CAPÍTULO XVIII: El Espíritu Santo es una persona subsistente

CAPÍTULO XVIII

El Espíritu Santo es una persona subsistente

Mas como algunos aseguran que el Espíritu Santo no es una persona subsistente, sino o la divinidad tal del Padre y del Hijo, como parece que dijeron algunos macedonianos, o incluso alguna perfección accidental de nuestra mente, que hemos recibido de Dios, por ejemplo, la sabiduría, la caridad, o algo parecido, que nosotros participamos como ciertos accidentes creados, debemos demostrar, en contra de ellos, que el Espíritu Santo no es ninguna de estas cosas. Pruebas:

Las formas accidentales no obran propiamente. Quien obra, en realidad, es el que las posee, y, además, al arbitrio de su voluntad. Por ejemplo, el hombre sabio se sirve de la sabiduría cuando quiere. Ahora bien, el Espíritu Santo obra cuando quiere, según hemos demostrado (c. prec.). Luego no debemos considerar al Espíritu Santo como cierta perfección accidental de la mente.

El Espíritu Santo, como nos enseñan las Escrituras, es la causa de todas las perfecciones de la mente humana. En efecto, dice el Apóstol: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado”; además: “A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu”; y así lo restante. Por consiguiente, no debemos creer que el Espíritu Santo es una perfección accidental de la mente humana, ya que Él es la causa de todas esas perfecciones.

Y decir que con el nombre de Espíritu Santo se designa la esencia del Padre y del Hijo, de modo que no se distinga personalmente de ninguno de los dos, es contrario a lo que la Escritura nos enseña sobre el Espíritu Santo, porque se dice en San Juan que el Espíritu Santo “procede del Padre” y que “recibe del Hijo”; y esto no puede referirse a la esencia divina, pues ésta ni procede del Padre ni recibe del Hijo. Luego es necesario afirmar que el Espíritu Santo es una persona subsistente.

La Sagrada Escritura habla manifiestamente del Espíritu Santo como de una persona subsistente, pues se dice en los Hechos: “Mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los llamo”; y más adelante: “Pues, mandados por el Espíritu Santo, se marcharon”; y en los mismos Hechos dicen los apóstoles: “Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más”. Y todo esto no se diría del Espíritu Santo si no fuese una persona subsistente. Luego lo es.

Siendo el Padre y el Hijo personas subsistentes y de naturaleza divina, el Espíritu Santo no sería contado con ellos si no fuera Él también una persona subsistente en la naturaleza divina. Pero es contado con ellos, como vemos en San Mateo, cuando el Señor dice a los discípulos: “Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; y en la segunda a los de Corinto: “La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros”; y en la primera de San Juan: “Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y los tres son uno”. Todo esto demuestra claramente que no sólo es persona subsistente, como el Padre y el Hijo, sino que tiene también con ellos unidad de esencia.

Mas alguien podría objetar sin razón contra lo dicho, diciendo que una cosa es el “espíritu de Dios” y otra el “Espíritu Santo”. Pues en algunos de los textos aducidos se dice “Espíritu de Dios” y en otros “Espíritu Santo”. Sin embargo, que “Espíritu de Dios” y “Espíritu Santo” son lo mismo lo prueban claramente las palabras del Apóstol en su primera a los de Corinto, capítulo 2, versículo 10, en donde, después de haber dicho: “A nosotros nos lo reveló Dios por el Espíritu Santo”, añade en confirmación de esto que “el Espíritu todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios”; y luego termina: “Así también las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios”. Por lo cual vemos claramente que Espíritu Santo y Espíritu de Dios es lo mismo.

Lo demuestra también el dicho del Señor: “No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros”. Ahora bien, en lugar de estas palabras, dice San Marcos: “No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo”. Lo mismo es, pues, Espíritu Santo y Espíritu de Dios.

Luego, como los citados testimonios manifiestan de muchas maneras (cc. 17, 18) que el Espíritu Santo no es criatura, sino verdadero Dios, es evidente que no nos vemos forzados a decir que se deba entender de la misma manera como el diablo llena o inhabita en algunos que el Espíritu Santo llene las almas de los santos e inhabite en ellos. Pues de Judas afirma San Juan que “después del bocado entró en él Satanás”; y San Pedro dice -como se lee en algunos manuscritos-: “Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón?” Pues, siendo el diablo una criatura, según consta por lo dicho (l. 2, c. 15), no llena a nadie haciéndole participar su ser, ni tampoco puede inhabitar en una mente con su propia substancia, sino que se dice que llena a algunos por los efectos de su maldad. Por esto dice el Apóstol de cierto sujeto: “¡Oh lleno de todo engaño y de toda maldad!” Sin embargo, el Espíritu Santo, como es Dios, inhabita en la mente por su substancia y nos hace buenos por la participación de su ser, puesto que Él, por ser Dios, es la bondad misma. Y esto no puede decirse en verdad de criatura alguna. Y, no obstante, esto no excluye que llene por efecto de su poder las mentes de los santos.

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