CAPÍTULO XXX
Nombres que pueden predicarse de Dios
A la luz de la doctrina anterior, podemos mirar ahora qué puede y qué no puede decirse de Dios, qué es lo que se afirma solamente de Él y también lo que se dice de Él y de las otras cosas juntamente.
Por estar en Dios, pero de modo más eminente, toda perfección de la criatura, cualquier nombre que signifique una perfección absoluta, sin defecto alguno, se predica de Dios y de las criaturas: como, por ejemplo, la “bondad”, la “sabiduría”, la “existencia”, etc. Pero los nombres que expresan perfecciones con modalidades propias de las criaturas no pueden aplicarse a Dios, a no ser por analogía y metáfora, por las que suele aplicarse a otro lo que es propio de un determinado ser; se dice, por ejemplo, que tal hombre es “una piedra”, por la dureza de su entendimiento. De esta clase son todos los nombres que designan la especie de un ser creado, como “hombre” y “piedra”; pues a toda especie corresponde un determinado modo de perfección y de ser. Y lo mismo hay que decir de cualquier nombre que signifique las propiedades de los seres, las cuales proceden de los principios propios de la especie. Por lo que no se atribuyen a Dios sino metafóricamente. En cambio, los nombres que significan estas mismas perfecciones de un modo supereminente, aplicable a Dios, se afirman solamente de Él, como “sumo bien, primer ser” y otras semejantes.
Mas digo que alguno de los nombres expresan perfección, sin defecto alguno en cuanto al objeto para cuya significación fue impuesto el nombre, pues, en cuanto al modo de significar, todo nombre es defectuoso. Nombramos, en efecto, los seres, del mismo modo que los conocemos. Y nuestro entendimiento, recibiendo el principio del conocimiento de los sentidos, no trasciende el modo que encuentra en los seres sensibles, en los que una cosa es la forma y otra el sujeto de ella, por la composición de materia y forma. En estos seres la forma es ciertamente simple, pero imperfecta, es decir, no subsistente; en cambio, el sujeto es subsistente, pero no simple, sino concreto. De aquí que todo lo que nuestro entendimiento concibe como subsistente lo expresa en concreto, y lo que concibe como simple no lo expresa “como lo que es”, sino “por lo que es”. Y así, en todos los nombres que decirnos, hay una imperfección en cuanto al modo de significar, que no conviene a Dios, aunque le convenga en un grado eminente lo significado por e: nombre, como se ve claro en los nombres “de bondad” y “de bien”: “la bondad” significa, en efecto, algo no subsistente, y “el bien”, algo concreto. Y en este sentido ningún nombre es aplicado a Dios con propiedad, sino en cuanto a aquello para cuya significación fue impuesto. Estos nombres como enseña Dionisio, pueden afirmarse y negarse de Dios; afirmarse, en cuanto a la significación del nombre, y negarse, en cuanto al modo de significar.
El grado “sobreeminente” con que se encuentran en Dios dichas perfecciones no puede expresarse por nombres nuestros, sino, o por negación, como cuando decimos Dios “eterno” o “infinito”, o por relación del mismo Dios con los otros seres, como cuando decimos “causa primera” o “sumo bien”. En realidad, no podemos captar lo que es Dios, sino lo que no es y la relación que con Él guardan los otros seres, como claramente se ha probado.
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