CAPÍTULOS V Y VI: Razones por las que parece probarse que el mal no es ajeno a la intención [y solución de las mismas]

CAPÍTULOS V Y VI

Razones por las que parece probarse que el mal no es ajeno a la intención [y solución de las mismas]

Hay algunas razones que, al parecer, se oponen a esta opinión: Lo que sucede sin intentarlo el agente se llama fortuito, casual y, en contados casos, accidente. Pero el mal no es fortuito ni casual, ni ocurre pocas veces, sino siempre o casi siempre. Pues, en la naturaleza, toda generación va acompañada de corrupción. Además, en quienes obran voluntariamente, el pecado es frecuente, “por lo difícil que es obrar virtuosamente, como lo es el alcanzar el centro de un círculo”, según dice Aristóteles en el libro II de los “Éticos”. Luego no parece que el mal provenga sin ser intencionado.

Aristóteles, en el III de los “Éticos”, dice expresamente que “la maldad es algo voluntario”, y lo prueba por la razón de que hay quien voluntariamente comete injusticias; y “es irracional no querer que sea injusto quien voluntariamente comete injusticias, y querer que sea continente quien voluntariamente comete estupro”; además, porque los legisladores castigan a los malos, en cuanto que hacen el mal voluntariamente. Según esto, parece que el mal no es ajeno a la voluntad o intención.

Todo movimiento natural tiene un fin intentado por su propia naturaleza. La corrupción es una mutación natural, como lo es la generación. Según esto, su fin, que es la privación e incluye la razón de mal, es intentado por la naturaleza, igual que la forma y el bien, que son el fin de la generación.

[CAPÍTULO VI] -Para mayor claridad en la solución de las razones aducidas, se debe tener en cuenta que el mal puede considerarse en una substancia o en la acción de la misma. El mal está en la substancia cuando ésta carece de lo que debe tener por naturaleza, y as; no es malo que un hombre carezca de alas, porque no le pertenecen naturalmente; y si carece de cabellos rubios, tampoco es un mal, pues, aunque le correspondieran por naturaleza, no es de necesidad que los tenga. Sería, sin embargo, un mal que no tuviera manos, las cuales debe tener naturalmente si es perfecto; pero esto no sería un mal para el ave. Toda privación, por tanto, tomada propia y estrictamente, es de algo que uno tiene y debe tener por naturaleza. Luego la privación, entendida de esta manera, siempre incluye la razón de mal.

Como la materia está en potencia respecto a todas las formas, puede naturalmente poseerlas todas, y, sin embargo, ninguna le es debida, puesto que puede ser perfecta en acto sin una cualquiera de ellas. No obstante, cada forma se debe a cada una de las cosas compuestas de materia: así, no puede haber agua sin la forma de agua, ni fuego sin la forma de fuego. Por lo tanto, la privación de tal forma con respecto a la materia no es para la materia ningún mal; pero en relación con aquello de lo cual es forma, sí lo es; por ejemplo, para el fuego es un mal la privación de su propia forma. Y como tanto las privaciones como los hábitos y las formas no existen sino en cuanto están en un sujeto, si la privación es mal con respecto al sujeto en que está, tenemos un mal absoluto; en caso contrario, será mal de alguna cosa y no absoluto. Por consiguiente, es un mal absoluto que el hombre esté privado de una mano; pero que la materia lo esté de la forma de aire no es mal absoluto, sino un mal del aire.

La privación de orden, o de la debida proporción, en una acción, es un mal de dicha acción. Y como toda acción ha de estar ordenada y proporcionada, síguese que tal privación en la acción es un mal absoluto.

Visto esto, conviene tener en cuento que no todo lo ajeno a la intención es fortuito o casual, como indicaba el argumento primero. Pues, si lo ajeno a la intención fuera siempre o frecuentemente el resultado de lo que se intenta, no sería fortuito o casual; así, en quien intenta disfrutar de la dulzura del vino, no sería fortuito ni casual que, de resultas de beber, se embriagase: lo sería, sin embargo, si aconteciera alguna que otra vez.

