CAPITULO XXX
Cómo puede darse en las cosas la necesidad absoluta
Aunque todas las cosas dependan de la voluntad de Dios, como de su causa primera, que no obra por necesidad, a no ser por la que va incluida en el hecho de proponerse su fin, no por esto deja de haber necesidad absoluta en las cosas, hasta el punto de que nos veamos obligados a confesar que todo es contingente, cosa que podría parecer verdadera a alguno -porque no fluyeron las cosas de su causa con necesidad absoluta- guiado por lo que suele ocurrir ordinariamente en las cosas: que un efecto es contingente cuando no procede necesariamente de su causa. Hay, efectivamente, algunas cosas creadas que son necesarias natural y absolutamente. Veamos:
Son necesarias natural y absolutamente aquellas cosas en las que no hay posibilidad de no ser. Porque si la razón de que vaya incluido el poder no ser en la naturaleza de ciertas cosas producidas por Dios en el ser es que su materia puede adquirir otra forma, por tanto, aquellas cosas en las que o no hay materia o, si la hay, no hay en ella posibilidad a otra forma, no tienen potencia de no ser. En consecuencia, son necesarias en absoluto y naturalmente.
Y si se dice que lo que procede de la nada, en cuanto es de suyo, tiende a la nada -y en este sentido en todas las criaturas hay potencia al no‑ser-, es clara la inconsecuencia, porque se dice que las cosas creadas tienden a la nada en sentido análogo a como salen de ella, cosa que no ocurre sino en virtud de la potencia agente. De manera que no hay potencia al no‑ser en las cosas creadas, sino que en el Creador hay potencia para darles el ser o para dejar de infundir en ellas el ser, puesto que no obra en la producción de las cosas por necesidad de naturaleza, sino por su voluntad, como ya se declaró (c. 23).
Como las cosas creadas son producidas en el ser por voluntad divina, es necesario que sean tales cuales Dios quiso que fuesen. Mas, al decir que Dios produjo las cosas en el ser por su voluntad y no por necesidad, no se descarta que hubiese querido que algunas cosas fuesen necesarias y otras fuesen contingentes, para que hubiera en las cosas una diversidad ordenada. Luego nada impide que haya algunas cosas producidas por la voluntad divina y que sean necesarias.
Pertenece a la perfección divina imprimir en las cosas creadas su semejanza, exceptuando lo que se opone a la razón misma de ser creado; porque es propio del agente perfecto producir algo semejante a él, en cuanto esto es posible. Pero el ser necesario naturalmente no repugna a la razón del ser creado, pues nada impide que una cosa sea necesaria y, sin embargo, su necesidad sea causada, como, por ejemplo, las conclusiones de las demostraciones. Luego nada impide que haya algunas cosas producidas por Dios que, sin embargo, tengan una necesidad absoluta. Antes bien, esto atestigua la divina perfección.
Cuanto algo dista más de aquello que es ser por sí mismo, o sea de Dios, tanto más cercano está al no‑ser, y cuanto está más cercano a Dios, tanto más se aleja del no‑ser. Ahora bien, la potencia al no‑ser que pueda tener el existente es lo que fundamenta su cercanía al no‑ser. Por consiguiente, lo que está muy cercano a Dios, y, por tanto, remotísimo del no‑ser, ha de ser tal- para que se salve el orden completo de las cosas -que en ello no haya potencia al no‑ser. Tal es lo absolutamente necesario. -Así, pues, hay algo creado que tiene su ser necesario.
Se ha de notar, en conclusión, que, si se considera la totalidad de las cosas creadas en cuanto dependen del primer principio, nos encontramos con que dependen de un principio no necesario, a no ser con necesidad de suposición, según se ha dicho. Pero, si se comparan a los principios próximos, hallamos que tienen necesidad absoluta. Nada impide, en efecto, que algunos principios no obren por necesidad, pero que, una vez supuestos los tales, se siga necesariamente tal efecto, como la muerte de este animal es absolutamente necesaria, por estar ya compuesto de contrarios, aunque no fuese absolutamente necesario el hecho de componerse de contrarios. De manera semejante, fue cosa de voluntad divina la producción de tales cosas; pero que, una vez hechas, resulte o exista algo, es absolutamente necesario.
