Cuestión 32: Del conocimiento de las divinas personas
Viene ahora el tratar del conocimiento de las divinas personas, y en esta materia ocurre averiguar cuatro cosas.
Primera: si las divinas personas pueden ser conocidas por la razón natural.
Segunda: si se han de atribuir a las personas algunas nociones.
Tercera: del número de estas nociones.
Cuarta: si es lícito opinar de diversas maneras acerca de las nociones.
ARTÍCULO 1
Si por medio de la razón natural puede conocerse la trinidad de personas
Dificultades. Parece que puede conocerse la trinidad de personas divinas por la razón natural.
1. Los filósofos no alcanzaron el conocimiento de Dios más que por la razón natural, y hallamos que dijeron muchas cosas acerca de la trinidad de personas. Aristóteles dice: “Por este número (el número tres) nos hemos aplicado a glorificar al Dios único, que está por encima de todo lo creado”. –Dice también San Agustín: “Allí leí (en los libros de los platónicos), no ciertamente con las mismas palabras, pero con múltiples razones que persuaden de lo mismo, que en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era el Verbo”, y cosas parecidas que allí se seguían: palabras en las cuales se enseña la distinción de las personas divinas. –En la Glosa (Ro 1 y Ex 1,19) se dice también que los magos del Faraón flaquearon en el tercer signo, esto es, en el conocimiento de la tercera persona, que es la del Espíritu Santo. Luego conocieron por lo menos dos. –A su vez dice Trismegisto que “la mónada engendra a la mónada y refleja sobre sí su ardor”; palabras que parecen indicar la generación del Verbo y la procesión del Espíritu Santo. Luego es posible alcanzar el conocimiento de las divinas personas por medio de la razón natural.
2. Dice Ricardo de San Víctor: “Creo sin duda alguna que no faltan ni argumentos, no sólo probables, sino demostrativos, para la explicación de cualquier verdad”. De aquí que, para probar la trinidad de personas, unos adujeron razones tomadas de lo infinito de la bondad divina, que se comunica a sí misma infinitamente en la procesión de las divinas personas; otros se basaron en que “sin compañía no es alegre la posesión de ningún bien”; y San Agustín procede a explicar la trinidad de personas por la procesión del verbo y del amor en nuestro entendimiento, y en este camino le hemos seguido nosotros (S.Th. 1, 27, 1.3). Luego por la razón natural se puede conocer la trinidad de personas.
3. Parece inútil manifestar al hombre lo que su razón no puede conocer. Pero no se puede decir que la tradición divina acerca del conocimiento de la Trinidad sea superflua. Luego puede conocerse con la razón humana la trinidad de personas.
Por otra parte, dice San Hilario: “No piense el hombre poder alcanzar con su inteligencia el sacramento de la generación”; y dice también San Ambrosio: “Es imposible saber el secreto de la generación: la mente flaquea, calle la voz”. Mas por el origen de la generación y de la procesión es por lo que se distingue una trinidad en las personas divinas, como se ve por lo dicho anteriormente (S.Th. 1, 30, 2). Luego, como el hombre no puede saber y alcanzar con su inteligencia aquello de que no se pueden tener pruebas demostrativas, síguese que la trinidad de personas no puede ser conocida por la razón.
Respuesta. Es imposible llegar al conocimiento de la trinidad de las personas divinas por medio de la razón natural. Hemos demostrado (S.Th. 1, 12, 4.12) que el hombre, con sus propias fuerzas, no puede alcanzar el conocimiento de Dios si no es mediante las criaturas. Mas las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como el efecto al de su causa. Luego la razón natural no puede conocer de Dios más que aquello que necesariamente le compete en cuanto es principio de todos los seres; y éste es el fundamento en que nos hemos apoyado en el tratado de Dios (S.Th. 1, 12, 12). Ahora bien, el poder creador de Dios es común a toda la Trinidad, y por ello pertenece a la unidad de la esencia y no a las personas distintas. Luego mediante la razón natural puede conocerse de Dios lo que pertenece a la unidad de esencia, pero no lo referente a la distinción de personas.
