Cuestión 20: Del amor de Dios

Cuestión 20: Del amor de Dios

Hemos de ocuparnos ahora de lo que pertenece a la voluntad de Dios considerada en absoluto. Y como en nosotros hallamos que en la parte sensitiva es donde residen las pasiones del alma, gozo, amor, etc., y los hábitos de las virtudes morales, justicia, fortaleza, etc., nos ocuparemos primeramente del amor divino, y en segundo lugar, de la justicia de Dios y de su misericordia.

Acerca de lo primero se han de averiguar cuatro cosas.

Primera: si hay amor en Dios.

Segunda: si ama todas las cosas.

Tercera: si ama unas cosas más que otras.

Cuarta: si ama más a las que son mejores.

ARTÍCULO 1

Si hay amor en Dios

Dificultades. No parece que en Dios haya amor.

1. El amor es una pasión, y en Dios no hay pasión alguna. Por consiguiente no hay en El amor.

2. El amor, la ira, la tristeza, etc., son miembros opuestos de una misma división. Si, pues, la ira y la tristeza no se atribuyen a Dios más que en sentido metafórico, tampoco el amor.

3. Dice Dionisio que “el amor es una fuerza que junta y unifica”. Pero esto no puede ocurrir en Dios, porque es simple. Luego en Dios no hay amor.

Por otra parte, se dice en el Evangelio que “Dios es caridad” (1Jn 4,16).

Respuesta. Es necesario afirmar que hay amor en Dios, porque el primer movimiento de la voluntad, como el de cualquier otra facultad apetitiva, es el amor. El acto de la voluntad, lo mismo que el de las otras potencias apetitivas, tiende al bien y al mal como a objetos propios, advirtiendo que el bien es el objeto principal y por sí mismo, y el mal es objeto secundario y por otro, o sea, en cuanto se opone al bien. Por tanto, los actos de la voluntad y del apetito que se refieren al bien, preceden por naturaleza a los que tienen por objeto el mal, como la alegría precede a la tristeza y el amor al odio, ya que siempre lo que es por sí precede a lo que es por otro.

Por otra parte, lo más común es por naturaleza lo primero, y por esto el mismo entendimiento antes se refiere a lo verdadero en general que a las verdades particulares. Y aunque, sin duda, hay ciertos actos de la voluntad y del apetito que se refieren al bien, bajo alguna condición especial, v. gr. la alegría y el placer, que tienen por objeto el bien presente, como el deseo y la esperanza el bien aun no logrado, sin embargo, el amor tiene por objeto el bien en general, poseído o no poseído. El amor es, pues, por naturaleza, el primer acto de la voluntad y del apetito.

Y ésta es la razón de que todos los otros movimientos apetitivos presupongan el amor como su primera raíz, y por esto nadie desea más que el bien que ama, ni goza más que en el bien amado, ni odia, más que lo opuesto a lo que ama; y si de aquí pasamos a la tristeza y a los otros sentimientos, vemos que se refieren al amor como a su primer principio. En cualquiera, pues, que haya voluntad o apetito, necesariamente ha de haber amor. Hemos demostrado (S.Th. 1, 19, 1) que en Dios hay voluntad. Es, pues, necesario que en El haya amor.

1. Las potencias cognoscitivas no mueven si no es mediante las apetitivas. Luego lo mismo que en nosotros la razón universal mueve por intermedio de la particular, como dice el Filósofo, nuestro apetito intelectual, llamado voluntad, mueve también mediante el apetito sensitivo. El motor inmediato del cuerpo es, pues en nosotros el apetito sensitivo, y de aquí que su acto venga acompañado siempre de una conmoción orgánica, especialmente en la región del corazón, que es el principio del movimiento en el animal; y por esto los actos del apetito sensitivo, en cuanto llevan anejas ciertas conmociones orgánicas, se llaman “pasiones”, pero no los actos de la voluntad. Por consiguiente, el amor, el gozo y el deleite son pasiones en tanto significan actos del apetito sensitivo, pero no en cuanto son actos del apetito intelectual; y así es, precisamente, como los atribuimos a Dios. Por esto dice el Filósofo que Dios “se goza con una sola y simple operación”, y por lo mismo, ama sin pasión.

