CAPÍTULO XVI: Dios produjo las cosas en el ser de la nada

CAPÍTULO XVI

Dios produjo las cosas en el ser de la nada

Con esto resulta evidente que Dios produjo las cosas en el ser sin nada preexistente que le sirviese como de materia. Pues:

Si alguna cosa es efecto de Dios, o proviene de algo preexistente o no. Si no proviene, obtendremos lo propuesto, o sea, que Dios produce algún efecto sin nada preexistente. Mas si proviene de algo preexistente, o hemos de proceder indefinidamente, cosa que, como prueba el Filósofo en el II de los “Metafísicos”, no es posible en las causas naturales; o deberemos remontarnos a algo primero que no presuponga otro. Y ése no será otro sino Dios, porque, como se demostró en el primer libro, Dios no es materia de cosa alguna y ni puede haber nada fuera de El que no exista por Él, como se vio. Es forzoso concluir, pues, que Dios no requiere materia previa para obrar en la producción de sus efectos.

Cada materia se determina a cierta especie por la adición de una forma. Luego hacer algo de materia previa sobreañadiendo una forma, sea como sea, es propio del agente que obra en una determinada especie. Pero tal agente es un agente particular, pues las causas son proporcionadas a las cosas causadas; y por eso, el agente que exige necesariamente que exista por anticipado una materia con la cual obre es un agente particular. Ahora bien, Dios es agente en el mismo sentido en que es causa universal del ser, sentido que ya determinamos (c. 15). Luego El no requiere en su acción materia previa.

Cuanto más universal es un efecto, tanto más alta es su propia causa; porque cuanto más alta es la causa, tanto a más cosas se extiende su virtualidad. Es así que el existir es más universal que el moverse, pues hay seres inmóviles, según enseñan los filósofos, como las piedras, etcétera. Es preciso, pues, que sobre la causa que sólo obra moviendo y cambiando haya otra que sea el primer principio de la existencia. Tal principio demostramos ya que es Dios. Luego El no obra únicamente moviendo y cambiando. Pero lo que no puede dar el ser a las cosas sin contar con materia previa, obra exclusivamente moviendo y cambiando; pues el hacer algo de la materia implica movimiento o determinada mutación. Luego es posible producir las cosas sin materia previa. Por tanto, Dios produce las cosas en el ser sin materia preexistente.

Lo que obra solamente moviendo y cambiando no es causa universal del ser; pues por el movimiento y el cambio no resulta el ente del no‑ente sin más, sino este ente de este no‑ente. Mes Dios es el principio universal del ser, según se ha probado (c. 15); por tanto, no se limita su obrar al que encierra movimiento o cambio. Luego tampoco necesita que haya con antelación materia para obrar.

Todo agente produce algo, de algún modo, parecido a él. Además, todo agente obra según como está en acto. Luego el agente que está en acto por una forma adherida, y no por toda su substancia, sólo producirá su efecto causando una forma inherente a la materia; por eso el Filósofo, en el VII de los “Metafísicos”, prueba que las cosas materiales, cuyas formas están en la materia, son producidas por agentes materiales que tienen sus formas en la materia, y no por formas existentes por sí. Pero Dios no es un ser en acto por algo inherente, sino por toda su substancia, como ya se probó. Luego lo peculiar de su acción es producir toda la cosa subsistente, y no sólo algo inherente, como es la forma material. De este modo obra todo agente que no requiere materia para obrar. Luego Dios, al obrar, no requiere materia previa.

La materia es, con relación al agente, como el sujeto que recibe su acción: porque el acto que pertenece al agente como “a quo” pertenece al paciente como “in quo”. Luego hay algún agente que requiere una materia que reciba su acción; pues dicha acción del agente es, en el paciente que la recibe, su acto y su forma o una disposición para la forma. Pero en el divino obrar no hay acción que por necesidad haya de ser recibida en un sujeto paciente, pues su acción es su propia substancia, como se probó. Luego para producir el efecto no requiere previa materia.