El que, pues, se empeña en demostrar la trinidad de personas por medio de la razón natural, atenta contra la fe de dos maneras. Primero, contra la dignidad de la misma fe, que tiene por objeto las cosas invisibles que exceden la capacidad de la razón humana, conforme a lo que dice el Apóstol en la Epístola a los Hebreos (Heb 11,1): “La fe es de las cosas que no se ven”, y en la primera a los Corintios (1Co 2,6-7): “Hablamos la sabiduría entre los perfectos, mas no la de este siglo ni la de los príncipes de este siglo, sino que hablamos la sabiduría de Dios en el misterio, que está escondida”. –Segundo, contra el intento de atraer a otros a la fe, pues cuando alguien, para probar los dogmas, alega argumentos que no son demostrativos, la expone a la irrisión de los infieles, quienes se imaginan que nosotros nos apoyamos en semejantes razones y que en virtud de ellas creemos.
Por consiguiente, no debe intentarse demostrar las verdades de fe más que por vía de autoridad para con los que la acaten. Respecto a los otros, es suficiente probar que en el contenido de la fe nada hay que sea imposible, y por esto dice Dionisio: “Si alguien rehúsa totalmente la palabra inspirada, éste está lejos de nuestra filosofía; mas si atiende a la verdad de la revelación, también nosotros empleamos este canon”.
Soluciones. 1. Los filósofos no conocieron el misterio de la trinidad de las divinas personas por sus razones propias, que son la paternidad, la filiación y la procesión, conforme a aquello del Apóstol (1Co 2,6): “Hablamos la sabiduría de Dios, que ningún príncipe de este siglo conoció”, esto es, ningún filósofo, según la Glosa. Sin embargo, conocieron algunos de los atributos esenciales que se apropian a las personas, como el poder al Padre, la sabiduría al Hijo y la bondad al Espíritu Santo, según adelante diremos. Por tanto, lo que dice Aristóteles: “Por este número nos aplicamos”, etc., no significa que admita el número ternario en Dios; sólo quiere decir que los antiguos lo usaban en sus sacrificios y oraciones debido a cierta perfección del número tres. –También se halla en dos libros de los platónicos que “en el principio era el verbo”, mas no en el sentido que el verbo fuese persona engendrada en Dios, sino en cuanto significa el concepto ideal por el que Dios fabricó todas las cosas, que se apropia al Hijo. –Y aunque conociesen atributos que se apropian a las tres personas, se dice, sin embargo, que fallaron en el tercer signo, o sea en el conocimiento de la tercera persona, porque se habían apartado del bien, que se apropia al Espíritu Santo, ya que, conociendo a Dios, “no le glorificaron como Dios”, según dice el Apóstol (Ro 1,21), o también porque los platónicos admitían un primer ser, a quien llamaban padre de todo el universo, y bajo él, otra substancia, a la cual llamaban “mente” o “entendimiento paterno”, y en ella estaban los conceptos de todas las cosas, según refiere Macrobio, comentando el “Sueño de Escipión”; pero no admitían una tercera substancia separada que parezca corresponder al Espíritu Santo. No es, pues, así como nosotros admitimos al Padre y al Hijo, diferentes por su substancia, y, sin embargo, éste fue el error de Orígenes y de Arrio, seguidores en esto de los platónicos. –Respecto al dicho de Trismegisto: “La mónada engendra a la mónada y refleja en sí su ardor”, no se refiere a la generación del Verbo ni a la procesión del Espíritu Santo, sino a la producción del mundo, pues el Dios único produjo un solo mundo por el amor de sí mismo.