2. En las pasiones del apetito sensitivo hay que distinguir un elemento cuasi material, que es la conmoción orgánica, y otro cuasi formal, que es el acto del apetito. Así, por ejemplo, lo material en la ira es, como dice Aristóteles, el aflujo de sangre hacia el corazón, o algo parecido, y lo formal, el deseo de venganza. Y aun por parte del elemento formal hay unas pasiones que incluyen algo de imperfecto, por ejemplo, el deseo, que se refiere a un bien ausente, o la tristeza, que se refiere a un mal presente, y dígase lo mismo de la ira, que presupone la tristeza. Otras, en cambio, como el amor y el gozo, no envuelven imperfección alguna. Pues bien, como, según hemos dicho (ad 1), ninguna de estas cosas conviene a Dios por lo que tiene de material, las que en su misma forma incluyen alguna imperfección no pueden convenirle más que en sentido metafórico, como hemos explicado (S.Th. 1, 3, 2 ad 2; q.19, 11), y las que no envuelven imperfección, como el amor y el gozo, se le atribuyen en sentido propio, pero sin pasión, como acabamos de ver (ad 1).

3. El acto de amor tiende a un doble objeto, o sea, al bien que quiere y al sujeto para quien quiere tal bien, pues propiamente amar a alguno consiste en querer el bien para él. Por consiguiente, cuando alguien se ama a sí mismo, quiere el bien para sí, y, en consecuencia, procura incorporárselo hasta donde alcance; y por esto se llama al amor “fuerza que junta”, incluso en Dios, aunque sin composición, porque el bien que Dios quiere para sí no es cosa distinta de El mismo, que, según hemos visto (S.Th. 1, 6, 3), es esencialmente bueno. –En cambio, por el hecho de que alguien ame a otro, quiere el bien para ese otro, y, en consecuencia, le trata como si fuese él mismo, refiriendo el bien al otro como a sí propio; y por esto se llama el amor “fuerza que unifica”, porque agrega otro a sí mismo, considerándole como un segundo yo. Así, pues, el amor divino es también fuerza que unifica, sin que por ello entre cosa alguna en composición con Dios cuando quiere bienes para los demás.

ARTÍCULO 2

Si Dios ama todas las cosas

Dificultades. Parece que Dios no ama todas las cosas.

1. Según Dionisio, el amor pone al que ama fuera de sí, y de algún modo lo traslada al objeto amado. Pero suponer que Dios sale de sí y se traslada a otro es cosa inadmisible. Luego también lo es decir que ama lo que no es Él.

2. El amor de Dios es eterno. Pero las cosas que no son Dios no son eternas más que en el mismo Dios. Luego Dios no puede conocerlas más que en sí mismo. Pero como los seres, según están en Dios, no son cosa distinta de Él, síguese que Dios no ama cosas distintas de sí.

3. Hay dos clases de amor: el de concupiscencia y el de amistad. Dios no ama las criaturas irracionales con amor de concupiscencia, porque de nada extraño a Él necesita. Tampoco con amor de amistad, porque, como demuestra el Filósofo, no es posible tenerlo a las criaturas irracionales. Luego Dios no ama todas las cosas.

4. En un salmo se dice: “Has odiado a todos los obradores de la maldad” (Ps 5,7). Pero es imposible amar y odiar simultáneamente una misma cosa. Luego no a todas las ama Dios.

Por otra parte, leemos en el Sabio (Sb 11,25): “Amas todo cuanto existe y nada de lo que has hecho odiaste”.

Respuesta. Dios ama cuanto existe. Todo lo que existe, por el hecho de ser, es bueno, ya que el ser de cada cosa es un bien, como asimismo lo es cada una de sus perfecciones. Hemos demostrado (S.Th. 1, 19, 4) que la causa de los seres es la voluntad de Dios. Luego en tanto una cosa tiene el ser u otra perfección cualquiera, en cuanto Dios lo haya querido. Por consiguiente, Dios quiere algún bien para cada uno de los seres que existen, y como amar es precisamente querer el bien para otro, síguese que Dios ama todo lo que existe.

