humano[2].

Tal perfección y dignidad hunde sus raíces últimas en el acto de ser (esse ut actus), la máxima perfección metafísica para Santo Tomás. Con palabras que no necesitan más comentarios, el Papa deja ver claramente cómo debe ser interpretada su metafísica y su «personalismo»:

Para comprender el aprecio que el Doctor Angélico tiene de la realidad personal, debemos tener presente su metafísica, en la que el ser, entendido como «acto de ser» (esse ut actus), constituye la máxima perfección. Ahora bien, la persona todavía más que la «naturaleza» y que la «esencia», mediante el acto de ser que la hace subsistir, se eleva exactamente al sumo de la perfección del ser y de la realidad, y, por lo tanto, del bien y del valor[3].

Con tal consideración de la persona humana, Santo Tomás se adelantó siglos a las instancias de la filosofía moderna y contemporánea, aquella que ha querido colocar al hombre al centro de todo, aunque careciendo de los fundamentos metafísicos y teológicos verdaderos.

Muchos fueron los intentos de construir positivamente un humanismo sobre la base de la negación de Dios y de toda trascendencia, y Juan Pablo II tuvo experiencia personal en su juventud, y también como Pontífice, de cómo son en la práctica esas filosofías y sus concretizaciones políticas que por rechazar a Cristo terminan volviéndose contra el hombre para destruirlo. Actualmente, también nosotros tenemos experiencia cotidiana en nuestra sociedad de que el rechazo progresivo de Cristo lleva a un oscurecimiento de la verdadera noción de «naturaleza humana», considerando como «humano» lo que en realidad es contra natura y que por su misma inclinación, tiende a corromper y destruir la verdadera naturaleza humana. Ejemplo de esto es la batalla mundial por legislar a favor del llamado «matrimonio homosexual» y el aborto, por considerarlos pertenecientes a los «derechos humanos».

Estas circunstancias hacen que la visión Tomista del hombre sea decididamente vigente en nuestros días, sobre todo por el fundamento en la metafísica perenne del ser –que no pasa de moda–, y por la luz nueva que recibe la antropología de la Encarnación, instancia superior y eternamente actual.

Hay aún otros motivos que hacen actual a Santo Tomás: su altísimo sentido del hombre, tam nobilis creatura (C. Gent., IV, 1). Es fácil advertir la idea que tiene de esta nobilis creatura, imagen de Dios, cada vez que se dispone a hablar de la Encarnación y de la Redención[4].

En efecto, la Encarnación constituye un novum trascendente para la antropología, del cual ya no se puede prescindir si se quiere tener una visión acabada del hombre. Juan Pablo II recuerda que esta problemática estuvo presente ya desde su primera Encíclica Redemptor hominis:

Santo Tomás ha sabido iluminar con su ratio fide illustrata (Dei Filius, 4), también los problemas referentes al Verbo Encarnado «Salvador de todos los hombres» (S. Th., III, prol.). Son los problemas a los que he aludido en mi primera Encíclica Redemptor hominis, donde he presentado a Cristo como «Redentor del hombre y del mundo, centro del cosmos y de la historia» (nn. 1.8)[5].

Es por eso que las filosofías que ignoran, deforman o rechazan las implicancias nuevas, superiores y definitivas de la Encarnación, así como desconocen al verdadero Dios, desconocen y deforman también al verdadero hombre y a su verdadera naturaleza. De modo límpido afirma San Juan Pablo II:

Este es un tema de primerísimo orden para la vida de la Iglesia y para la ciencia cristiana. ¿Acaso no es la Cristología el fundamento y la condición primera para la elaboración de una antropología más completa, según las exigencias de nuestros tiempos? Efectivamente, no debemos olvidar que solo Cristo «revela plenamente el hombre al hombre» (Gaudium et spes, 22). Esta es la doctrina que me he propuesto plantear de nuevo y poner al día en la Encíclica Redemptor hominis[6].

