CAPÍTULO XXXIII
Del error de Apolinar, quien dijo que Cristo no tuvo alma racional, y del error de Orígenes, que afirmaba que el alma de Cristo fue creada antes del mundo
Mas, convencido Apolinar por estos testimonios evangélicos, confesó que en Cristo había alma sensitiva, pero no mente y entendimiento; de suerte que el Verbo de Dios remplazaba al entendimiento y a la mente.
Pero tal concesión no evita los inconvenientes señalados. Pues el hombre recibe la especie humana cuando tiene mente humana y razón. Si, pues, Cristo no las tuvo, no fue hombre verdadero ni de la misma especie que nosotros. Porque el alma carente de razón es de distinta especie que el alma racional. En efecto, según el Filósofo, en el VIII de los “Metafísicos”, en las definiciones y especies, cualquier diferencia esencial añadida o quitada cambia la especie, como en los números la unidad. Ahora bien, “racional” es una diferencia específica. Por lo tanto, si en Cristo hubo alma sensitiva carente de razón, no fue de la misma especie de nuestra alma racional. Y, en consecuencia, tampoco Cristo fue de la misma especie que nosotros.
Entre las mismas almas carentes de razón existen diferencias específicas, como se ve claramente en los animales irracionales, que difieren específicamente entre sí, y, sin embargo, cada uno recibe la especie de su propia alma. Así, pues, el alma sensitiva, carente de razón, es como un género que comprende bajo sí muchas especies. Pero nada está en el género que no esté en alguna de sus especies. Luego, si el alma de Cristo estuvo en el género de alma sensitiva, necesariamente estuvo bajo alguna de sus especies; por ejemplo, en la especie de alma de león o de cualquier otra bestia. Lo cual es absolutamente absurdo.
El cuerpo se compara al alma como la materia a la forma y como el instrumento al agente principal. Mas es necesario que la materia sea proporcionaba a la forma y el instrumento al agente principal. Luego, según sea la diferencia entre las almas, así será la diversidad entre dos cuerpos. Lo que se ve también respecto al sentido, pues en los diversos animales hallamos diversas disposiciones de los miembros, según que convienen a las diversas disposiciones de las almas. Por tanto, si en Cristo no hubo alma como la nuestra, tampoco hubo miembros como dos humanos.
Puesto que, según Apolinar, el Verbo de Dios es verdadero Dios, no puede convenirle la admiración, porque admiramos aquellas cosas cuyas causas ignoramos. De igual modo, tampoco puede convenirle la admiración al alma sensitiva, pues no es de su pertenencia el tender al conocimiento de las causas. Sin embargo, en Cristo hubo admiración, según se prueba por los Evangelios, pues se dice que, oyendo Jesús las palabras del centurión, “admiró”. Es necesario, pues, que, además de la divinidad del Verbo y del alma sensitiva, pongamos en Cristo algo por lo que pueda convenirle la admiración, a saber, la mente humana.
Por lo tanto, es evidente por lo dicho (c. 29 ss.) que en Cristo hubo verdadero cuerpo humano y verdadera alma humana. Y así lo que dice San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”, no debe entenderse como si el Verbo se hubiera convertido en carne, ni como si el Verbo hubiera asumido solamente la carne, o con alma sensitiva, aunque sin mente, sino que, según la costumbre de la Escritura, se pone la parte por el todo, y así se dice: “El Verbo se hizo carne”, por decir: “El Verbo se hizo hombre”; pues incluso a veces pone la Escritura en lugar de hombre la palabra “alma”; por ejemplo: “Setenta eran todas las almas engendradas por Jacob”. De modo semejante se usa también carne por hombre, como cuando se dice: “Verá toda carne a la vez que ha hablado la boca de Yavé”. Luego también aquí se pone “carne” en lugar de todo el hombre, para expresar la flaqueza de la naturaleza humana que el Verbo asumió.
Y si Cristo tuvo carne y alma humanas, según acabamos de probar, evidentemente su alma no existió antes de la concepción del cuerpo. Pues quedó probado ya (l. 2, c. 83) que las almas humanas no existen antes que sus propios cuerpos. Luego se ve que es falsa la tesis de Orígenes, quien decía que el alma de Cristo fue creada en el principio con todas las demás criaturas espirituales, antes de las corporales, y asumida por el Verbo de Dios, y después; hacia el fin de los siglos, fue revestida de carne para la salvación de los hombres
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