CAPÍTULO XXXVI: Del error de Macario de Antioquía, que puso en Cristo una sola voluntad

CAPÍTULO XXXVI

Del error de Macario de Antioquía, que puso en Cristo una sola voluntad

Casi viene a insistir en lo mismo la opinión de Macario de Antioquía, para quien en Cristo hay una sola operación y una sola voluntad.

En efecto, toda naturaleza tiene alguna operación propia, puesto que la forma, a quien toda naturaleza debe su propia especie, es principio de operación. De donde se infiere que, así como a naturalezas diversas corresponden formas diversas, así también corresponden diversas acciones. Si, pues, en Cristo hubo una sola operación, se sigue que en Él hubo una sola naturaleza, lo cual es herejía (cf. c. prec.) eutiquiana. Resulta, por tanto, falso que en Cristo haya una sola operación.

Además, en Cristo está la naturaleza divina perfecta, según la cual es consubstancial al Padre, y la naturaleza humana perfecta, según la cual es de la misma especie que nosotros. Ahora bien, pertenece a la perfección de la naturaleza divina el tener voluntad, según dijimos en el libro primero (c. 72); e igualmente pertenece a la perfección de la naturaleza humana el tener voluntad, por la cual goza el hombre de libre albedrío. Luego es preciso que haya en Cristo dos voluntades.

La voluntad es una parte potencial del alma humana, lo mismo que el entendimiento. Luego, si en Cristo no hubo más voluntad que la voluntad del Verbo, por idéntica razón no hubo en El más entendimiento que el entendimiento del Verbo. Y así volvemos a la opinión de Apolinar.

Si en Cristo hubo una sola voluntad, necesariamente ésta fue la voluntad divina, ya que el Verbo no pudo perder la voluntad divina que tuvo desde la eternidad. Pero la voluntad divina no puede merecer, puesto que el mérito pertenece a quien tiende a la perfección. Y, así, Cristo con su pasión no hubiera merecido nada, ni para sí ni para nosotros. Y, sin embargo, el Apóstol enseña lo contrario, cuando dice: “Hecho obediente hasta la muerte…, por lo cual Dios le exaltó”.

Además, si Cristo no tuvo voluntad humana, se sigue que tampoco tuvo libertad según la naturaleza asumida, puesto que el hombre es libre por la voluntad. Y así Cristo no obró a modo de hombre, sino a modo de los demás animales, que carecen de libertad. Y, por tanto, en sus actos no hubo nada virtuoso o digno de ser alabado o imitado por nosotros. En vano, pues, dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”; y “Yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho”.

En un puro hombre, a pesar de ser un solo supuesto, hay, sin embargo, varios apetitos y operaciones, según los diversos principios naturales. En efecto, según la parte racional hay en él voluntad; según la sensitiva, el apetito irascible y el concupiscible, y, además, el apetito natural que resulta de las fuerzas naturales. De la misma manera, con el ojo ve, con el oído oye, con el pie camina, con la lengua habla y con la mente entiende; todo lo cual son operaciones diversas. Y la razón de esto está en que las operaciones no se multiplican solamente según los diversos sujetos operantes, sino también según los diversos principios por los que un mismo e idéntico sujeto obra, de los cuales toman también especie las operaciones. Ahora bien, la naturaleza divina dista mucho más de la humana que lo que distan entre sí los principios naturales de la naturaleza humana. Hay, por lo tanto, en Cristo dos voluntades y dos operaciones, una de la naturaleza divina y otra de la humana, a pesar de que el mismo Cristo sea uno en ambas naturalezas.

Se prueba de un modo convincente por autoridad de la Escritura que en Cristo hubo dos voluntades. Pues dice El mismo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; y “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Por lo cual se ve que Cristo tuvo una voluntad propia distinta de la voluntad del Padre. Mas es evidente que hubo en Cristo una voluntad común a sí y al Padre, pues así como el Padre y el Hijo tienen una misma naturaleza, así también tienen una misma voluntad. Luego hay dos voluntades en Cristo.

Y lo mismo hay que decir de las operaciones. En efecto, hubo en Cristo una operación común a sí y al Padre, pues El mismo dice: “Lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo”. Y hay también en El otra operación que no conviene al Padre, e como dormir, tener hambre, comer y otras semejantes, que Cristo tuvo o sufrió humanamente, según enseñan dos evangelistas. Luego en Cristo no hubo solamente una operación.

Parece que esta opinión nació de no haber sabido distinguir sus autores entre lo que es uno en absoluto y uno en cuanto al orden. Pues vieron que la voluntad humana en Cristo había estado completamente ordenada bajo la voluntad divina, de suerte que Cristo no quiso con voluntad humana sino lo que la voluntad divina dispuso que quisiera. De igual modo, nada obró Cristo según la naturaleza humana, bien naciendo, bien padeciendo, fuera de lo que dispuso la voluntad divina, según aquello: “Yo hago siempre lo que es de su agrado”. Asimismo, la operación humana de Cristo recibía cierta eficacia divina de la unión con la divinidad, igual que la acción del agente secundario consigue cierta eficacia del agente principal; por lo que ocurre que cualquier acción o pasión suya fue salutífera. Por esto Dionisio llamó a la operación humana de Cristo “teándrica”, esto es, “divino‑humana”, y también porque es de Dios y del hombre. Por lo tanto, viendo que la voluntad humana y la operación de Cristo estaban ordenadas bajo la divina con un orden infalible, creyeron que en Cristo había una sola voluntad y una sola operación, aunque no se identifiquen, según queda dicho, “lo que es uno en cuanto al orden” y “lo que es uno en absoluto”.

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