Sobre la senda trazada por Santo Tomás, Juan Pablo II afirma que la Cristología es el «fundamento y la condición primera» para una verdadera antropología acorde a nuestros tiempos. Es imponderable la riqueza que encierra esta idea, y el mismo Papa explayó distintos matices de ella en muchas más ocasiones, como en el ya citado discurso del 1986:

La antropología tomista encuentra su culminación y su inspiración teológica de fondo en el tratado sobre la humanidad de Cristo. El análisis y la interpretación de este sublime misterio de la salvación llevó al Doctor Angélico a afinar y a profundizar admirable e inmejorablemente las nociones de su antropología, que han llegado así a servir extraordinariamente aun en el campo puramente racional y en el orden humano y natural. Por el contrario, este sutil instrumento de investigación puede ser también hoy muy útil para proponer los verdaderos perfiles de una auténtica Cristología, criticando sus deformaciones[7].

El Papa remarca la relación recíproca de ayuda entre Cristología y antropología Tomistas, profundizando las verdades y previniendo mutuamente los errores. La antropología encuentra su «inspiración teológica última» en el tratado de la humanidad de Cristo, y la Cristología recibe seguridad de las mismas nociones antropológicas, previniendo falsas Cristologías no acordes con una antropología auténtica. El criterio es claro: Jesucristo es verdadero Hombre, y por esto, toda noción verdaderamente antropológica encuentra su inspiración primera y su aplicación última en la humanidad del Verbo, y a la vez, todo lo que puede entrar en contradicción con lo que exige la naturaleza humana de Cristo, no puede ser verdaderamente humano. El mismo Papa señalaba en la Fides et ratio el valor filosófico de aquella frase de la Gaudium et spes 22, que puede ser considerado como el leitmotiv principal de todo el magisterio de San Juan Pablo II:

Ciertamente tiene también un profundo significado filosófico la expresión culminante de aquellas páginas, que he citado en mi primera Encíclica Redemptor hominis y que representa uno de los puntos de referencia constante de mi enseñanza: «Realmente, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»[8].

En el discurso del año 1990, el Papa pone como ejemplo insigne de antropología teológica la segunda parte de la Summa, en la cual Santo Tomás incluye novedosamente toda la teología moral:

Según esta dimensión teológica y teocéntrica de la antropología, santo Tomás encuadra en la II parte de la Summa también toda la ética y la teología moral, en cuanto consideración y regulación del motus rationalis creaturae in Deum (cf. I, q. 2, prol.) al nivel de acción libre y elección consciente. De aquí el carácter sapiencial sea de su metafísica y de su teología (cf. I, q. 1, a. 6), que de su ética como ciencia directiva de los actos humanos en orden a las «razones eternas» (cf. I, q. 1, aa. 4, 6; II-II, q. 9, a. 3; q. 45, a. 3)[9].

No hay modo de conservar íntegra la «dignidad de la persona humana» sin el fundamento de la trascendencia. La ética y moral, es decir, todo el plano de la libertad del hombre y sus acciones, son en última instancia «teológicas», ya que no es posible hablar de una verdadera antropología si esta no está abierta a la trascendencia. El pretendido humanismo que se jacta de ser ateo solo puede terminar en una «tragedia», y los problemas del hombre, solo pueden ser solucionados en una «meta-antropología». En el discurso del 2002 el Papa deja ver una vez más la conciencia que tenía de este problema desde el inicio de su pontificado:

Un problema antropológico, tan central para la cultura de hoy, no encuentra solución si no es a la luz de la que podríamos definir «meta-antropología»… La cultura de nuestro tiempo habla mucho del hombre, y de él sabe muchas cosas, pero a menudo da la impresión de que ignora lo que es en verdad. En efecto, el hombre solo se comprende plenamente a sí mismo a la luz de Dios… El Concilio Ecuménico Vaticano II enseña que el misterio del hombre únicamente encuentra solución a la luz del misterio de Cristo (cf. Gaudium et spes 22). En esta línea, en la encíclica Redemptor hominis yo también quise reafirmar que el hombre es el camino primero y principal que recorre la Iglesia (cf. n. 14). Ante la tragedia del humanismo ateo, los creyentes tienen la tarea de anunciar y testimoniar que el verdadero humanismo se manifiesta en Cristo. Solo en Cristo la persona puede realizarse plenamente[10].

