CAPÍTULO XXVII
Dios no es forma de un cuerpo
Probado que Dios no es el ser de todas las cosas, de modo idéntico puede explicarse que no es forma de cosa alguna.
Ha quedado, en efecto, demostrado que el ser divino no puede formar parte de una esencia que no sea el propio existir. Pero Dios no es otra cosa que el mismo ser divino. Es imposible, pues, que Dios sea forma de otra cosa cualquiera.
La forma del cuerpo no es el ser mismo, sino principio de ser. Pero Dios es su mismo ser. Luego Dios no es forma del cuerpo.
De la unión de la forma y de la materia resulta un compuesto, que es un todo con relación a la forma y a la materia. Ahora bien, las partes están en potencia con respecto al todo. Pero en Dios no hay potencialidad. Por consiguiente, es imposible que Dios sea una forma unida a alguna otra cosa.
Más perfecto es quien tiene el ser independiente que quien lo tiene en otro. Es así que la forma de un cuerpo tiene el ser en otro. Luego, como Dios es el ser perfectísimo y la causa primera del ser, no puede ser forma de otro.
Se puede demostrar lo mismo por la eternidad del movimiento. En efecto, si Dios es forma de algún móvil, como es el motor primero, el compuesto resultante sería motor de sí mismo. Pero el motor de sí mismo puede ser movido y no serlo. Pues ambas cosas están en su poder. Ahora bien: un ser tal no posee el movimiento indeficiente por sí mismo. Es necesario, pues, admitir, sobre el motor de sí mismo, otro primer motor que le proporcione la perpetuidad de movimiento. Y por esto Dios, que es el primer motor, no es forma de un cuerpo motor de sí mismo.
Mas este argumento sólo es útil para quienes admiten la eternidad del movimiento. Prescindiendo de él, podemos llegar a la misma conclusión partiendo de la regularidad del movimiento del cielo. Así como el motor de sí mismo puede estar en reposo o moverse, puede también moverse con más velocidad y más lentamente. La necesidad de uniformidad del movimiento de los astros depende de un principio superior completamente inmóvil, que no es parte de un cuerpo motor de sí mismo como si fuera su forma.
La autoridad de la Sagrada Escritura está de acuerdo con esta verdad. Se dice en el Salmo: “Elevada es tu grandeza sobre los cielos, Señor”; y en el litro de Job: “Es más elevada que los cielos, )qué harás?; es más extensa que la tierra y más honda que el mar”.
Así se desvanece el error de los gentiles, que afirmaban que Dios es el alma del cielo o también de todo el mundo. Apoyados en esto, defendían el error de la idolatría, diciendo que todo el mundo es Dios, no en virtud del cuerpo, sino por el alma; del mismo modo que el hombre se dice sabio, no por el cuerpo, sino más bien por el alma. Puesto esto, afirmaban, en consecuencia, que no es indebido el culto divino tributado al mundo y a sus partes. El Comentador dice que en este punto estuvo la equivocación de los sabios de la nación de los Zabios, es decir, de los idólatras; porque admitieron que Dios es la forma del firmamento.
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