CAPÍTULO XLVII
Las substancias intelectuales tienen voluntad
Es necesario que estas substancias intelectuales tengan voluntad. En efecto:
En todas las cosas está el apetito del bien, por ser el bien “lo que todas las cosas apetecen”, como enseñan los filósofos. Este apetito se llama “apetito natural” en las cosas que carecen de conocimiento, y así se dice que la piedra apetece estar abajo; se llama “apetito animal” en las que tienen conocimiento sensitivo, el cual se divide en concupiscible e irascible; y en las que entienden se llama apetito intelectual o racional, que es la “voluntad”. Luego las substancias intelectuales creadas tienen voluntad.
Lo que es por otro se reduce a lo que es por sí como a algo anterior: de donde, como dice el Filósofo en el libro VIII de los “Físicos”, lo que es movido por otro se reduce a su primer motor; y en los silogismos, las conclusiones, cuya evidencia depende de otras proposiciones, se reducen a los primeros principios, que son evidentes por sí mismos. Ahora bien, nos encontramos con ciertas substancias que no se determinan a sí mismas a obrar, sino que son determinadas por impulso natural, como son las cosas inanimadas, las plantas y dos animales irracionales, pues no está en ellos obrar o dejar de obrar. Luego debe verificarse la reducción a algo primero que se determine a sí mismo a obrar. Lo primero entre todo lo creado son las substancias intelectuales, según ya se ha demostrado (c. 46). Luego estas substancias se autodeterminan a obrar. Pero esto es propio de la voluntad, por la cual una substancia es dueña de su acto, como que de ella depende el obrar o no obrar. Luego las substancias intelectuales creadas tienen voluntad.
Como todo agente obra en cuanto está en acto, la forma por la que está en acto es el principio de todas sus operaciones. De donde se deduce que, según sea la forma, así será la acción que sigue a esa forma. Y, consiguientemente, la forma que no depende del agente que obra en virtud de ella misma, causa una acción de la que no es dueño el agente. Pero si se diese alguna forma que dependiese de aquel que obra en virtud de ella misma, éste sería dueño del obrar consiguiente. -Ahora bien, las formas naturales, de las que proceden los movimientos y acciones naturales, no dependen de aquellas cosas de que son formas, sino totalmente de agentes exteriores, por ser la forma natural la que constituye a cada cosa en su naturaleza; y nada puede darse a sí mismo el ser. Y, por tanto, las cosas que se mueven por impulso natural no se mueven a sí mismas, pues lo pesado no se mueve a sí mismo hacia abajo, sino que lo mueve el ser que le dio la forma. -En los animales brutos, las formas sensibles e imaginarias que les mueven no son halladas por ellos mismos, sino que las reciben de los sensibles exteriores que actúan sobre el sentido, y las distingue la estimativa natural. De donde, aunque se diga que en cierta manera se mueven a sí mismos, en cuanto que una parte de ellos mueve y la otra es movida, sin embargo, el moverse mismo no les conviene como cosa que proceda de ellos, sino que parte proviene de los sensibles exteriores y parte de la naturaleza. Así, pues, se dice que se mueven a sí mismos en cuanto el apetito mueve a los miembros, lo cual los coloca por encima de los inanimados y de las plantas; pero, en cuanto que el apetecer mismo es para ellos una necesidad proveniente de las formas recibidas por los sentidos y por el dictamen de la estimativa natural, no son causa de su movimiento. Y en consecuencia, no son dueños de sus actos. -La forma intelectual, por la que obra la substancia intelectual, depende del entendimiento mismo, en cuanto que él la concibe y en cierto modo la idea, como ocurre con la forma artística, que el artista concibe, medita y por ella obra. Luego las substancias intelectuales se determinan a sí mismas a obrar, como quien tiene dominio de su acción. Por consiguiente, tienen voluntad.
El acto debe ser proporcionado a la potencia, y el moviente al móvil. Pero, en los seres que tienen conocimiento, la potencia aprehensiva es respecto a la apetitiva como el que mueve al móvil, pues el objeto aprehendido por el sentido, imaginación o entendimiento mueve al apetito intelectual o animal; y, por otra parte, la aprehensión intelectiva no está determinada a algo particular, sino que se extiende a todo; por donde dice el Filósofo, en el libro III “Sobre el alma”, acerca del entendimiento posible, que “su potencialidad se extiende a todo”. Por tanto, el apetito de la substancia intelectual se extenderá a todo. Pero el extenderse a todo es propio de la voluntad, por lo que dice el Filósofo en el libro III de los “Éticos”: que se extiende “a los posibles y a los imposibles”. Luego las substancias intelectuales gozan de voluntad.
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