CAPÍTULO XLIX: Dios conoce otros seres además de sí mismo

CAPÍTULO XLIX

Dios conoce otros seres además de sí mismo

Por el hecho de conocerse a sí mismo primaria y propiamente, es necesario admitir que Dios conoce otros seres en sí mismo.

Se tiene un conocimiento suficiente del efecto por el conocimiento de una causa, y por esto “se dice que sabemos una cosa cuando conocemos su causa”, como dice Aristóteles. Ahora bien, Dios es, en virtud de su propia esencia, la causa de la existencia de los otros seres. Y, por consiguiente, es necesario admitir que conoce a los otros seres, por conocer plenamente su propia esencia.

La semejanza de cualquier efecto preexiste de alguna manera en su propia causa, porque todo ser produce algo semejante a sí mismo. Todo lo que está en un ser está según el modo de aquel en el que está. Si, por lo tanto, Dios es causa de algunas cosas, la semejanza de lo causado por Él está de una manera inteligible en Él, por ser Dios intelectual según su misma naturaleza. Ahora bien, lo que está en uno de una manera inteligible, es entendido por él. Dios, por lo tanto, conoce en sí mismo los otros seres.

Quien conozca perfectamente una cosa, conoce también todo lo que naturalmente se le puede atribuir y lo que le conviene según su naturaleza. Ahora bien, conviene a Dios, según su naturaleza, el ser causa de los otros seres. Por lo tanto, se conoce como causa por conocerse perfectamente. Y esto es imposible si no conoce de alguna manera el efecto, que es distinto de Él, pues nada es causa de sí mismo. Luego Dios conoce los otros seres distintos de sí.

Resumiendo las dos conclusiones precedentes, se ve claramente que Dios se conoce a sí mismo primaria y propiamente y a los otros seres los ve en su misma esencia.

Dionisio enseña expresamente esta doctrina, diciendo: “Dios no conoce a cada uno de los seres por visión, sino que conoce a todos ellos como contenidos en su causa”. Y más adelante: “La sabiduría divina, conociéndose a sí misma, conoce los otros seres”.

La autoridad de la Sagrada Escritura parece atestiguar también esta verdad. Se dice, en efecto, hablando de Dios, en el Salmo: “Miró desde su excelsa, santa morada”, como si dijera que en la profundidad de sí mismo vio los otros seres.

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