Todo agente que requiere materia previa para obrar tiene una materia proporcionada a su acción, de manera que cuanto está en la virtud del agente esté en la potencia de la materia; de no ser así, no podría reducir en acto cuanto hay en su virtud activa, teniendo inútilmente tal virtud. Mas la materia no guarda dicha proporción con Dios. Porque, como demuestra el Filósofo en el III de los “Físicos”, en la materia no hay potencia para cualquier cantidad; mientras que la potencia divina es absolutamente infinita, como se vio. Luego Dios no requiere necesariamente materia previa para obrar.

A la diversidad de cosas corresponde diversidad de materias, pues no es idéntica la materia de las cosas espirituales y la de las corporales, ni la de los cuerpos celestes y la de los corruptibles; cosa que es evidente, porque recibir -que es propiedad de la materia- no tiene la misma significación en cada una de las cosas enumeradas, pues el recibir propio de las cosas espirituales es inteligible, tal como el entendimiento recibe las especies inteligibles, o sea, inmaterialmente; y los cuerpos celestes reciben la renovación del lugar, no la renovación del ser, cosa que ocurre en los cuerpos inferiores. Luego no hay materia alguna que esté en potencia respecto al ser universal. De donde, al ser Dios el autor exclusivo del ser universal, no hay ninguna materia que le corresponda proporcionadamente. Por consiguiente, no requiere necesariamente materia.

Es necesario que, cuando en la naturaleza se da una proporción y un orden entre dos cosas, cualesquiera que sean, una de ellas dependa de la otra o que ambas dependan de alguna otra, pues para que haya orden debe haber correspondencia entre los que lo componen; de otra suerte, el orden o la proporción dependerían de la casualidad, la cual es inadmisible tratándose de los primeros principios de las cosas, porque se seguiría “a fortiori” que todo lo demás era cosa del acaso. Luego, si hay una materia proporcionada a la acción divina, es ineludible o que una dependa de la otra o que una y otra dependan de un tercero. Pero, siendo Dios el primer ser y la primera causa, no puede ser efecto de la materia ni puede depender de otra tercera causa. Resta, por tanto, que, si se encuentra alguna materia proporcionada a la acción divina, Dios sea causa de ella.

El primer ente tiene que ser causa de los demás entes existentes, porque de no ser causados no Serian ordenados por él, según ya Pernos demostrado (l. 1, c. 13). Ahora bien, entre el acto y la potencia hay tal orden, que, aunque en una misma cosa que a veces está en potencia y a veces está en acto la potencia sea anterior en el tiempo al acto -por más que el acto sea anterior a la potencia en naturaleza-, sin embargo, hablando en absoluto, es preciso que el acto sea anterior a la potencia; cosa evidente, porque la potencia no se actualiza sino por un ser en acto. Luego, como la materia es un ser en potencia, es preciso que Dios, que es acto puro, sea en absoluto anterior a ella y, consiguientemente, causa de la misma; y, en consecuencia, su acción no presupone necesariamente la materia.

La materia prima en cierto modo existe, puesto que es un ente en potencia. Pero Dios es causa de todo lo que existe, como quedó anteriormente demostrado (c. 15). Luego Dios es causa de la materia Prima, que es la primera de todas. En consecuencia, la acción divina no requiere cosa preexistente.

La divina Escritura confirma esto diciendo: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”. Y crear no es otra cosa que producir algo en el ser sin materia previa.

Con esto se refuta el error de los antiguos filósofos, que opinaban que la materia no tenía en absoluto causa alguna, fundados en que siempre veían que la materia antecedía a las acciones de los agentes particulares, de donde sacaron la convicción, común a todos ellos, que de la nada nada se hace; afirmación, ciertamente, verdadera si se trata de agentes particulares. Pero ellos aun no habían llegado a conocer al agente universal, productor de todo el ser, cuya acción implica la negación de todo supuesto material.

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