CAPÍTULO XXXII
Razones que, partiendo de Dios, aducen los que quieren probar la eternidad del mundo
Como muchos opinaron que el mundo ha existido siempre y necesariamente, y se esforzaron por demostrarlo, resta exponer ahora sus razones, para mostrar que no concluyen necesariamente en que el mundo sea sempiterno. Primeramente expondremos las razones que aducen por parte de Dios; después, las que alegan por parte de la criatura, y en tercer lugar, las que toman del modo como fueron hechas las cosas, consideradas en el comienzo de su existencia.
Por parte de Dios se aducen estas razones para probar la eternidad del mundo:
Todo agente que no obra siempre, se mueve o por sí o accidentalmente. Por sil, como el fuego, que no siempre quema; comienza a quemar, o porque se enciende de nuevo o porque se cambia a un lugar nuevo para que esté cercano al combustible. Accidentalmente, como el motor del animal comienza a mover de nuevo al animal por algún nuevo movimiento hecho sobre él, ya provenga del interior, como cuando el animal, una vez hecha la digestión, se despierta y comienza a moverse; o del exterior, como cuando vienen de nuevo acciones que inducen a comenzar alguna nueva acción. Pero Dios no se mueve ni por sí ni accidentalmente, según se probó en el libro primero (l. 1, c 13); por lo que Dios siempre obra del mismo modo. Ahora bien, por su acción, las cosas creadas se mantienen en el ser. Luego siempre fueron creadas.
El efecto procede de la causa agente por acción de la misma. Pues bien, la acción de Dios es eterna; porque de otra suerte pasaría a ser, de agente en potencia, agente en acto, y sería preciso reducirlo al acto por algún agente anterior, lo cual es imposible. Luego las cosas creadas por Dios han existido desde la eternidad.
Puesta la causa suficiente, es necesario poner el efecto. Pues si, aun después de poner la causa, no fuese necesario poner el efecto, sería posible que, puesta la causa, el efecto resultara o no; y, por tanto, la secuela que va del efecto a su causa no implicaría más que posibilidad, y lo que es posible necesita de algo que lo actualice, lo que supondrá admitir alguna causa que haga que el efecto se actualice; y así la causa primera no sería suficiente. Pero Dios es la causa suficiente de la producción de las criaturas; de otra suerte no sería causa, sino que más bien estaría en potencia para ser causa, pues se constituiría causa por algo añadido, lo cual evidentemente es imposible. Luego parece necesario que, existiendo Dios desde la eternidad, la criatura haya existido también desde la eternidad.
El que obra por voluntad no demora la ejecución de su propósito de hacer algo sino por esperar algo en el futuro, que aun no está presente. Y esto a veces está en el agente mismo, como cuando se espera una capacidad perfecta para obrar o la remoción de algo que la impide; a veces está fuera del agente, como cuando se espera la presencia de alguno ante quien ha de verificarse la acción, o al menos cuando se espera que llegue el tiempo oportuno que aun no ha llegado. Mas, si la voluntad es perfecta, la potencia ejecuta inmediatamente, a no ser que haya un defecto en ella: como al imperio de la voluntad sigue inmediatamente el movimiento del miembro, a no ser que haya un defecto en la potencia motriz que ejecuta el movimiento. Y con esto queda claro que, cuando uno quiere hacer algo y no lo hace al instante, es o por defecto de la potencia, que se espera quitar, o porque la voluntad de hacerlo no es completa. Y digo que hay voluntad completa cuando quiere hacer algo en absoluto, prescindiendo del modo; y hay voluntad incompleta cuando uno no quiere hacer algo en absoluto, sino bajo alguna condición que aun no existe, o una vez quitado el impedimento que hay delante. Ahora bien, consta que todo lo que Dios quiere que exista ahora, desde la eternidad quiso que exista, puesto que no le puede sobrevenir ningún movimiento voluntario nuevo, ni puede tener defecto o impedimento alguno su potencia, ni pudo esperar cosa alguna para producir la totalidad de las criaturas, puesto que no hay otro ser in‑creado que El mismo, como ya probamos (cc. 6 y 15). Luego parece necesario que habría de producir a la criatura en el ser desde la eternidad.
El que obra como inteligente no prefiere una cosa a otra sino por la preeminencia de la una sobre la otra. Pero donde no hay diferencia alguna no puede haber preeminencia, pues donde no hay diferencia no se elige una cosa con preferencia a otra. Y por esto, un agente que se encuentre indeterminado a dos cosas nunca hará nada, como tampoco hace nada la materia; pues tal potencia se parece a la potencia de la materia. Mas entre un no‑ser y otro no‑ser no puede haber diferencia alguna, y, por tanto, un no‑ser no es preferible a otro. -Ahora bien, fuera de toda la universalidad de las criaturas no hay nada si no es la eternidad de Dios, y en la nada no pueden asignarse momentos diferentes, de manera que sea preferible hacer algo en uno de ellos más que en otro, como tampoco en la eternidad, por ser toda uniforme y simple, como se vio en el libro primero (c. 15). Nos vemos obligados, por tanto, a decir que la voluntad de Dios se encuentra indiferente para producir la criatura por toda la eternidad. -Luego, o quiere que nunca exista la criatura por toda la eternidad, o que exista siempre. No es su voluntad que nunca existan las criaturas por toda la eternidad, como consta por el hecho de haberlas creado. Luego es conclusión absolutamente necesaria, según parece, que la criatura existió siempre.
Lo que se ordena a un fin tiene el fundamento de su necesidad en el fin, y más si se trata de lo que se hace voluntariamente. Luego es razonable que, permaneciendo el fin de la misma manera, lo que se ordena al fin se comporte o sea producido de igual modo, a no ser que le sobrevenga una nueva referencia al fin. Pero el fin de las criaturas, que proceden de la divina voluntad, es la bondad divina, única que puede ser fin de la divina voluntad. Luego, permaneciendo la bondad divina por toda la eternidad la misma en sí y en comparación con la divina voluntad, parece que parejamente habrán sido producidas las criaturas en toda una eternidad por la voluntad divina; porque no se puede decir que las sobreviniese alguna relación respecto al fin si se afirma rotundamente que no existió tiempo alguno determinado en que comenzasen.
Siendo la bondad divina perfectísima, no decimos que todas las cosas procedieron de Dios por su bondad, como si se le aumentase algo por parte de las criaturas, sino porque es propio de la bondad comunicarse en cuanto es posible, en lo cual se pone de manifiesto la bondad misma. Y como todas las cosas participan de la bondad de Dios en cuanto tienen de ser, cuanto más duran, más participan de la bondad de Dios; de donde al ser perpetuo de la especie se le llama “ser divino”; y como, por otra parte, la bondad divina es infinita, y, naturalmente, es propio de ella comunicarse por toda la eternidad y no tan sólo en un determinado tiempo, consiguientemente, parece que es muy conforme a la bondad divina que algunas criaturas hayan existido desde la eternidad.
Estas son, pues, las razones tomadas por parte de Dios, por las que parece que las criaturas siempre han existido.
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