CAPÍTULO XXXVII
Contra los que dijeron que el alma y el cuerpo no constituyen un todo único en Cristo
Por lo dicho (cc. 34 ss.) se ve, pues, que en Cristo hay solamente una persona y dos naturalezas, según el testimonio de la fe, y en contra de lo que afirmaron Nestorio y Eutiques. Pero, como esto parece contrario a lo que la razón natural conoce por experiencia, hubo algunos que tiempo después sostuvieron sobre dicha unión la opinión siguiente: Puesto que el hombre se constituye por la unión del alma y del cuerpo, pero con “esta” alma y “este” cuerpo se constituye “este hombre”, lo cual designa la hipóstasis y la persona, queriendo evitar la necesidad de atribuir a Cristo una hipóstasis o persona, además de la hipóstasis o persona del Verbo, afirmaron que en Cristo no estuvieron unidos el alma y el cuerpo ni se formó con ellos una substancia, queriendo eludir de esta manera la herejía de Nestorio. Por otra parte, como parece imposible que una cosa sea substancial a otra y no tenga la naturaleza que ésta tuvo anteriormente, sin mutación de la misma, y, además, el Verbo es absolutamente inmutable, para no verse obligados a sostener que el cuerpo y el alma asumidos pertenecen a la naturaleza eterna del Verbo, afirmaron que el Verbo asumió el alma y el cuerpo humanos de una manera accidental, tal como el hombre se pone el vestido; y de esta suerte querían librarse del error de Eutiques.
Pero esta opinión se opone en absoluto a la doctrina de la fe. Pues el alma y el cuerpo, al unirse, constituyen al hombre; porque la forma que sobreviene a la materia constituye la especie. Por consiguiente, si el alma y el cuerpo no se hubiesen unido en Cristo, Cristo no hubiera sido hombre, en contra de lo que afirma el Apóstol al decir: “Mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús”.
Además, cada uno de nosotros se llama hombre porque está compuesto de alma racional y de cuerpo. Luego si Cristo no se llama hombre por esta razón, sino solamente porque tuvo alma y cuerpo, aunque no unidos, se llamará equívocamente hombre y no será de nuestra misma especie, contra lo que dice el Apóstol: “Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos”.
A la naturaleza humana no le pertenece un cuerpo cualquiera, sino solamente el humano. Pero el cuerpo humano no existe si no es vivificado por la unión del alma racional; pues, estando separada el alma, ni el ojo, ni la mano o el pie, ni la carne o el hueso, pueden llamarse humanos, como no sea equívocamente. Luego no habría podido decirse que el Verbo asumió la naturaleza humana si hubiera asumido un cuerpo no unido al alma.
El alma humana tiende por naturaleza a unirse al cuerpo. Por lo tanto, el alma que nunca se une al cuerpo para constituir un ser no es alma humana, porque “lo que se da al margen de la naturaleza no puede existir siempre”. Por consiguiente, si el alma de Cristo no se unió a su cuerpo para constituir algo, síguese que no es el alma humana. Y, según esto, en Cristo no hubo naturaleza humana.
Si el Verbo se unió accidentalmente al alma y al cuerpo como a un vestido, la naturaleza humana no fue la naturaleza del Verbo. Luego el Verbo, después de la unión, no subsistió en las dos naturalezas, así como tampoco se puede decir que el hombre vestido subsiste en dos naturalezas. Por afirmar esto fue condenado Eutiques en el concilio de Calcedonia.
Lo que sufre el indumento no se refiere a quien lo viste, pues no se dice que el hombre nace cuando le visten ni que el hombre es herido cuando le destrozan el vestido. Por lo tanto, si el Verbo asumió el alma y el cuerpo así como el hombre asume el vestido, no se podrá decir que Dios haya nacido o padecido por haber asumido el cuerpo.
Si el Verbo asumió la naturaleza humana solamente a modo de vestido, con el cual pudiera manifestarse a los ojos de los hombres, inútilmente hubiera asumido el alma, que es invisible por naturaleza.
Según esto, el Hijo asumió la carne humana a la manera que el Espíritu Santo la forma de paloma en que apareció. Lo cual es falso, como se ve; porque del Espíritu Santo no se dice “hecho paloma” ni “menor que el Padre”, así como del Hijo se dice hecho hombre y menor que el Padre según la naturaleza asumida.
Un buen observador verá que de esta opinión se derivan los inconvenientes de diversas herejías. Porque, al decir que el Hijo de Dios se unió accidentalmente al alma y al cuerpo, tal como el hombre al vestido, coincide con la opinión de Nestorio, quien afirmó que dicha unión se hizo por inhabitación del Verbo de Dios en el hombre, pues no podía comprender que Dios se vistiera de carne mediante contacto corpóreo, sino solamente por inhabitación de la gracia. También, por decir que la unión del Verbo con el alma y con la carne humana es accidental, síguese que, después de la unión, el Verbo no subsiste en ambas naturalezas, que es la opinión de Eutiques, pues nada hay subsistente en lo que se le une accidentalmente. Y, al afirmar que el alma y la carne no se unen para constituir algo, coincide en parte con Arrio y Apolinar, quienes sostuvieron que el cuerpo de Cristo no está vivificado por el alma racional; y en parte conviene con Maniqueo, quien afirmó que Cristo no fue un hombre verdadero, sino fantástico. Pues, si el alma no se unió a la carne para constituir algo, Cristo aparecía ilusoriamente como semejante a los demás hombres constituidos de alma y cuerpo.
Esta teoría nació ocasionalmente de unas palabras del Apóstol, que dice: “Haciéndose semejante a los hombres”, cuyo sentido metafórico no entendieron. Y es sabido que lo que se dice metafóricamente no implica una semejanza total. Así, la naturaleza humana asumida tiene cierta semejanza de vestido, pues el Verbo aparecía +visible por la carne como el hombre aparece por el vestido, pero sin que expresara que la unión del Verbo con la naturaleza humana fue accidental.
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