CAPÍTULO XXIII: Dios no obra por necesidad de naturaleza

CAPÍTULO XXIII

Dios no obra por necesidad de naturaleza

Con esto se demuestra que Dios obra en las criaturas, no por necesidad de naturaleza, sino por decisión de su voluntad. Pues:

La potencia de todo el que obra por necesidad natural está determinada a un efecto. Y de aquí que todo lo natural suceda siempre del mismo modo, a no ser que haya un impedimento; mas no así lo voluntario. Ahora bien, la potencia divina no se ordena a un efecto solamente, según lo dicho antes (c. 22). Luego Dios no obra por necesidad de naturaleza, sino por voluntad.

Todo lo que no implica contradicción cae bajo la potencia divina, según se ha demostrado (c. 22). Pues bien, muchas cosas encontramos que no hay entre lo creado y que no implicarían contradicción, como aparece principalmente cuando se trata del número, tamaños y distancias de las estrellas y de otros cuerpos, lo cual no implicaría contradicción que fuese de otra manera, dado que fuese otro el orden de las cosas. Hay, por tanto, muchas cosas que caen bajo la potencia divina sin que se hallen en la naturaleza. Es así que quien, de entre las cosas que puede hacer, hace unas y otras no, obra por elección voluntaria y no por necesidad natural. Luego Dios no obra por necesidad de naturaleza, sino por voluntad.

Todo agente obra ajustándose a la semejanza de la obra que tiene en sí mismo, pues todo agente obra algo semejante a él. Pero todo lo que está en otro está en él según el modo de ser de éste. Luego, siendo Dios esencialmente inteligente, según se ha probado ya (l. 1, c. 45), es lógico que la semejanza de su efecto se encuentre en El de modo inteligible, pues que obra por el entendimiento. Mas el entendimiento no obra efecto alguno sino mediante la voluntad, cuyo objeto es el bien entendido, que mueve al agente como fin. En consecuencia, Dios obra por voluntad y no por necesidad de naturaleza.

Según el Filósofo en el libro IX de los “Metafísicos”, la acción es doble: una que queda en el agente y le perfecciona, como el ver; otra que pasa a lo exterior y perfecciona al efecto, como en el fuego quemar. Mas la acción divina no puede ser de aquella clase de acciones que no quedan en el agente, puesto que su acción es su substancia, como antes se ha demostrado. Se comprende, por tanto, que haya que contarla entre aquellas acciones que quedan en el agente y son como la perfección del mismo. Ahora bien, tales acciones no son otras que las cognoscitivas y volitivas. Luego Dios obra conociendo y queriendo, y, en consecuencia, no por necesidad de naturaleza, sino por deliberación de su voluntad.

Que Dios obra por un fin se puede poner de manifiesto porque el universo no es obra del acaso, sino que está ordenado a un bien, según enseña el Filósofo en el libro XI de los “Metafísicos”. Mas el primero que obra por un fin es necesario que obre por entendimiento y voluntad, pues las cosas que carecen de entendimiento obran por un fin como dirigidas al fin por otro, cosa esta que es evidente en lo artificial, pues la saeta va flechada de manera cierta al blanco donde la asestó el saetero. Y cosa semejante debe ocurrir en lo natural, porque para que algo se ordene en derechura al fin debido se requiere el conocimiento del fin y de lo que conduce al fin y de la debida proporción entre uno y otro, lo cual es propio sólo del ser inteligente. Así, pues, al ser Dios el primer agente, no obra por necesidad natural, sino por entendimiento y voluntad.

El que obra por sí mismo es anterior al que obra por otro, pues todo lo que es por otro se debe reducir a lo que es por sí, para no caer en el proceso indefinido. El que no es dueño de su acción no obra por sí, pues obra como actuado por otro, no como si se actuase a sí mismo. Luego es necesario que el primer agente obre como quien es dueño de su acto. Pero no es uno dueño de su acto sino por la voluntad. Se comprende, por tanto, que Dios, primer agente, obre por voluntad y no por necesidad de naturaleza.

La primera acción pertenece al primer agente, así como el primer movimiento al primer móvil. Es así que naturalmente la acción de la voluntad es anterior a la acción de la naturaleza; pues lo más perfecto es naturalmente anterior, aunque a veces sea posterior en el tiempo; y la acción del agente voluntario es más perfecta, como consta porque en nosotros mismos es más perfecto aquello que hacemos por voluntad que lo que hacemos por necesidad natural. Luego a Dios, que es el primer agente, le está reservada la acción voluntaria.

De esto se deja ver asimismo que, cuando se unen una y otra acción, es superior la potencia que obra por voluntad que la que obra por naturaleza, de la cual usa aquélla como instrumento; pues en el hombre es superior el entendimiento, que obra por voluntad, al alma vegetativa, que obra por necesidad natural. Pero la potencia divina es superior a la de todos los seres. Luego obra en todas las cosas por voluntad, y no por necesidad natural.

La voluntad tiene por objeto el bien en tanto que es bien; mas la naturaleza no alcanza la razón común de bien, sino la del bien determinado que constituye su perfección. Y como todo agente obra en cuanto tiende al bien -porque el fin mueve al agente-, es razonable que se compare el agente voluntario al agente natural, como el agente universal al agente particular. Ahora bien, el agente particular se encuentra, respecto al agente universal, como posterior a él y como instrumento suyo. Luego es preciso que el primer agente sea voluntario y no agente por necesidad natural.

También nos enseña esta verdad la divina Escritura, pues se dice en el Salmo: “El Señor hizo lo que quiso”; y a los Efesios: “Que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad”.

Y San Hilario, en el libro “Sobre los sínodos”: “La voluntad de Dios da la substancia a todas las criaturas”; y más abajo: “Pues todas las cosas fueron creadas tal cual Dios quiso que fuesen”.

Con esto se descarta también el error de ciertos filósofos, que decían que Dios obraba por necesidad de naturaleza.

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