CAPÍTULO XLIV: La naturaleza humana asumida por el Verbo fue perfecta en la concepción misma, tanto en cuanto al alma como en cuanto al cuerpo

CAPÍTULO XLIV

La naturaleza humana asumida por el Verbo fue perfecta en la concepción misma, tanto en cuanto al alma como en cuanto al cuerpo

Lo dicho manifiesta, además, que el alma racional se unió al cuerpo en el instante mismo de la concepción.

Pues el Verbo de Dios asumió el cuerpo mediante el alma racional (cf. c. 41); porque el cuerpo humano no es más asumible por Dios que los demás cuerpos, como no sea en virtud del alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios no asumió el cuerpo sin el alma racional. Y como quiera que el Verbo de Dios asumió el cuerpo en el instante mismo de la concepción, fue preciso que el alma racional se uniera al cuerpo en el principio mismo de la concepción.

Además, dada la existencia de lo que es posterior en la generación, es necesario afirmar también lo que es anterior según el orden de la generación. Pero, en la generación, lo posterior es lo más perfecto. Y lo más perfecto es el mismo individuo engendrado, que en la generación humana es la hipóstasis o persona, a cuya formación se ordenan tanto el alma como el cuerpo. Por lo tanto, existiendo la personalidad del hombre engendrado, es necesario que existan también el cuerpo y el alma racional. Mas la personalidad del hombre Cristo no es otra que la personalidad del Verbo de Dios. Y el Verbo de Dios, en su misma concepción, asumió un cuerpo humano. Luego allí estaba la personalidad de aquel hombre. Según esto, fue necesario que estuviera también el alma racional.

Tampoco hubiera convenido que el Verbo, que es la fuente y el origen de todas las perfecciones, se uniera a una cosa informe y desprovista todavía de su perfección natural. Pero cualquier cosa, al hacerse corpórea, es informe antes de su animación y no tiene todavía la perfección natural. Por lo tanto, no fue conveniente que el Verbo de Dios se uniese a un cuerpo inanimado. Y así, desde el principio de la concepción fue preciso que el alma se uniera al cuerpo.

Y esto demuestra también que el cuerpo asumido era ya formado desde el principio de la concepción, ya que el Verbo de Dios no debió asumir ninguna cosa informe. Porque, de modo parecido, el alma, como cualquier otra forma natural, exige una materia propia. Ahora bien, la materia propia del alma es el cuerpo organizado, ya que el alma es “la entelequia del cuerpo físicamente organizado que tiene la vida en potencia”. Luego, si el alma se unió al cuerpo en el principio de la concepción, como antes se demostró (cf. “Además, dada la existencia”…), fue necesario que el cuerpo estuviera organizado y formado en el principio mismo de la concepción. Además, en el orden de la generación, la organización del cuerpo precede a la infusión del alma. De aquí que, dado lo posterior, fue necesario suponer lo anterior.

Por otra parte, nada impide que el aumento de la cantidad hasta su justa medida sea posterior a la vivificación del cuerpo. Así, pues, lo que se ha de sostener acerca de la concepción del hombre asumido es que el cuerpo estuvo organizado y formado en el instante mismo de la concepción, aunque no tuviera todavía su debida cantidad.

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