CAPÍTULO XXII: En Dios se identifican el ser y la esencia

CAPÍTULO XXII

En Dios se identifican el ser y la esencia

Partiendo de lo expuesto anteriormente, se puede probar además que en Dios la esencia o quididad no es otra cosa que su ser.

Se ha demostrado ya que hay algo que necesariamente es en sí, y es Dios. Luego este ser que es necesario, si está unida a alguna quididad que no se identifique con ella, o estará en disonancia con la misma, -como repugna a la esencia de la blancura el existir por sí misma-, o estará en consonancia o afinidad con ella -tal como está la blancura en otro-. En el primer caso, no convendrá a dicha quididad el ser que es necesario por si, como no le conviene a la blancura el existir por sí misma. En el segundo, o es necesario que tal ser dependa de la esencia, o ambas de otra causa, o la esencia del ser. Los dos primeros supuestos van contra la razón de lo que es por si ser necesario, porque, si depende de otro, ya no es necesario. Y, admitido el tercero, resultaría que dicha quididad se uniría accidentalmente a lo que existe necesariamente por sí mismo; pues todo lo que sobreviene al ser ya constituido es accidental. Y así, no sería su quididad. Dios, pues, no tiene una esencia que no sea su ser.

Mas contra esto se puede decir que tal ser no depende absolutamente de dicha esencia, de modo que, no existiendo ésta, le sea imposible ser; sino que depende en cuanto a la conjunción por la cual se une a ella. Según esto, dicho ser es necesario por si, pero no tiene en sí la necesidad de unirse.

Sin embargo, esta respuesta no evita los inconvenientes señalados. Porque, si tal ser puede concebirse sin dicha esencia, se sigue que aquella esencia se relaciona accidentalmente con aquel ser. Pero lo que es por si ser necesario es aquel ser. Luego aquella esencia se relaciona accidentalmente con lo que es por si ser necesario. En consecuencia, no es su quididad. Ahora bien, esto que es por si ser necesario es Dios. Resulta, pues, que tal esencia no es la divina, sino otra inferior. -Por el contrario, si aquel ser no puede concebirse sin la esencia mencionada, entonces aquel ser dependerá absolutamente de quien depende su unión con dicha esencia. Y, así, volvemos a lo mismo de antes.

Todo existe en virtud de su ser. Luego lo que no es su mismo ser, no es necesariamente por sí mismo. Mas Dios es necesariamente por sí mismo. En consecuencia, Dios es su mismo ser.

Si el ser de Dios no es su esencia, tampoco puede ser una parte de la misma, porque, como se ha demostrado, la esencia divina es simple; será, pues, preciso que tal ser sea algo al margen de su esencia. Mas todo lo que conviene a algo, sin pertenecer a su esencia, le conviene en virtud de alguna causa; pues las cosas que no forman una unidad esencial, si se unen, precisan una causa que las una. El ser, por lo tanto, conviene a dicha quididad por alguna causa. Y esto será o por algo que pertenece a su propia esencia, o por la misma esencia, o por otra cosa. En el primer caso, como la esencia es conforme a dicho ser, se seguirá que algo es causa de su propio ser. Y esto es imposible; porque, según el orden de conceptos, la causa es antes que el efecto. Si, pues, un ser fuese su propia causa de ser, se concebiría siendo antes de tener el ser, lo que es imposible; a no ser que se entienda que algo es causa propia de ser según el ser accidental, que es un ser relativo. Esto no es imposible. Se puede encontrar, en efecto, un ser accidental causado por los principios de su propio sujeto, antes del cual se concibe el ser substancial del sujeto. Aquí, sin embargo, no hablamos del ser accidental, sino del substancial. -Si, en cambio, aquel le conviene en virtud de alguna otra causa: Todo lo que adquiere el ser por otra causa, es causado, y no es, por tanto, causa primera. Mas Dios es la primera causa incausada, como se ha demostrado (c. 13). Por lo tanto, esta quididad, que recibe su ser de otro, no es la quididad de Dios. Es necesario pues que el ser de Dios sea su quididad.

Además. “Ser” expresa cierto acto: no se dice, en efecto, que una cosa es cuando está en potencia, sino cuando está en acto. Ahora bien, todo aquello a lo que conviene un acto distinto de sí mismo se halla respecto a él como la potencia al acto, ya que el acto y la potencia se dicen correlativamente. Si, pues, la esencia divina es otra cosa que su ser, se sigue que la esencia y el ser se relacionan como potencia y acto. Pero se ha demostrado que en Dios nada hay potencial, sino que es puro acto (c. 16). La esencia divina, por consiguiente, no es otra cosa que su ser.

También. Todo lo que no puede ser sino por concurrencia de muchos, es compuesto. Pero ninguna cosa en la cual otra es la esencia y otro el ser puede ser sino por la unión de varios, es decir, de la esencia y el ser. Luego toda cosa en que es otra la esencia y otro el ser, es compuesta. Ahora bien, ha quedado demostrado que Dios no es compuesto (c. 18). Por tanto, el mismo ser de Dios es su esencia.

Todavía. Toda cosa es por esto que tiene ser. Ninguna cosa, por tanto, cuya esencia no sea su ser, es por su esencia, sino por participación de otro, es decir, del mismo ser. Lo que es por participación de otro, no puede ser el primer ente, pues aquello de que algo participa para ser, es anterior a él. Dios es el primer ente, al cual nada hay anterior. Por lo tanto, la esencia de Dios es su ser.

Esta sublime verdad aprendió Moisés del Señor, al cual cuando le preguntó (Ex 3,13.14): “Si los hijos de Israel me dicen cuál es su nombre, ¿qué voy a responderles?”, díjole el Señor: “Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: El que es me manda a vosotros”; mostrando que su nombre propio es “El que es”. Pero todo nombre está impuesto para dar a entender la naturaleza y esencia de una cosa. Queda, pues, que el mismo ser divino es su esencia o naturaleza.

También esta verdad han profesado los doctores católicos. San Hilario dice en su libro “Sobre la Trinidad” (lib. 7, 11): “En Dios el ser no es accidente, sino verdad subsistente, y causa permanente, y propiedad natural del género”. Boecio dice también en su libro “Sobre la Trinidad” (c. 2): “La substancia divina es el mismo ser, y el ser procede de ella”.

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