CAPÍTULO XXXVII: Dios es bueno

CAPÍTULO XXXVII

Dios es bueno

Resultado de la perfección divina, que acabamos de exponer, es la bondad de Dios.

Se dice que una cosa es buena por razón de su propia virtud: “porque la virtud hace bueno a quien la posee y convierte en buena su operación”. Mas la virtud “es una especie de perfección; pues decimos que un ser es perfecto cuando alcanza su propia virtud”, como consta en el VII de los “Físicos”. De esto se sigue que un ser es bueno en cuanto es perfecto. Por eso cada cual desea su perfección como el bien propio. Se ha demostrado ya que Dios es perfecto. Luego es bueno.

Ha quedado ya probado que existe un primer motor inmóvil, que es Dios. Pero Dios mueve como motor absolutamente inmóvil. Es decir, como término de un deseo. Dios, pues, por ser el primer motor inmóvil, es el primer objeto deseado. Ahora bien, un objeto puede ser deseado de dos modos: o porque realmente es bueno o porque aparece como bueno; de los dos es más principal el primero, es decir, ponme realmente es bueno. Ya que el bien aparente no mueve por si mismo, sino en cuanto tiene alguna especie de bien; el bien real, en cambio, mueve por sí mismo. Por consiguiente, el primer ser deseado, que es Dios, es realmente bueno.

Comienza el Filósofo el I de los “Éticos” con esta definición excelente: “El bien es lo que todas las cosas apetecen”. Es así que todas las cosas, a su manera, apetecen el ser actual, como lo evidencia el hecho de que cada cual se resiste naturalmente a la corrupción. Luego gozar de ser actual implica una razón de bien; según esto, cuando el acto es reemplazado por la potencia, sobreviene el mal, que es opuesto al bien, como lo demuestra el Filósofo. Pero Dios no está en potencia, porque es ser en acto, como ya se vio. Luego es realmente bueno.

La comunicación de ser y de bondad procede de la misma bondad. Y esto es claro por la naturaleza del bien y por la noción del mismo. Pues, naturalmente, el bien de cada uno es su acto y su perfección. Un ser obra precisamente en cuanto está en acto. Y obrando difunde en los otros el ser y la bondad. Por esto, según el pensamiento del Filósofo, es señal de perfección en un ser el hecho de que pueda “producir algo semejante a sí”. La razón de bien se funda en su apetibilidad. Tal es el fin que mueve al agente a obrar. Se dice, por esto, que el bien tiende “a la difusión de sí mismo y del ser”. Pero esta difusión es propia de Dios, ya que hemos dicho que es causa de la existencia de las cosas, como ser esencialmente necesario. Es, por lo tanto, realmente bueno.

Esto mismo se nos dice en el Salmo: “(Oh qué bueno es el Dios de Israel para los puros de corazón!”; y en Jeremías: “El Señor es bueno para los que en Él esperan, para el alma que le busca”.

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