CAPÍTULOS CXXXVI Y CXXXVII
Error de los que impugnan la continencia perpetua
Del mismo modo que contra la, perfección de la pobreza, hablaron también ciertos hombres perversos contra el bien de la continencia. Algunos de los cuales se empeñan en rechazar el bien de la continencia con estas y otras razones semejantes.
La unión del hombre y la mujer se ordena al bien de la especie. Mas “el bien de la especie es más excelente que el bien del individuo”. Luego más Peca quien se abstiene totalmente del acto por el cual se conserva la especie que quien se abstuviese del acto Por el cual se conserva el individuo; por ejemplo, la comida, la bebida y cosas parecidas.
Al hombre se le dan por disposición divina miembros aptos para la generación y también el vigor de la concupiscencia, que le incita, y cuanto se relaciona con esto. Luego, al parecer, quien se abstiene totalmente del acto de la generación obra contra lo dispuesto por Dios.
Asimismo, si es bueno que uno se contenga, sería mejor que se contuvieran macillos y óptimo que se contuvieran todos. De esto se seguiría la extinción del género humano. Luego no es bueno que algún hombre se contenga totalmente.
Por otra parte, la castidad, como las demás virtudes, consiste en un término medio. En consecuencia, del mismo modo que obra contra la virtud quien se entrega totalmente a los placeres y es intemperado, así también obra contra la virtud quien se abstiene totalmente de los placeres y es insensible.
Además, es imposible que no nazcan en el hombre ciertos apetitos de placeres sensuales, ya que son naturales. Mas el resistir totalmente a las concupiscencias y tener una lucha casi continua comunica al ánimo mayor inquietud que usar moderadamente de las concupiscencias. Luego, como quiera que la inquietud del ánimo se opone grandemente a la perfección de da virtud, el que uno guarde continencia perpetua parece contrariar a la perfección de la virtud.
Estas son las razones que se objetan contra la continencia perpetua, y a ellas puede añadirse el precepto del Señor que, según se lee, fue dado a los primeros padres: “Procread y multiplicaos y henchid la tierra”. El cual no fue revocado, sino más bien parece que fue confirmado por el Señor en el Evangelio, donde dice hablando de la unión del matrimonio: “Lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Ahora bien, contra este precepto obran expresamente quienes guardan continencia perpetua. Luego parece ilícito el guardar continencia perpetua.
Pero, ateniéndose a lo ya expuesto, no es difícil resolver estas objeciones.
[Soluciones.]
Se ha de tener en cuenta que se debe razonar de un modo acerca de lo que pertenece a la necesidad de cada hombre y de otro acerca de lo que pertenece a la necesidad común. En efecto, las cosas necesarias a cada hombre, como son la comida y la bebida y cuanto pertenece al sustento individual, han de concederse a todos. De aquí que sea necesario que todos coman y beban. Pero lo que es necesario a la sociedad no es menester que se conceda a todos, ni es tampoco posible. Pues es claro que hay muchas cosas necesarias a la sociedad humana, como la comida, la bebida, el vestido, la casa, etc., que es imposible que sean administradas por uno solo. Y por eso son necesarios diversos oficios para las distintas cosas, al igual que los diversos miembros del cuerpo se ordenan a distintos autos. Por consiguiente, como la generación no pertenece a la necesidad del individuo, sino a la necesidad de toda la especie, no es necesario que todos los hombres se entreguen a los actos de engendrar, sino que algunos, absteniéndose de estos actos, puedan entregarse a otros oficios, por ejemplo, a la milicia o a la contemplación.
Y con esto se soluciona la segunda objeción. En efecto, la divina providencia da al hombre las cosas necesarias para toda la especie; sin embargo, no es necesario que cada hombre use de todas ellas. Porque se le da al hombre habilidad para edificar y fuerza para pelear, y, no obstante, no es necesario que todos sean constructores y soldados. Análogamente, aunque el hombre esté dotado por virtud divina de facultad generativa y de todo cuanto se relaciona con el acto de la generación, no es preciso que cada uno tienda al acto de la generación.
Según esto, es evidente también la solución a la objeción tercera. Porque, aunque, por lo que toca a cada uno en particular, sea mejor que quien se consagra a cosas mejores se abstenga de do que es necesario a la multitud, no obstante, no es bueno que todos se abstengan; como se ve también en el orden del universo; por ejemplo, aunque la substancia espiritual sea más perfecta que la corporal, sin embargo, no sería mejor, sino más imperfecto, el universo en que sólo hubiera substancias espirituales; y aunque en el cuerpo del animal sea mejor el ojo que el pie, sin embargo, no sería perfecto el animal si no tuviese ojo y pie. Así también, la multitud del género humano no tendría un estado perfecto si no hubiera algunos inclinados a la procreación y otros que, absteniéndose de ello, se dedicasen a la contemplación.