Con todo, la necesidad que hay en las cosas creadas varía de sentido conforme varían las causas. Porque, como no puede existir la cosa sin sus principios esenciales, que son la materia y la forma, lo que compete a la cosa por razón de los principios esenciales siempre debe gozar de necesidad absoluta.
Mas, en cuanto que estos principios son principio del ser, hallamos en las cosas tres clases de necesidad absoluta. Una clase, por relación al ser de la cosa de que son principios. Así, como la materia en sí misma es un ser en potencia y tanto puede ser como puede no ser, por razón de la materia necesariamente hay cosas corruptibles, como lo es el animal, por estar compuesto de contrarios, y el fuego, por ser su materia susceptible de formas contrarias. -Al contrario, la forma en sí misma es acto, y por ella existen las cosas en acto. Por esto, de ella proviene la necesidad de existir en algunas cosas, lo cual sucede, o porque dichas cosas son formas sin materia, y entonces no hay en ellas potencia al no‑ser, pues por su forma siempre conservan el poder de existir, como ocurre en las substancias separadas; o porque sus formas adecuan con su perfección toda la potencia de la materia, de tal manera que no queda potencia a otra forma ni, por consiguiente, al no‑ser, como pasa con los cuerpos celestes. -Mas en las cosas en que la forma no llena cumplidamente toda la potencialidad de la materia, queda aún en la materia potencia a otra forma, y, por tanto, no hay en ellas necesidad para existir, sino que el poder de existir es en ellas fruto de la victoria de la forma sobre la materia, como aparece en los elementos y en sus compuestos; pues la forma del elemento no alcanza toda la potencia de la materia, por no ser susceptible de la forma de un elemento sino en cuanto se somete a la parte contraria. Pero la forma del cuerpo mixto alcanza la materia en cuanto que está, dispuesta por una determinada mezcla. Ahora bien, es preciso que sea uno mismo el sujeto de los contrarios y de todos los medios que resultan de la mutua mezcla de los extremos. De donde se ve que todo lo que o tiene contrario o procede de contrario es corruptible; lo que no es así es sempiterno, a no ser que se corrompa accidentalmente, como las formas no subsistentes, que tienen ser en cuanto están en la materia.
Otra clase de necesidad absoluta que hay en las cosas, en cuanto a sus principios esenciales, depende del orden de las partes de la materia o de la forma cuando ocurre que en algunas cosas no son simples tales principios. Y así, como la materia propia del hombre es el cuerpo mezclado, atemperado y organizado, es absolutamente necesario que tenga en sí los elementos, humores y órganos principales. De manera semejante, al ser el hombre, por su naturaleza o forma, animal racional mortal, es necesario que sea animal y racional.
Una tercera manera de hacer necesidad absoluta en las cosas es la que depende del orden de sus principios esenciales a las propiedades consiguientes a la materia o a la forma; como es necesario que la sierra, al ser de hierro, sea dura, y el hombre sea disciplinadle.
La necesidad por parte del agente se puede considerar en cuanto al obrar mismo y en cuanto al efecto consiguiente. El primer punto de vista de necesidad es semejante a la necesidad que hay en el accidente por razón de los principios esenciales. En efecto: así como los demás accidentes proceden de la necesidad de los principios esenciales, así procede la acción de la necesidad de la forma por la que el agente está en acto, pues obra en cuanto está en acto. Pero ocurre de diferente manera según se trate de una acción inmanente del agente, como entender o querer, o de una acción transeúnte, como calentar. Porque, en la primera clase de acción, la necesidad de la acción del agente responde a la forma por la que el agente está en acto, porque para que exista no se requiere nada extrínseco en que termine la acción, pues, actuado el sentido por la especie sensible, necesariamente siente; y lo mismo ocurre cuando es actuado el entendimiento por la especie inteligible. -Pero, en la segunda clase de acciones, la necesidad de la acción responde a la forma por razón del poder operativo que tiene: ciertamente, si el fuego es caliente, es necesario que tenga poder de calentar, aunque no es necesario que caliente, porque puede impedirlo algo exterior. Y no hace al caso que sea el agente uno solo, que se baste con su forma para obrar o que tengan que juntarse muchos agentes para efectuar una acción, como se juntan muchos hombres para arrastrar una nave; pues todos hacen las veces de uno solo, que es puesto en acto por la adunación de todos ellos para una acción.
