CAPÍTULO XXXI
Del error de Apolinar acerca del cuerpo de Cristo
Más arbitrariamente que estos erró Apolinar acerca del misterio de la encarnación, coincidiendo, no obstante, con los anteriores en decir que el cuerpo de Cristo no fue asumido de la Virgen, sino más bien -lo cual es más impío- que parte del Verbo se convirtió en carne de Cristo. Y sirvióle de ocasión para errar aquello que se lee: “Y el Verbo se hizo carne”, que creyó debía entenderse como si el mismo Verbo se hubiera convertido en carne, a la manera como se entiende lo que leemos: “Y luego que el maestresala probó el agua convertida en vino”, que se dice así porque el agua se convirtió en vino.
Mas, por lo que llevamos dicho, es fácil ver que este error es inadmisible. En efecto, probamos anteriormente (l. 1, c. 13) que Dios es totalmente inmutable, y es evidente que todo lo que se convierte en otro se muda. En consecuencia, por ser el Verbo de Dios verdadero Dios, según probamos (c. 3), es imposible que se haya convertido en carne.
Además, el Verbo de Dios, por ser Dios, es simple, pues vimos que en Dios no puede haber composición (libro 1, c. 18). Luego, si algo de Verbo de Dios se convierte en otro, deja de ser lo que era antes, como el agua convertida en vino, ya no es agua, sino vino. En consecuencia, según dicha opinión, el Verbo de Dios dejó de existir después de la encarnación. Lo cual es imposible, ya porque el Verbo de Dios es eterno, según aquello: “Al principio era el Verbo”; ya porque, después de la encarnación, Cristo se llama Verbo de Dios, según el dicho: “Estaba empapado en sangre, y tiene por nombre Verbo de Dios”.
Es imposible también que las cosas que no comunican en materia o en género puedan convertirse mutuamente: como de una línea no se puede hacer la blancura, por pertenecer a diverso género; ni puede convertirse un cuerpo elemental en cuerpo celeste o en cualquier substancia incorpórea, o viceversa, porque no convienen en materia. Ahora bien, el Verbo de Dios, por ser Dios, no conviene ni en género ni en materia con cualquier otro, porque Dios no está bajo género alguno ni tiene materia. Es imposible, por tanto, que el Verbo de Dios se haya convertido en carne o en cualquier otra cosa.
Además, es propio de la carne, los huesos, la sangre y demás partes así, el ser de determinada materia. Luego, si el Verbo de Dios se hubiera convertido en carne -según dicha opinión-, se seguiría que en Cristo no habría verdadera carne ni ninguna otra de estas cosas. Y así, tampoco sería verdadero hombre, sino sólo aparente, con los demás inconvenientes que anotamos arriba contra Valentín.
Es evidente, pues, que lo dicho por San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”, no se ha de entender como si el Verbo se hubiera convertido en carne, sino como que asumió la carne para convivir con los hombres y hacérseles visible; por lo que añade: “Y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria”. Tal como en Baruc se dice de Dios que “hizo, además, que se dejara ver en la tierra y con versara con los hombres”.
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