Sin embargo, no lo ama como nosotros, porque como nuestra voluntad no es la causa de la bondad de las cosas, sino que, al contrario, es ésta la que como objeto la mueve, el amor por el que queremos el bien para alguien no es causa de su bondad, sino que su bondad, real o aparente, es lo que provoca el amor por el cual queremos que conserve el bien que tiene y adquiera el que no posee, y en ello ponemos nuestro empeño. En cambio, el de Dios es un amor que crea e infunde la bondad en las criaturas.

Soluciones. 1. El amante sale fuera de sí y se traslada a lo amado, en cuanto quiere su bien y pone sus afanes en procurárselo como si de sí mismo se tratara; y por esto escribe Dionisio: “Hay que resolverse a sostener la verdad de que Dios, causa de todos los seres, por la abundancia de su amante bondad sale fuera de sí y con su providencia cobija todo lo que existe”.

2. Cierto que las criaturas no son eternas más que en Dios; pero precisamente porque están en Él desde la eternidad, es por lo que desde la eternidad las conoció en sus propias naturalezas, y por esto también las amó, lo mismo que por las imágenes que hay en nosotros conocemos las cosas como son en sí mismas.

3. No se puede tener amistad más que con las criaturas racionales, las únicas en las que puede haber correspondencia al amor y comunicación en las obras de vida, y las únicas también que los azares de la fortuna pueden hacer dichosas o desgraciadas, por lo cual, en rigor, sólo respecto a ellas cabe la benevolencia. Las irracionales, en cambio no pueden ser elevadas al amor de Dios ni a la participación de la vida intelectual y bienaventurada que Dios vive. Por consiguiente, hablando con propiedad, Dios no ama las criaturas irracionales con amor de amistad, sino con amor casi de concupiscencia, por cuanto las subordina a las racionales, y también a sí mismo, y no porque necesite de ellas, sino por su bondad y para, utilidad nuestra, que también nosotros deseamos cosas para nosotros mismos y para los demás.

4. No hay inconveniente en que una misma cosa sea, en un aspecto, objeto de amor, y en otro, objeto de odio. Dios ama, pues, a los pecadores en cuanto son seres de determinada naturaleza, ya que, como tales, tienen ser y proceden de Él. Pero en cuanto pecadores no existen, les falta el ser, y esto no lo han recibido de Dios, y, por consiguiente, en este aspecto son para El objeto de odio.

ARTÍCULO 3        

Si Dios ama todas las cosas por igual

Dificultades. Parece que Dios no ama por igual todas las cosas.

1. Dice el Sabio que “Él cuida igualmente de todas las cosas” (Sb 6,8). Pero la providencia que Dios tiene de los seres proviene del amor con que los ama. Luego los ama a todos por igual.

2. El amor de Dios es su propia esencia. Pero la esencia divina no es susceptible de más ni de menos. Luego tampoco lo es su amor, y, por consiguiente, no ama unas cosas más que a otras.

3. Si el amor de Dios se extiende a todas las cosas, lo mismo sucede a su ciencia y a su voluntad. Sin embargo, no decimos que Dios quiere o conoce unas cosas más que a otras. Luego tampoco que ame a unas más que a otras.

Por otra parte, dice San Agustín que “Dios ama todos los seres que hizo, y de ellos ama más a las criaturas racionales, y entre ellas, más a las que son miembros de su Unigénito, y mucho más al Unigénito mismo”.

Respuesta. Como amar es querer el bien para alguien, que una cosa se ame más o menos puede suceder de dos maneras. Una, por parte del acto de la voluntad, que puede ser más o menos intenso, y de este modo Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varia jamás. Otra, por parte del bien que se quiere para lo amado, y en este sentido amamos más a aquel para quien queremos mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma. Así, pues, es necesario decir que de este modo Dios ama unas cosas más que otras, porque, como su amor es causa de la bondad de los seres (a.2), no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos.

