CAPÍTULO XXIII: El movimiento del cielo obedece a un principio inteligente

CAPÍTULO XXIII

El movimiento del cielo obedece a un principio inteligente

Por lo dicho se puede demostrar que el primer motor del movimiento celeste es un ser dotado de inteligencia.

Ningún ser que obra en conformidad con su especie intenta una forma superior a la suya, porque todo agente intenta lo que le es semejante. Ahora bien, el cuerpo celeste, al obrar con su movimiento, intenta la forma última, que es el entendimiento humano, el cual es superior a toda forma corporal, según consta por lo dicho (c. prec.). Luego el cuerpo celeste no obra, en orden a la generación, en conformidad con su propia especie, o sea, como el agente principal, sino en conformidad con la especie de algún agente superior intelectual, al cual se compara como el instrumento con el agente principal. Pues el cielo, en orden a la generación, obra sólo en cuanto se mueve. Por lo tanto, el cuerpo celeste es movido por alguna substancia intelectual.

Todo lo que se mueve ha de ser necesariamente movido por otro, según hemos probado ya (l. 1, c. 13). Luego el cuerpo celeste es movido por otro. Ahora bien, este otro, o está totalmente separado de él o, por el contrario, está unido, de manera que l compuesto resultante del cielo y el motor se diga que se mueve a sí mismo, en cuanto que una de sus partes mueve y la otra es movida. Y, si es así, como todo lo que se mueve a sí mismo está vivo y animado, se sigue que el cielo es animado, y solamente con el alma intelectual. Con la nutritiva no puede ser, porque en él no hay generación ni corrupción; con la sensitiva tampoco, pues no tiene diversidad de órganos. De donde resulta que se mueve por el alma intelectiva. -Y si se mueve por un motor extrínseco, éste deberá ser corpóreo o incorpóreo. Si es corpóreo no mueve sin ser movido, porque ningún cuerpo mueve sin ser antes movido, como consta por lo dicho (l. 2, c. 20). Y será pues, preciso que aquél también se mueva por otro. Y como en los cuerpos no se da un proceso infinito, deberemos llegar a un primer motor incorpóreo, el cual, por estar absolutamente separado del cuerpo, deberá ser inteligente, como se ve por lo anteriormente dicho (l. 1, c. 44). Luego el movimiento del cielo que es el primer ser corpóreo, procede de una substancia intelectual.

Los cuerpos graves y ligeros se mueven por quien los engendra y remueve sus obstáculos, según se prueba en el VIII de los “Físicos”; porque en ellos no es posible que la forma sea motor y la materia lo movido, pues nada se mueve si no es cuerpo. Pero, así como los cuerpos elementales son simples y sólo cuentan con la composición de materia y forma, así también son simples los cuerpos celestes. Luego si se mueven como los graves y ligeros, es preciso que se muevan propiamente por su engendrante y accidentalmente por lo que remueve sus obstáculos. Pero esto es imposible, porque dichos cuerpos son ingenerables, puesto que no tienen contrariedad alguna; y sus movimientos no pueden ser impedidos. Es preciso pues, que se muevan por los seres que mueven por aprehensión, no sensitiva, según consta, sino intelectiva.

Si el principio del movimiento celeste es sólo la naturaleza, prescindiendo de toda aprehensión, tal principio tendrá que ser la forma del cuerpo celeste, como pasa entre los elementales; pues, aunque las formas simples no sean motores son no obstante, principios de movimientos, porque tras ellas siguen los movimientos naturales como todas las demás propiedades naturales. Pero es imposible que el movimiento celeste siga como un principio activo a la forma del cuerpo celeste. Pues la forma es principio del movimiento local cuando a un cuerpo le corresponde por ella tal lugar, hacia el cual se mueve en virtud de que su forma tiende a él; y entonces, como lo engendra la forma se llama motor, como vemos que el fuego tiende hacia arriba en virtud de su forma. Mas, por razón de la forma no corresponde al cuerpo celeste el estar en este lugar o en aquél. Luego el principio del movimiento celeste no es sólo la naturaleza. En consecuencia, el principio de su movimiento deberá ser algo que mueva por aprehensión.

La naturaleza tiende siempre a lo mismo; por eso, las cosas naturales siempre existen de la misma manera, si algo no lo impide; y esto sucede en contados casos. Por lo tanto, lo que encierra en sí la desigualdad no puede ser el fin al cual tienda la naturaleza. Es así que el movimiento es naturalmente desigual, porque lo que se mueve, en cuanto tal, se halla ahora de manera desigual que antes. Luego es imposible que la naturaleza intente el movimiento como tal. Lo que sí intenta mediante el movimiento es la quietud, que es, con relación al movimiento, lo que la unidad respecto de la multitud; pues se dice que está quieto “lo que se encuentra ahora igual que antes”. Según esto si el movimiento del cielo obedeciera únicamente a la naturaleza estaría ordenado a cierta quietud. Cuando precisamente vemos lo contrario, puesto que es continuo. Luego el movimiento celeste no proviene, como de un principio activo, de la naturaleza sino más bien de una substancia inteligente.

