CAPÍTULO XVIII: Cómo es Dios el fin de las cosas

CAPÍTULO XVIII

Cómo es Dios el fin de las cosas

Queda por averiguar de qué modo es Dios el fin de todo. Y lo veremos por la doctrina anterior.

Dios es el fin último de todo, siendo, no obstante, el primero de todos en el ser. Hay algún fin que, aunque sea el primero en el causar, en cuanto que es intencionado, es, sin embargo, el último en el existir. Y como éste son todos los fines que un agente se propone con su acción; por ejemplo, el médico establece en el enfermo la salud con su actuación, que es para él su fin. Y hay también otro fin que precede tanto en el causar como en el existir: como llamamos fin a lo que uno pretende alcanzar con su acción o movimiento; como alcanza el fuego l lugar superior y l rey alcanza da ciudad peleando. Dios es, pues, fin de las cosas como algo que cada una ha de alcanzar a su manera.

Dios es, a la vez, fin último de las cosas y primer agente, según se demostró (c. prec.). Pero el fin establecido por la acción de un agente no puede ser agente primero, pues es más bien un efecto del agente. Luego Dios no puede ser fin de las cosas de esta manera, sino como algo preexistente que se ha de alcanzar.

Si un agente obra por una cosa ya existente y su acción produce un efecto, es preciso que con la acción del agente se adquiera algo para la cosa por quien se obra; por ejemplo, si los soldados pelean por el jefe, al cual se da la victoria que ellos alcanzan con su actuación. Nada puede adquirirse para Dios mediante la acción de las cosas, pues su bondad es absolutamente perfecta, como se demostró en el libro primero (c. 37 ss.). Resulta, pues, que Dios es el fin de las cosas, no como algo constituido o realizado por ellas, ni tampoco como si éstas hubieran alcanzado algo para Él, sino de esta única manera, porque El mismo se da a ellas.

Es preciso que el efecto tienda al fin, de la misma manera que el agente obra por el fin. Ahora bien, Dios, que es el primer agente universal, no obra como si tuviera que adquirir algo con su acción, sino como prodigando algo con ella; porque no está en potencia para poder recibir nada, sino en acto perfecto, y por esto puede dar pródigamente. Por lo tanto, las cosas no se ordenan a Dios como a un fin para el cual se adquiera algo, sino para conseguir a Dios por Dios, y a su manera, puesto que El mismo es el fin.

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