Y lo que se objeta en cuarto lugar, de que es preciso que la virtud consista en un término medio, se resuelve por lo que se dijo antes al hablar de la pobreza voluntaria (c. 134). En efecto, el medio de la virtud no se toma siempre según la cantidad cíe la cosa ordenada por la razón, sino según la regla de la razón que examina el fin debido y mide las circunstancias convenientes. Y por este motivo se llama vicio de insensibilidad a la abstención, sin motivo racional, de todos los placeres carnales; sin embargo, si esto se hace conforme al dictado de la razón, es una virtud que excede la medida ordinaria de conducta del hombre, pues hace que los hombres sean en cierto modo partícipes de la semejanza divina, por lo cual se dice que la virginidad está emparentada con los ángeles.
Respecto a la quinta objeción se ha de decir que la solicitud y la ocupación que tienen los casados por sus mujeres e hijos y por adquirir lo necesario para la vida son continuas; en cambio, la inquietud que padece el hombre por luchar contra las concupiscencias es cosa de un tiempo determinado y, además, disminuye cuando uno no la consiente; pues cuanto más goza alguien de los deleites carnales, tanto más crece en él el apetito carnal. Las concupiscencias se debilitan también mediante la templanza y otros ejercicios corporales que son convenientes a quienes se han propuesto la continencia. -Además, el uso de los deleites corporales desvía más al entendimiento de su elevación y le impide la contemplación de las cosas espirituales más que la inquietud proveniente de resistir a los apetitos de estos deleites; porque por el uso de los deleites, y sobre todo de los carnales, el entendimiento se adhiere sumamente a las cosas de la carne, puesto que el deleite hace que el apetito descanse en la cosa deleitable. Y por esta misma razón es muy nocivo para quienes se dedican a la contemplación de las cosas divinas y de cualquier otra verdad el estar entregados a los placeres carnales, y muy útil, en cambio, el abstenerse de ellos. -Pero nada impide, aunque generalmente se afirme que es mejor para un hombre el guardar continencia que casarse, que para algunos sea mejor esto último. Por lo cual, hablando de la continencia, dice el Señor: “No todos entienden esto; pero el que puede entender, que entienda”. Y en cuanto a lo que se dijo en último lugar sobre el precepto dado a los primeros padres, se ve la contestación por lo que vamos diciendo. Porque aquel precepto se refiere a la inclinación natural que hay en el hombre para conservar la especie por el acto de la generación; cosa que no es menester que hagan todos, sino algunos, como ya se dijo.
Y así como no conviene a cualquiera el abstenerse del matrimonio, así tampoco es conveniente el abstenerse para siempre cuando es necesaria la multiplicación del género humano, ya sea por la escasez de hombres, como al principio, cuando el género humano comenzó a multiplicarse; ya sea por la pequeñez del pueblo fiel, cuando convenía que éste se multiplicase por la generación carnal, como sucedió en el Antiguo Testamento. Y por eso el consejo de observar continencia perpetua se reservó para los tiempos del Nuevo Testamento, cuando el pueblo fiel se multiplica por la generación espiritual.
[CAPÍTULO CXXXVII.] Hubo también otros que, aunque no reprobaron la continencia perpetua, sin embargo, la igualaban al estado de matrimonio; lo cual es la herejía de Joviniano. Pero la falsedad de este error se manifiesta suficientemente por lo que llevamos dicho, puesto que por la continencia se hace el hombre más hábil para levantar la mente a lo espiritual y divino y se coloca, en cierto modo, por encima de lo humano, asemejándose a los ángeles.
Y no obsta el que algunos varones de virtud perfectísima, como Abraham, Isaac y Jacob, usaran del matrimonio, puesto que cuanto mayor es la virtud del espíritu, tanto menos puede ser derribada de su altura. Y no porque estos tales usaron del matrimonio amaron menos la contemplación de la verdad y de lo divino, sino que, según lo requería la condición del tiempo, usaron del matrimonio para multiplicar el pueblo fiel.
No obstante, da perfección de algunas personas no es argumento suficiente para la perfección de estado, ya que uno puede usar con mayor perfección de un bien menor que otro de un bien mayor. En consecuencia, no porque Abraham o Moisés sean más perfectos que muchos que guardan continencia ha de ser el estado del matrimonio más perfecto o igual que el estado de continencia.
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