2. Dos son las maneras como interviene la razón para explicar una cosa: de un modo, para probar suficientemente alguna verdad fundamental, como sucede en las ciencias naturales, donde se dan razones suficientes para demostrar que el cielo se mueve con velocidad uniforme. De otro modo, se alegan razones, no como suficientes para probar una verdad radical, sino tales que, supuesta la verdad radical, muestran su congruencia con los efectos subsiguientes, y de este modo se habla en astronomía de excéntricos y epiciclos, porque, hecha esta suposición, se pueden explicar las apariencias sensibles de los movimientos del cielo; y, sin embargo, esta razón no es demostrativa, porque tal vez pudieran explicarse también a base de otra hipótesis. Ahora bien, del primer modo pueden darse razones para probar que Dios es uno y otras verdades semejantes. Pero las razones que se alegan para manifestar el misterio de la Trinidad pertenecen al segundo modo, o sea, que, supuesta la trinidad, son congruentes, pero no tales que por ellas se demuestre la trinidad de personas. –Y esto se comprueba examinando cada una de las demostraciones citadas. La bondad infinita de Dios se manifiesta también en la producción de las criaturas, porque sacar algo de la nada requiere poder infinito, y para que se comunique con bondad infinita no es preciso que proceda de Dios algo infinito, sino que cada ser reciba la bondad divina según lo requiera su modo o capacidad. –Asimismo, aquello de que “sin compañía no es posible el disfrute alegre de bien alguno”, tiene lugar cuando se trata de una persona que no posee la plenitud del bien, y, por tanto, para alcanzar la plenitud del bien de la alegría, necesita que el bien de otro se una al suyo. –Por último, la semejanza de nuestro entendimiento no prueba suficientemente cosa alguna de Dios, debido a que la inteligencia no está en Dios y en nosotros de modo unívoco. –De aquí que diga San Agustín que por la fe se llega al conocimiento, pero no a la inversa.
3. Para dos cosas hemos necesitado conocer las divinas personas. Una, para tener ideas correctas acerca de la creación de las cosas, pues al confesar que Dios hizo todas las cosas por su Verbo, se excluye el error de los que sostienen que las produjo por necesidad de su naturaleza. Asimismo, cuando ponemos en Él la procesión del amor, afirmamos que Dios no produjo las criaturas por indigencia propia ni por motivo alguno extrínseco, sino por el amor de su bondad. Por esto Moisés, después de decir (Gn 1,1.3): “En el principio creo Dios el cielo y la tierra”, añade: “Dijo Dios: Hágase la luz”, para manifestar el Verbo divino; y continúa después: “Vio Dios que era buena la luz”, para mostrar la aprobación del divino amor, y lo mismo se ve en las demás obras. –La otra, y es la principal, para que pensásemos como debemos de la salvación del género humano, que se realiza por el Hijo encarnado y por el don del Espíritu Santo.
ARTÍCULO 2
Si debemos poner nociones en Dios
Dificultades. Parece que no se deben poner nociones en Dios.
1.Dice Dionisio que “nadie debe atreverse a decir cosa alguna de Dios, fuera de lo que hallamos expreso en los textos sagrados”. Pero en los textos de la Sagrada Escritura no se hace mención alguna de las nociones. Luego no han de ponerse en Dios.
2. Todo lo que hay en Dios, o pertenece a la unidad de la esencia o a la trinidad de las personas. Pero las nociones no pertenecen a la unidad de esencia ni a la trinidad de personas, pues de ellas no se dice lo que es propio de la esencia, y así no decimos que la “paternidad sea sabia” o “creadora”; ni tampoco lo que concierne a las personas, y por esto no decimos que “la paternidad engendra” ni que “la filiación sea engendrada”. Luego en Dios no hay lugar para las nociones.
3. En las cosas simples no hay para qué suponer abstracciones destinadas a darlas a conocer, porque se conocen por sí mismas. Pero las personas divinas son simplicísimas. Luego en las divinas personas no deben ponerse nociones.
Por otra parte, dice San Juan Damasceno que “reconocemos la diferencia de las hipóstasis”, esto es, de las personas, “en tres propiedades, o sea, en la paternal, la filial y la procesional”. Luego hay que poner en Dios propiedades y nociones.
Respuesta. Prepositivo, mirando por la simplicidad de las personas, dijo que no debían ponerse en Dios propiedades ni nociones, y si las encontraba mencionadas en alguna parte, explicaba el término abstracto como concreto; pues así como solemos decir: “Ruego a tu benignidad”, esto es, “a ti que eres benigno”, así también, cuando en Dios se dice “paternidad”, se ha de entender “Dios Padre”.