A todo movimiento que procede de la naturaleza como de su principio activo le corresponde que, si el acceso a un término es natural, el retroceso del mismo sea innatural y contrario a la naturaleza; por ejemplo, lo pesado tiende hacia abajo naturalmente y se aleja de dicho lugar contra su naturaleza. Según esto, si el movimiento del cielo fuera natural, como tiende por naturaleza hacia occidente, volvería hacia oriente contrariando su naturaleza. Y esto es imposible, porque en el movimiento celeste no hay nada violento ni contrario a la naturaleza. Es, pues, imposible que el principio activo del movimiento celeste sea la naturaleza. Luego su principio activo es una fuerza aprehensiva intelectual, como consta por lo dicho. Por lo tanto, el cuerpo celeste se mueve por la substancia intelectual.

Sin embargo, no debe negarse que el movimiento celeste es natural. Porque un movimiento se llama natural no sólo en virtud de su principio activo, sino también del pasivo, como se ve en la generación de los cuerpos simples. En efecto dicha generación no puede llamarse natural por razón del principio activo, porque decimos que una cosa se mueve naturalmente por su principio activo cuando dicho principio es intrínseco; pues la naturaleza es “principio de movimiento en aquel en quien está”; y el principio activo en la generación de un cuerpo simple es extrínseco. Según esto, no es natural por razón del principio activo, sino solamente por razón del pasivo, que es la materia, en la cual se halla el apetito natural hacia la forma natural. Así, pues, el movimiento del cuerpo celeste no es natural respecto del principio activo, sino más bien voluntario y racional; sin embargo, respecto del principio pasivo, es natural, porque el cuerpo celeste tiene una disposición natural para tal movimiento.

Y esto se ve claramente si consideramos la aptitud del cuerpo celeste con relación a “su” lugar. Pues todo ser es paciente y movido mientras está en potencia, y agente y motor cuando está en acto. Ahora bien, el cuerpo celeste, substancialmente considerado, se halla indiferentemente en potencia a cualquier lugar, como la materia prima a cualquier forma, según dijimos (c. precedente). De otra manera sucede con el cuerpo pesado o ligero, naturalmente considerado, el cual no es indiferente a cualquier lugar, puesto que su propia forma lo determina a uno. Por lo tanto, la naturaleza del cuerpo pesado y del ligero es principio activo de su movimiento; sin embargo, la del cuerpo celeste es principio pasivo de su movimiento. Por eso no debe parecerle a nadie que se mueva violentamente como movemos nosotros mediante el entendimientos los cuerpos pesados y ligeros. Porque los cuerpos pesados y leves tienen en sí una aptitud natural para moverse contrariamente a como nosotros los movemos, y por eso los movemos violentamente. Y aunque el movimiento con que el alma mueve al cuerpo animal no le resulte violento a él, porque es animado no obstante da lugar a cierta violencia por razón de la pesantez del cuerpo. Pero los cuerpos celestes tienen aptitud solamente para aquel movimiento con que los mueve la substancia inteligente, y no para otro contrario. Por eso, su movimiento es voluntario respecto al principio activo, y natural respecto al pasivo.

Y que el movimiento celeste sea voluntario según el principio activo no se opone a su unidad ni a su conformidad aunque la voluntad diga relación a muchas cosas y no esté determinada a una sola. Porque, así como la naturaleza está determinada a una sola cosa por su propia virtud, así también la voluntad se determina por su sabiduría, mediante la cual se dirige infaliblemente la voluntad a su solo fin.

Vemos también por lo dicho que en el movimiento celeste no es contrario a la naturaleza ni el acceso a un lugar determinado ni tampoco el retroceso. Pues esto se da en los cuerpos pesados y ligeros por dos razones: primera, porque la tendencia natural está determinada en los pesados y ligeros a un solo lugar; por eso, así como tienden naturalmente a él, así también se separan de él contrariando su natural; segunda, porque dos movimientos son contrarios cuando simultáneamente uno se acerca al término y l otro se separa de él. Ahora bien si en el movimiento de los pesados y ligeros consideramos no el término, sino un lugar medio entonces resultará que, así como se acercan naturalmente, así también se apartarán naturalmente. La razón es porque todo depende de la sola intención de la naturaleza; y no hay movimientos contrarios, sino uno solo y continuo. Esto es, pues, lo que sucede con el movimiento de los cuerpos celestes, porque la intención de la naturaleza, en este caso, no se refiere a un lugar determinado, según dijimos (incluso el movimiento por el que se aparta un cuerpo circularmente movido de un punto señalado no es contrario al movimiento por el cual se acerca a él sino que es uno solo y continuo). Por eso, cualquier lugar del movimiento celeste es como un medio, y no un extremo, como sucede en el movimiento rectilíneo.

No introduce diferencia alguna en el resultado de la presente cuestión el suponer si el cuerpo celeste se mueve por una substancia unida, que fuera su alma, o separada de él; y también si cada uno de los cuerpos celestes es movido inmediatamente por Dios o si ninguno lo es, sino sólo por las substancias intelectuales creadas; o si solamente es movido inmediatamente por Dios el primero y los restantes lo son mediante las substancias creadas. Lo que interesa es mantener que el movimiento celeste proviene de la substancia intelectual.

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