Pero la necesidad por parte del agente o moviente, en cuanto se considera como estando en el efecto o en lo movido, no sólo depende de la causa agente, sino también de la manera de ser del movido y de lo que recibe la acción del agente, lo cual, o no está de manera alguna en potencia para recibir el efecto de tal acción, como no lo está la lana para que de ella se haga una sierra, o está en potencia, pero impedida por agentes contrarios o por disposiciones o formas contrarias inherentes al móvil, con un impedimento mayor que lo que es la potencia operativa del agente, como el hierro no se liquida con un calor débil. Por tanto, para que pueda seguirse el efecto, es necesario que en el paciente haya potencia a recibir la acción y en el agente dominio sobre el paciente para poderlo cambiar en sentido de una disposición contraria. Y si, realmente, el efecto logrado en el paciente por el dominio del agente fuese contrario a la disposición natural del mismo paciente, entonces tendremos una necesidad de violencia, como cuando una piedra es lanzada hacia arriba; pero si no fuese contraria a la disposición natural del mismo sujeto, no habrá necesidad de violencia, sino de orden natural, como ocurre en el movimiento del cielo, que depende del primer agente extrínseco y que, sin embargo, no va contra la disposición natural del móvil en cuestión, no siendo, en consecuencia, movimiento violento, sino natural. Lo mismo ocurre en la alteración verificada en los cuerpos inferiores por los cuerpos celestes, pues hay una inclinación natural en los cuerpos inferiores para recibir la impresión de los cuerpos superiores. También ocurre igual en la generación de los elementos, porque la forma que se introducirá por la generación no es contraria a la materia prima, que es el sujeto de la generación, aunque sea contraria a la forma que va a perder; pues la materia que existe bajo la forma contraria no es sujeto de generación.
En conclusión: se ve por lo dicho que la necesidad por parte de la causa depende en ciertas cosas tan sólo de la disposición del agente; pero en otras, de la disposición del agente y del paciente. Luego si tal disposición, de la que se sigue necesariamente el efecto, fuese necesaria en absoluto tanto en el agente como en el paciente, habría necesidad absoluta en la causa agente, obrando, en consecuencia, necesariamente y siempre; pero si no fuese absolutamente necesaria, sino posible de desaparecer, no habría necesidad por parte de la causa agente, a no ser supuesta la debida disposición de ambos para obrar; como ocurre en aquellos que a veces se encuentran impedidos para obrar, o por defecto de la potencia operativa o por violencia de algún contrario, por lo que no obran siempre y necesariamente, sino la mayor parte de las veces.
Por razón de la causa final se da en las cosas una doble necesidad: una por razón de la prioridad que tiene la intención del agente, y, en este sentido, la necesidad del fin y del agente es la misma, pues el agente en tanto obra en cuanto tiende a un fin, tanto en lo natural como en lo voluntario. Pues, en las cosas naturales, la intención del fin compete al agente por razón de su forma, por la cual le es conveniente el fin; por donde se deduce que según el poder operativo de la forma tiende la cosa natural al fin, como lo pesado, en proporción a su peso, tiende al medio. Pero en las cosas que gozan de voluntad, tanto la voluntad inclina a obrar por un fin, cuanto tiende al fin; aunque no siempre se inclina a hacer esto o aquello que sirve para el fin cuanto desea el fin, cuando el fin se puede alcanzar no sólo por esto o aquello, sino de muchas maneras más. -La otra necesidad por parte del fin se funda en la posterioridad que tiene en la existencia. Y esta necesidad no es absoluta, sino condicionada, como cuando decimos que la sierra ha de ser de hierro para que pueda serrar.
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