Pero, según hemos dicho (S.Th. 1, 3, 3 ad 1), el empleo de nombres concretos o abstractos no perjudica a la simplicidad divina. La razón es porque según nuestro modo de conocer así es nuestra manera de nombrar. Pero nuestro entendimiento no puede llegar hasta la simplicidad divina tal como es en sí; por lo cual concibe y nombra lo divino a su modo, o sea conforme lo halla en las cosas sensibles, de las que toma sus conocimientos. Tratándose de éstas, empleamos nombres abstractos para expresar formas simples, y para enunciar seres subsistentes usamos nombres concretos. Por tanto, según hemos dicho (S.Th. 1, 3, 3), expresamos lo divino con nombres abstractos por razón de la simplicidad, y en razón de la subsistencia y de su ser completo lo expresamos con nombres concretos.
Ahora bien, es necesario emplear en abstracto y en concreto no sólo los nombres esenciales, como “deidad” y “Dios” o “sabiduría” y “sabio”, sino también los personales, como “paternidad” y “Padre”. A ello nos obligan principalmente dos motivos. Primero, la importunidad de los herejes. Puesto que nosotros confesamos que Padre, Hijo y Espíritu Santo son un solo Dios y tres personas, si alguien pregunta “en virtud de qué son un Dios” y “en virtud de qué son tres personas”, así como a lo primero se responde que son uno por la unidad de esencia, así también fue necesario que hubiese algunos nombres abstractos para responder por qué se distinguen las personas, y tales son las propiedades o nociones significadas en abstracto, como paternidad y filiación. Por consiguiente, la esencia en Dios es significada como “lo que”; la persona, “como quien”, y la propiedad, como “por lo que”.
Segundo, porque hallamos que en Dios una persona se refiere a otras dos: la del Padre, a la del Hijo y a la del Espíritu Santo. Pero no con una sola relación, porque en tal caso el Hijo y el Espíritu Santo habrían de referirse al Padre con una sola e idéntica relación, de donde se seguiría que no serían dos personas, puesto que sólo la relación multiplica la trinidad en Dios. Y no se puede alegar, como decía Prepositino, que, así como Dios se refiere a las criaturas con una sola relación, y, en cambio, éstas se refieren a Dios con relaciones múltiples, así también el Padre se refiere al Hijo y al Espíritu Santo con una sola relación, no obstante que ellos se refieren al Padre con dos; porque, como la razón específica de lo relativo consiste en referirse a otro, necesariamente se sigue que no pueden ser específicamente distintas dos relaciones cuando en el lado opuesto les corresponde una sola. La relación de padre y la de señor son de diversa especie, por la diversidad que hay entre la filiación y la servidumbre. Asimismo, las criaturas todas se refieren a Dios con una sola relación, en cuanto son criaturas suyas; mientras que el Hijo y el Espíritu Santo se refieren al Padre con relaciones de distinta especie, y, por tanto, no hay paridad. Además, no se requiere, según hemos dicho (S.Th. 1, 28, 1.3), que en Dios haya relación real alguna a las criaturas, sin inconveniente de multiplicar en Él las relaciones de razón, y, en cambio, es preciso que haya en el Padre alguna relación real por la cual se refiera al Hijo y al Espíritu Santo, y, por tanto, en correspondencia con las dos relaciones con las cuales el Hijo y el Espíritu Santo se refieren al Padre, es preciso admitir en el Padre otras dos relaciones, con las cuales se refiera al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora bien, como la persona del Padre no es más que una, fue necesario significar separadamente las relaciones con los términos abstractos, llamados “propiedades” y “nociones”.
Soluciones. 1. Si bien la Sagrada Escritura no menciona las nociones, menciona, sin embargo, a las personas, en las cuales se entienden las nociones, como lo abstracto en lo concreto.