Hegel había dicho: sin el mundo Dios no es Dios[11], y Juan Pablo II responde: sin Cristo el hombre no es hombre. Feuerbach había dicho: el secreto de la Teología es la antropología[12], y el Papa Magno afirma: el secreto de la antropología es la Cristología, porque el misterio del hombre solo se esclarece a la luz del misterio del Verbo Encarnado, porque solo Cristo revela el hombre al hombre. Cristo es «él mismo a la vez camino y término. Es camino según su humanidad, término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre dice: Yo soy el camino; y en cuanto Dios añade: y la Verdad y la Vida»[13].

P. Lic. Pablo Trollano IVE

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[1] Discurso (17 de noviembre de 1979), 9.

[2] Discurso (17 de noviembre de 1979), 6.

[3] Discurso (4 de enero de 1986), 4.

[4] Discurso (13 de septiembre de 1980), 5.

[5] Discurso (17 de noviembre de 1979), 9.

[6] Discurso (17 de noviembre de 1979), 9.

[7] Discurso (4 de enero de 1986), 6.

[8] Fides et ratio, 60.

[9] Discurso a los participantes en el IX Congreso Tomista Internacional (29 de septiembre de 1990), 2; cf. AAS 83 (1991) 404-410.

[10] Mensaje a la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino (21 de junio de 2002), 2.

[11] «Ohne Welt Gott ist nicht Gott», Vorles. über die Philosophie der Religion; ed. Lasson, Bd. I, p. 148. Tomo las citas de Hegel y Feuerbach de C. Fabro, Materialismo dialettico e materialismo storico, Brescia 1987, xxvii.

[12] Vorläufige Thesen…, ed. M. G. Lange, p. 55; S. W. Bd. II, p. 222 s. En esta misma perspectiva y basadas en el principio de inmanencia deben ser leídas las siguientes afirmaciones de Rahner: «Dios solo puede ser captado como el horizonte absoluto de la trascendentalidad del hombre. En consecuencia, toda teología es necesariamente antropología trascendental… Toda la teología requiere este giro antropológico trascendental, puesto que toda la teología está gravitando sobre los tratados de Trinidad, gracia y encarnación, tratados que hoy necesitan radicalmente de un planteamiento trascendental.

La gran filosofía occidental seguirá siempre en evolución y la teología tendrá siempre que aprender de ella… una teología actual no puede ni debe retroceder a estados previos a la autocomprensión humana elaborada en la filosofía a impulsos del giro antropológico trascendental de Descartes, Kant, el idealismo y la actual filosofía existencial. Es cierto que esta filosofía es en un sentido acristiana… Pero esa misma filosofía es en otro sentido cristiana (más de lo que pensaron sus críticos tradicionales en la filosofía escolástica de la Edad Moderna)… Esta ambivalencia no debe impedirnos… aceptar dicha situación, en su esencia básica, como algo de lo que ya no puede prescindirse en una filosofía cristiana presupuesta por la teología y, por tanto, en esa misma teología… la supuesta filosofía de mañana, la filosofía que corresponda a la autocompresión del hombre de mañana, tendrá en parte sus raíces en el idealismo alemán»; cf. K. Rahner en Mysterium salutis, Manual de Teología como historia de la salvación, (Johannes Feiner y Magnus Löhrer edit.), Cristiandad, Madrid 1977, 344-348.

El documento ya citado sobre la Formación teológica de los futuros sacerdotes de 1976, después de hablar del «humanismo cristiano» citando a Santo Tomás, dice claramente: «La tarea teológica en tal campo no significa un viraje antropológico o un antropocentrismo de la teología, que acabarían vaciándola de su carácter de ciencia de Dios y de las cosas divinas». Es de notar que el libro del P. Fabro La svolta antropologica di Karl Rahner, publicado en 1974, denuncia directamente este viraje antropológico. El mismo P. Fabro ya había publicado en 1971 este estudio bajo el título Karl Rahner e lermeneutica tomistica, y se lo había enviado al Papa Pablo VI, diciendo, en carta del 2 de julio de 1972, que lo de Rahner era, «en mi modesta pero firme opinión, una de las posturas más cargadas de confusión en la teología contemporánea».

[13] S. Tomás de Aquino, Comentario al Evangelio de Juan, cap. 14, lec. 2; cf. Liturgia de las horas, San Pablo-Desclée De Brouwer, México-España 2005, vol. III, 239.

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