Soluciones. 1. Cuando se dice que Dios cuida igualmente de todas las cosas no se entiende que con sus cuidados distribuya iguales bienes a todas, sino que todas las administra con igual sabiduría y bondad.

2. El argumento es concluyente si se entiende de la intensidad del amor por parte del acto de la voluntad, que se identifica con la esencia divina. Pero como el bien que Dios quiere para las criaturas no es la esencia divina, no hay dificultad en que aumente o disminuya.

3. Entender y querer son términos que significan exclusivamente actos y que en su significado no incluyen objetos que por su diversidad permitan decir que Dios quiere o sabe más o menos, cosa que, como hemos dicho (in c), sucede en el amor.

ARTÍCULO 4

Si Dios ama siempre más las cosas que son mejores

Dificultades. Parece que no siempre ama Dios más las cosas que son mejores.

1. Cristo es, sin duda, mejor que todo el género humano, porque es Dios y hombre, y, sin embargo, Dios amó más al género humano que a Cristo, como dice el Apóstol (Ro 8,32): “No perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros”. Luego no siempre ama Dios más las cosas que son mejores.

2. El ángel es mejor que el hombre, pues con referencia a éste se dice en un salmo (Ps 8,6): “Le has hecho un poco inferior a los ángeles”, y esto no obstante, Dios ama más al hombre que al ángel, como se dice en la Epístola a los Hebreos: “No tomó a los ángeles, sino a la descendencia de Abrahán” (Hb 2,16). Luego no siempre ama Dios más lo que es mejor.

3. San Pedro fue mejor que San Juan porque amaba más a Cristo, y por esto el Señor, sabiéndolo de antemano, le hizo esta pregunta (Jn 21,5): “Simón de Juan, ¿me amas más que estos?” Y, a pesar de ello, Cristo amó más a San Juan que a San Pedro, porque, comentando el texto de San Juan: “Simón, ¿me amas más?” (Jn 21,6), dice San Agustín: “La señal que distingue a Juan de los demás discípulos no es solamente que le amaba, sino que le amaba más que a los otros”. Luego no siempre es lo mejor lo que Dios más ama.

4. Un inocente es mejor que un penitente, porque la penitencia es “la segunda tabla después del naufragio”, como dice San Jerónimo, y, sin embargo, Dios ama más al penitente que al inocente, como se dice en San Lucas: “Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia” (Lc 15,7). Luego Dios no siempre ama más lo mejor.

5. Un justo que a la postre se condena, es mejor que un pecador que al fin se salva. Pero Dios ama más al tal pecador que al otro justo, porque quiere para el un bien mayor, que es la vida eterna. Luego no siempre lo que Dios más ama es lo mejor.

Por otra parte, cada ser ama a su semejante, como expresamente se dice en el Eclesiástico (Eclo 13,19): “Todo animal ama a su semejante”. Pero las cosas son tanto mejores cuanto más se asemejan a Dios. Luego las mejores son las más amadas de Dios.

Respuesta. Conforme a lo que tenemos explicado, es necesario decir que Dios ama más las cosas que son mejores. Hemos dicho (a.3) que amar Dios más una cosa es querer para ella un bien mayor. Pues bien, como la voluntad de Dios es la causa de la bondad que tienen los seres, la razón de que unas cosas sean mejores que otras es porque Dios quiere para ellas mayores bienes. Por consiguiente, ama más a las mejores.

Soluciones. 1. No solo ama Dios más a Cristo que a todo el linaje humano, sino también más que al conjunto de todas las criaturas, puesto que quiso para El un bien mayor, porque le dio “un nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9), para que fuese verdadero Dios. Por lo demás, en nada empaña su grandeza que Dios le haya entregado a la muerte por la salvación del género humano; al contrario, de ahí le proviene el ser triunfador glorioso: “sobre su hombro lleva la soberanía”, se dice en Isaías 9,6.