2. Las nociones en Dios no se significan como cosas, sino como conceptos, que nos dan a conocer las personas, no obstante que las nociones o relaciones estén realmente en Dios, según hemos dicho (S.Th. 1, 28, 1). Por consiguiente, lo que dice orden a cualquier acto esencial o personal no puede decirse de las nociones, porque esto repugna a su modo de significar, y por esto no podemos decir que la “paternidad engendra” o “crea” o que “sea sabia” o “inteligente”. En cambio, podemos decir de las nociones las propiedades esenciales que no dicen orden a acto alguno, sino que se limitan a remover de Dios las condiciones de las criaturas, y así podemos decir que la “paternidad es eterna” o “inmensa”, y cosas análogas. Asimismo, por razón de la identidad real, podemos decir de las nociones los términos substantivos personales y esenciales, y por esto podemos decir que “la paternidad es Dios” y que “la paternidad es Padre”.
3. Si bien las personas son simples, pueden, no obstante, expresarse en abstracto sus razones propias, sin perjuicio de la simplicidad, según hemos dicho.
ARTÍCULO 3
Si hay cinco nociones en Dios
Dificultades. Parece que no hay cinco nociones.
1. Propiamente hablando, las nociones de las personas son las relaciones que las distinguen. Pero, según hemos dicho (S.Th. 1, 28, 4), las relaciones no son más que cuatro. Luego cuatro serán las nociones.
2. Porque hay en Dios una sola esencia, se llama Dios uno, y porque hay tres personas, Dios trino. Si, pues, hubiese en Dios cinco nociones, se llamaría Dios “quino”, denominación inaceptable.
3. Si en Dios no hay más que tres personas y las nociones son cinco, es preciso que en alguna de ellas haya dos o más nociones, y de hecho se asignan al Padre la innascibilidad, la paternidad y la común espiración. Pues bien, o estas tres nociones difieren realmente o no. Si difieren realmente, síguese que la persona del Padre está compuesta de muchas cosas. Si sólo difieren con distinción de razón, síguese que una de ellas puede predicarse de otra, de suerte que si, en atención a la identidad real, decimos que la bondad de Dios es su sabiduría, también diremos que la común espiración es la paternidad, cosa que nadie admite. Luego no son cinco las nociones.
Por otra parte, parece que son más; porque si se admite en el Padre la noción de innascibilidad, debido a que no procede de nadie, tampoco del Espíritu Santo procede otra persona, y con arreglo a esto es necesario buscar una sexta noción.
Además, si es común al Padre y al Hijo que proceda de ellos el Espíritu Santo, también es común al Hijo y al Espíritu Santo el proceder del Padre. Si, pues, una noción es común al Padre y al Hijo, debe haber otra común al Hijo y al Espíritu Santo.
Respuesta. Por noción entendemos lo que es la razón propia para conocer la persona divina. Las divinas personas se multiplican por las relaciones de origen. Pero la relación de origen comprende dos cosas: “de quién otro” y “quién de otro”, y de ambas maneras se puede llegar a conocer la persona. Ahora bien, la persona del Padre no puede ser conocida por el hecho de proceder de otro, sino porque no procede de nadie, y por este concepto su noción es la “innascibilidad”. En cambio, en cuanto alguien procede de Él, podemos conocerle de dos maneras; porque en cuanto de Él procede el Hijo, se conoce por la noción de “paternidad”, y en cuanto es origen del Espíritu Santo, por la noción de “común espiración”. El Hijo puede conocerse, o bien en cuanto procede de otro por nacimiento, y así se le conoce por la “filiación”, o en cuanto otro, el Espíritu Santo, procede de Él, y así se le conoce, lo mismo que al Padre, por la “común espiración”. El Espíritu Santo puede ser conocido por el hecho de proceder de otro u otros, y así lo conocemos por la “procesión”; mas no porque otro proceda de Él, porque de Él no procede ninguna persona. –Hay, pues, en Dios cinco nociones, a saber: “innascibilidad”, “paternidad”, “filiación”, “común espiración” y “procesión”.
De éstas, únicamente cuatro son relaciones, porque la innascibilidad sólo por reducción lo es, como adelante veremos (S.Th. 1, 33, q.4 ad 3). Las “propiedades” no son más que cuatro, pues la común espiración no es propiedad, porque conviene a dos personas. Las nociones “personales”, esto es, constitutivas de persona, son tres, a saber: paternidad, filiación y procesión, ya que la innascibilidad y la común espiración se llaman nociones “de las personas, pero no personales”, como más por extenso se dirá (S.Th. 1, 40, 1 ad 1).
