CAPÍTULO XXVIII: Sobre la perfección divina

CAPÍTULO XXVIII

Sobre la perfección divina

Aunque los seres que existen y viven son más perfectos que los que únicamente existen, sin embargo, Dios, que no es otra cosa que su propio existir, es el ser de universal perfección, no faltándole ningún género de nobleza.

En efecto, la perfección de cualquier cosa es proporcionada al ser de la misma: ninguna perfección le vendría, por ejemplo, al hombre por su sabiduría si no fuera sabio por ella, y así de los otros seres. Por consiguiente, en una cosa, el modo de su grado en el ser marca el modo de su perfección: porque se dice que una cosa es más o menos perfecta, según que su ser sea determinado a un modo especial de mayor o menor perfección. Si, por lo tanto, hay un ser a quien pertenezca toda la virtualidad del ser, no puede carecer de perfección alguna que exista en los demás. Pero le pertenece al ser con toda virtualidad lo que es su propio ser; de la misma manera que, si existiese una blancura separada, no podría carecer de lo que es propio de la blancura, pues a un objeto blanco le falta algo propio de esta cualidad por el defecto del sujeto receptor, que la recibe según su modo particular y no conforme a toda la potencialidad de la blancura. Ahora bien Dios, que es su propio Ser, como más arriba se ha probado, posee el ser con toda su virtualidad. Luego no puede carecer de ninguna de las perfecciones que convengan a cualquier otro.

Así como toda bondad y perfección adviene a una cosa en cuanto es, así también toda la imperfección le adviene en cuanto de alguna manera no es. Pero Dios, así como posee totalmente el ser, del mismo modo carece de todo no ser; porque una cosa se aleja del no ser en la medida en que es. Dios, por lo tanto, carece de imperfección. Luego es la universal perfección. Mas aquellos seres que sólo tienen existencia, no son imperfectos por imperfección del Ser absoluto, pues no tienen el ser en toda su comprehensión, sino que participan del mismo de un modo particular e imperfectísimo.

Lo perfecto ha de preceder necesariamente a lo imperfecto; por ejemplo, la semilla es precedida por el animal o la planta. Según esto, el primer Ser será necesariamente perfectísimo. Expusimos ya que Dios es el primer ser. Luego es perfectísimo.

Todo ser es perfecto en cuanto está en acto. Imperfecto, por el contrario, en cuanto está en potencia con privación del acto. El que no tiene, pues, potencialidad alguna, sino que es acto puro, necesariamente será el ser perfectísimo. Tal es Dios; luego es el ser perfectísimo.

Nada obra sino en cuanto está en acto. Y, en el que obra, la acción depende del modo del acto. Imposible es, por lo tanto, que el efecto resultante de una acción sea más noble que el acto del agente. Es posible, en cambio, que el acto del efecto sea más imperfecto que el de la causa agente, porque la acción puede ser debilitada por parte del término. Pero ha quedado ya en claro que, en el orden de causas eficientes, se ha de llegar, en último término, a una causa que llamamos Dios, del cual proceden todas las cosas, como se dirá más adelante. Es necesario que encontremos en Dios, en grado mucho más eminente, todas las perfecciones de cualquier ser, y no al contrario. Dios, por consiguiente, es el Ser perfectísimo.

En cualquier género de perfección existe en grado perfectísimo algo que mide todas las perfecciones que caen bajo este género; y, por lo mismo, una cosa parece más o menos perfecta en cuanto se acerca de un modo más o menos perfecto a la medida de su género. Así, por ejemplo, se dice que el blanco es la medida de todos los colores, y el virtuoso lo es para todos los hombres. Pero la medida de todos los seres no puede ser otra que Dios, el cual es su mismo Ser. Por lo tanto, no carece de ninguna de las perfecciones que convienen a los otros seres; de lo contrario, no sería la medida de todo ser.

Por esto, cuando Moisés manifestó que deseaba ver la faz o gloria divina, el Señor le respondió, como dice el acodo: “Yo te mostraré todo bien”, para darle a entender que poseía la plenitud de toda bondad. Y Dionisio dice también: “Dios no existe de un determinado modo, sino que recibe todo el ser, y lo recibe con superioridad absoluta y sin circunscripción o límites”.

6. Hay que notar, sin embargo, que la perfección no puede atribuirse con propiedad a Dios, si miramos la significación del nombre atendiendo a su origen. Lo que no “es hecho” parece que no puede llamarse “perfecto”. Mas como todo lo que se hace es reducido de la potencia al acto y del no ser al ser, se dice con propiedad perfecto, es decir, “totalmente hecho”, cuando la potencia es completamente reducida al acto, de tal modo que ya no tiene nada del no ser y posee el ser perfecto. Por extensión, sin embargo, se dice perfecto no sólo lo que haciéndose llega al acto completo, sino también lo que está en acto perfecto sin haber sido hecho. Y en este sentido decimos que Dios es perfecto, según las palabras de San Mateo: “Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial”.

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