CAPÍTULO XLIX: Las substancias separadas no ven a Dios por esencia por el hecho de conocerlo por sus propias esencias

CAPÍTULO XLIX

Las substancias separadas no ven a Dios por esencia por el hecho de conocerlo por sus propias esencias

Ahora es preciso indagar si el mismo conocimiento con que las substancias separadas, y el alma después de la muerte, conocen a Dios por sus propias esencias, baste para la última felicidad de las mismas.

Para la investigación de esta verdad se ha de demostrar en primer lugar que con tal modo de conocer no puede conocerse la esencia divina.

Pues acontece que una causa se conoce por el efecto de muchas maneras. Primera, cuando el efecto se toma como medio para conocer la existencia y la esencia de la causa, como sucede en las ciencias, que demuestran la causa por el efecto. -Segunda, cuando en el mismo efecto se ve la causa porque su semejanza se refleja en él, como el hombre se ve en el espejo por su imagen. Y este modo se diferencia del primero. Pues en el primero hay dos conocimientos, del efecto y de la causa, y uno de ellos es causa del otro, ya que el conocimiento del efecto es causa del conocimiento de su causa. Sin embargo, en el segundo hay una sola visión de ambos, pues a la vez que se ve el efecto se ve también su causa en él. -Tercera, cuando la semejanza misma de la causa en el efecto es la forma por la que el efecto conoce su causa: como si un arca tuviera entendimiento y por su propia forma conociese el arte del cual procedió tal forma como semejanza suya. -Ahora bien, de ninguna de estas maneras puede conocerse por el efecto la esencia de la causa, a no ser que hubiera adecuación entre el efecto y la causa, volcándose en el efecto toda la virtud de la causa.

Mas las substancias separadas conocen a Dios por sus propias substancias, como la causa se conoce por el efecto; pero no de la primera manera, porque entonces su conocimiento sería discursivo, sino de la segunda, en cuanto que una ve a Dios en a otra; y de la tercera, en cuanto que cada una de ellas ve a Dios en sí misma. Pero como ninguna de ellas es un efecto adecuado a la virtud divina, según se demostró en el libro segundo (c. 22 ss.), no es posible, pues, que vean por este modo de conocer la esencia divina.

La semejanza de lo inteligible, por la que entendemos algo según su substancia, ha de ser de la misma especie, o mejor, su misma especie; tal como la forma de casa que está, en la mente del artífice es de la misma especie de la forma de casa que hay en la materia, o mejor, su misma especie; porque mediante la especie de hombre no sabemos qué es el asno o el caballo. Pero la naturaleza propia de la substancia separada no es de la misma especie que la naturaleza divina, menos todavía de su género, según se demostró en el primer libro (c. 25). No es, pues, posible que la substancia separada entienda la substancia divina por su propia naturaleza.

Todo lo creado se encuadra en un género o especie determinados. Pero la esencia divina es infinita y encierra en sí toda la perfección del ser, según se demostró en el libro primero (cc. 28, 43). Luego es imposible que la substancia divina sea vista por algo creado.

Toda especie inteligible por la que conocemos la quididad o esencia de una cosa, comprende dicha cosa en su representación; por eso llamamos “términos” y “definiciones” a las oraciones que significan la esencia. Mas es imposible que una semejanza creada represente así a Dios, puesto que cualquier semejanza creada pertenece a un género determinado, y Dios no, según se demostró en el libro primero (l. c.). Luego no es posible entender la substancia divina por una semejanza creada.

La substancia de Dios es su mismo ser, como demostramos en el libro primero (c. 22). Sin embargo, el ser de la substancia separada es otra cosa que su substancia, como probamos en el libro segundo (c. 52). Luego la esencia de la substancia separada no es un medio suficiente para que se pueda ver a Dios por esencia.

No obstante, la substancia separada conoce por su substancia la existencia de Dios, y que es causa universal, y superior a todos los seres y separado de ellos, no sólo de los que existen, sino incluso de los que la mente puede concebir. Y a este conocimiento de Dios podemos llegar incluso nosotros de algún modo, pues por los efectos conocemos que Dios existe y que es causa de otros, superior a ellos y separado de todos. Y esto es lo último y más perfecto de nuestro conocimiento en esta vida, como dice Dionisio, en el libro “De mística teología”: “Con el Dios como desconocido nos unimos”; lo cual sucede porque, sabiendo de El qué no sea, ignoramos, sin embargo, absolutamente lo que es. Por eso, para demostrar la ignorancia de este altísimo conocimiento, se dice en el Éxodo que Moisés “se acercó a la tiniebla en que estaba Dios”.

Y como la naturaleza inferior sólo llega con su parte más alta a lo ínfimo de la superior, es preciso que este mismo conocimiento sea más elevado en las substancias separadas que en nosotros. Y puede verse por partes. Pues cuando más cerca y claramente se conoce el efecto de una causa, tanto más claramente se aparece la existencia de la misma. Pero las substancias separadas, que por sí mismas conocen a Dios, son efectos más próximos y llevan más expresamente su semejanza que los efectos por los que nosotros conocemos a Dios. Luego ellas saben más cierta y claramente que nosotros que existe Dios. -Por otra parte, como por las negaciones se llega de algún modo al conocimiento de la cosa, según dijimos ya (c. 39), cuantas más cosas y más próximas conociere alguno que no pertenecen a un ser, tanto más se acercará a su propio conocimiento: como más se aproxima a conocer con propiedad al hombre quien sabe que él no es inanimado ni insensible que quien sólo sabe que es inanimado, aunque ninguno de los dos sepa qué es el hombre. Ahora bien, las substancias separadas conocen más cosas que nosotros y que están más cerca de Dios, y, por consiguiente, con su entendimiento separan de Dios muchas más cosas y más cercanas a Dios que nosotros. Luego más se acercan a su propio conocimiento que nosotros, aunque ni ellas mismas, por el hecho de entenderse, vean la substancia divina. -Por otra parte, tanto más conoce uno la excelencia de alguien cuanto sabe que él es prelado de otros más altos; por ejemplo, si el rústico sabe que el rey es el primero en el reino, sin embargo, como sólo conoce ciertos oficios inferiores del reino, no aprecia la eminencia del rey como otro que conoce todas las principales dignidades del reino y sabe que el rey está sobre ellas, aunque ninguno de los dos conozca el nivel de la dignidad real. Pero nosotros sólo conocemos algunos entes ínfimos. Luego, aunque sepamos que Dios está por encima de todos los entes, no obstante, no conocemos la eminencia divina como la conocen las substancias separadas, las cuales conocen los órdenes altísimos de las cosas y saben que Dios es superior a todos ellos. -Por último, es evidente que la causalidad de una causa y su poder tanto más se conoce cuanto más y mayores se nos muestran sus efectos. Por esto vemos que las substancias separadas conocen mejor que nosotros la causalidad divina y su poder, aunque nosotros sepamos que Él es la causa de todos los entes.

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