Por lo tanto, el mal de la corrupción natural, aunque ajeno a la intención de quien engendra, sucede siempre, pues a la forma de uno acompaña siempre la privación del otro. Por eso la corrupción no acaece casualmente ni rara vez, aun cuando la privación no siempre sea un mal absoluto, sino de alguno, como queda dicho. Mas, si la privación es tal que quita lo debido al engendrado, será casual y mal absoluto, como sucede en los partos monstruosos; pues esto no se sigue necesariamente de lo que se intentó, sino más bien de lo contrario, porque el agente intenta la perfección del engendrado. En los que obran por instinto, el mal en la acción proviene del defecto de la potencia activa, de modo que, si el agente tiene una potencia defectuosa, dicho mal será ajeno a la intención, pero no casual, pues necesariamente se ha de seguir si tal agente tiene siempre o casi siempre esta deficiencia de potencia activa. Será, no obstante, casual, si esta deficiencia afecta al agente alguna que otra vez.

En los que obran voluntariamente, la intención va dirigida hacia un bien particular, si ha de seguirse la acción, porque no son los universales los que mueven, sino los particulares, en los cuales se da el acto. Por lo tanto, si el bien que se intenta lleva adjunta la privación de un bien tal siempre o con frecuencia, síguese un mal moral no casualmente, sino siempre o con frecuencia, como queda manifiesto en el que quiere usar de la mujer por el deleite al que lleva adjunto el desorden de adulterio; por eso, el mal de adulterio no se sigue casualmente. Sería, no obstante, un mal eventual si rara vez siguiera el pecado a lo que se intenta, como quien, tirando a un pájaro, mata a un hombre. Y que alguien intente tales bienes, que van mezclados casi siempre de privaciones del bien verdadero, obedece a que muchos viven según el sentido, en razón de que lo sensible nos es más manifiesto y mueve más eficazmente en los casos concretos en que tiene lugar la operación. Sin embargo, a la posesión de muchos de estos bienes sigue la privación del verdadero bien.

Y esto demuestra que, aun cuando el mal sea ajeno a la intención, es, no obstante, voluntario, como propone el segundo argumento, aunque no directamente, sino indirectamente. Pues la intención se dirige al fin último, que todos quieren por sí mismo; la voluntad, sin embargo, tiende también a los medios que uno quiere en orden a otra cosa, aunque en absoluto no los quiera; por ejemplo, quien arroja la mercancía al mar para salvarse, no intenta el arrojarla, sino el salvarse; no queriendo en absoluto arrojarla, sino por causa de la salvación. Parecidamente, para conseguir uno un bien sensible comete un desorden, no intentándolo ni queriéndolo absolutamente, sino sólo en vistas a la consecución; y así se dice que la maldad y el pecado son voluntarios, como lo es el arrojar las mercancías al mar.

De idéntica manera se soluciona la objeción tercera. Pues nunca se produce el cambio de la corrupción sin el de la generación; y, por consiguiente, el fin de la corrupción sin el de la generación, puesto que la naturaleza no intenta el fin de la corrupción separadamente del fin de la generación, sino uno y otro juntamente. Por eso, la naturaleza no pretende en absoluto que no haya agua, sino que haya aire; y, cuando éste ya existe, no hay agua. Luego la naturaleza intenta directamente que haya aire; pero que el agua deje de existir no lo intenta sino en cuanto que va unido a que haya aire. Por consiguiente, la naturaleza no intenta directamente las privaciones, sino indirectamente; mientras que las formas inténtalas directamente. Por lo dicho se ve que lo absolutamente malo es de todo punto ajeno a la intención en las obras de la naturaleza, como lo son los partos monstruosos; pero lo que no es mal absoluto, sino relativo, lo intenta la naturaleza, no directamente, sino indirectamente.

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