2. Si se trata de la naturaleza humana, asumida por el Verbo divino en la persona de Cristo, la ama Dios más que a todos los ángeles, y es mejor que ellos, sobre todo por razón de la unión (a.1). Si, en cambio, se trata de la naturaleza humana en común, y se la compara con la angélica en el orden de la gracia y de la gloria, hallamos que son iguales, porque una misma es “la medida del ángel y del hombre” (Ap 21,17), como se dice en el Apocalipsis; de modo que, en cuanto a esto, hay algunos hombres superiores a algunos ángeles y ciertos ángeles superiores a algunos hombres. Por fin, en cuanto a la condición de su naturaleza, el ángel es mejor que el hombre, y si bien Dios asumió la naturaleza humana, no lo hizo porque en absoluto amara más al hombre, sino porque el hombre lo necesitaba más; lo mismo que un padre de familia da cosas de más precio a un criado enfermo que a un hijo sano.

3. Las soluciones dadas a la dificultad que suscita la comparación entre San Pedro y San Juan, son numerosas. San Agustín da una explicación simbólica, diciendo que la vida activa, personificada en Pedro, ama más a Dios que la contemplativa, representada por Juan, porque siente más las penurias de la vida presente y desea con mayor ansia librarse de ellas e ir a Dios; y, sin embargo, Dios ama más la vida contemplativa, porque la prolonga más, ya que no termina con la vida del cuerpo, cual sucede a la activa. –Otros lo explican diciendo que Pedro amó más a Cristo en sus miembros, y en esta forma fue también más amado de Cristo, pues le encomendó la Iglesia; y, en cambio, Juan amó más a Cristo en sí mismo, y en igual forma fue más amado de Él, y por ello le encomendó su Madre. –Otros dicen que no se sabe quién de los dos amó más a Cristo, ni a cuál de ellos amó Dios más en orden a la mayor gloria de la vida eterna. Sin embargo, de Pedro se dice que amó más, por su decisión e impetuoso fervor, y de Juan, que fue más amado, por ciertos indicios de familiaridad que preferentemente le prodigaba Cristo en atención a su juventud y pureza. –Por fin, dicen otros que Cristo amó más a Pedro, otorgándole un más excelente don de caridad, y amó más a Juan, concediéndole mayor don de inteligencia, y que, por tanto, Pedro fue propiamente el mejor y más amado, y Juan lo fue hasta cierto punto. –Pero sea de esto lo que fuere, parece presuntuoso dirimir esta cuestión, ya que, como se dice en los Proverbios, “quien pesa los espíritus es el Señor” (Pr 16,2), y no otro.

4. Lo mismo puede exceder un inocente a un penitente que éste a aquél, porque, sea inocente o penitente, el mejor y más amado es el que mayor caudal de gracia tiene. Sin embargo, en igualdad de condiciones, la más, digna y más amada es la inocencia. Y si, a pesar de esto, se dice que Dios se alegra más por el penitente que por el inocente, es debido a que, de ordinario, los pecadores arrepentidos son más cautos, más humildes y más fervorosos. Por esto, en el mismo pasaje dice San Gregorio que, “en la batalla, el jefe estima más al soldado que después de huir vuelve y ataca ardorosamente al enemigo que al que nunca huyó, pero tampoco luchó nunca con denuedo”. –Puede decirse también que un mismo don de gracia representa más para el penitente, que mereció castigo, que para el inocente, que no lo mereció; como la misma cantidad de dinero constituye un don mayor cuando se da a un mendigo que cuando se entrega a un rey.

5. Puesto que la bondad de las cosas tiene por causa la voluntad de Dios, la bondad de aquel a quien Dios ama debe referirse al tiempo en que por bondad divina se le haya de dar algún bien. Luego con relación al tiempo en que el pecador predestinado haya de recibir por voluntad divina un bien mayor, es el mejor, aunque haya habido otro tiempo en que fue peor, e incluso otro en que ni es bueno ni malo.

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