Soluciones. 1. Además de las cuatro relaciones, es necesario poner otra noción, según hemos dicho.
2. En Dios la esencia, y lo mismo las personas, se expresan como si fuesen cosas, y, en cambio, las nociones se significan como razones que notifican a las personas. Por tanto, aunque se puede decir de Dios que es uno por la unidad de esencia y trino por la trinidad de personas, no podemos decir que sea “quino” en virtud de las cinco nociones.
3. Puesto que sola la oposición relativa es en Dios fuente de la pluralidad real, cuando las varias propiedades de una persona no se oponen relativamente entre sí, no hay entre ellas distinción real; mas no por esto se pueden decir o predicar unas de otras, porque se significan como razones o conceptos diversos de las personas; lo mismo que no decimos que el atributo del poder sea el de la sabiduría, aunque digamos que la sabiduría es el poder.
4. Puesto que, según hemos dicho (S.Th. 1, 19, 3), la persona envuelve el concepto de dignidad, no puede basarse noción alguna del Espíritu Santo en el hecho de que ninguna persona proceda de Él, pues esto no contribuye a su dignidad, como contribuye a la autoridad del Padre el no proceder de otro.
5. El Hijo y el Espíritu Santo no convienen en un mismo modo de proceder del Padre, y, en cambio, el Padre y el Hijo convienen en el mismo modo de producir al Espíritu Santo. Pero lo que es principio para conocer una cosa, ha de ser algo especial de ella. Luego no hay paridad.
ARTÍCULO 4
Si es lícito sostener opiniones contrarias en materia de nociones
1 Dificultades. No, parece lícito opinar de otro modo acerca de las nociones.
1. Dice San Agustín que “en ninguna materia es más peligroso el error que en materia de Trinidad”, y a ella ciertamente pertenecen las nociones. Pero no puede haber opiniones contrarias sin que haya error. Luego no es lícito sostener opiniones contrarias acerca de las nociones.
2. Por las nociones se conocen las personas, según hemos dicho (S.Th. 1, 32, 3). Pero acerca de las personas no es lícito tener opiniones contrarias. Luego tampoco acerca de las nociones.
Por otra parte, los artículos de la fe no se refieren a las nociones. Luego es lícito opinar de diversas maneras acerca de ellas.
Respuesta. De dos maneras puede una cosa pertenecer a la fe. Directamente, y en este caso están las verdades reveladas por Dios como principales; por ejemplo, que Dios es trino y uno; que el Hijo de Dios se encarnó, y otras tales, y acerca de ellas, por el mero hecho de sostener opiniones erróneas, se incurre en herejía, máxime si se añade la pertinacia. –Indirectamente pertenece todo aquello de lo cual se sigue algo contrario a la fe, como si alguien dijese que Samuel no fue hijo de Elcana, pues se sigue que es falsa la divina Escritura. Por tanto, puede alguien sin peligro de herejía tener opinión falsa acerca de estas cosas, antes de que se haya visto o determinado que encierran consecuencias opuestas a la fe, sobre todo si no las sostiene con pertinacia. Pero después que esto es manifiesto, y principalmente si ha sido determinado por la Iglesia que de ello se sigue algo contrario a la fe, no podría mantenerse tal error sin incurrir en herejía. De aquí que se consideren hoy heréticas cosas que antes no eran tenidas como tales, porque se vio claramente lo que de ellas se seguía.
Por consiguiente, se ha de decir que en materia de nociones hubo quienes sostuvieron opiniones contrarias sin proponerse con ello sostener cosa alguna opuesta a la fe. Mas, si alguien tuviese opinión falsa acerca de las nociones viendo que de ella se derivan consecuencias contrarias a la fe, incurriría en herejía.
Y de este modo quedan contestadas las dificultades.
Si encuentras un error, por favor selecciona el texto y pulsa Shift + Enter o haz click aquí para informarnos.