CAPÍTULO XLIV: La felicidad última del hombre no consiste en el conocimiento de las substancias separadas, según imaginan las opiniones anteriores

CAPÍTULO XLIV

La felicidad última del hombre no consiste en el conocimiento de las substancias separadas, según imaginan las opiniones anteriores

No es posible hacer consistir la fe felicidad humana en el conocimiento de las substancias separadas, come supusieron dichos filósofos (cf. capítulo 41 ss.).

De nada vale lo que está ordenado a un fin que no se puede alcanzar. Pues como el fin del hombre sea la felicidad, a la cual tiende con natural deseo, no puede ponerse la felicidad humana en aquello a que el hombre no puede llegar; de ser así, seguiríase que el hombre existiría en vano y su deseo natural sería inútil, lo cual es imposible. Ahora bien, consta por lo dicho que el hombre no puede entender las substancias separadas, como afirmaban las opiniones expuestas. Luego la felicidad humana no puede consistir en el conocimiento de las substancias separadas.

Para que el entendimiento agente pueda unirse a nosotros como forma, de modo que por él podamos entender las substancias separadas, se requiere, según Alejandro, que esté terminada la generación del entendimiento habitual o, según Averroes, que todos los inteligibles especulativos estén en nosotros convertidos en acto (c. oree.); ambas opiniones recaen en lo mismo, o sea, que el entendimiento habitual se engendra en nosotros cuando los inteligibles especulativos se convierten en nosotros en acto. Pero todas las especies de las cosas sensibles son inteligibles en potencia. Luego para que el entendimiento agente se una a alguno es preciso que entienda en acto, por el entendimiento especulativo, todas las naturalezas de las cosas sensibles y todas las virtudes, operaciones y movimientos de las mismas. Lo cual no es posible que lo sepa un hombre cualquiera por los principios de las ciencias especulativas, por las que nos movemos para unirnos al entendimiento agente, según dicen ellos; porque partiendo de lo que está sometido a nuestros sentidos, de donde se toman los principios de las ciencias especulativas, no es posible llegar a conocer todo lo dicho. Luego no es posible que un hombre pueda llegar a dicha unión de la manera señalada por ellos. Por consiguiente, en dicha unión no puede estar la felicidad humana.

Aun en el supuesto de que dicha unión del hombre con el entendimiento agente fuera posible tal cual ellos la describen, es innegable que tal perfección sólo alcanzarla a contadísimas hombres; en cuanto que ni ellos mismos ni otros, por muy versados y competentes en ciencias especulativas, se han atrevido a confesar que poseían tal perfección. Es más, muchos aseguran que ignoran muchas cosas, como Aristóteles la cuadratura del circulo y las razones del orden de los cuerpos celestes, de lo cual, como él mismo dice en el II “Del cielo”, sólo pueden darse razones vulgares; y qué es en ellos lo necesario y cuáles son sus motores, lo deja para que otros lo averigüen en el XI de la “Metafísica”. Mas la felicidad es un bien común, que muchos pueden alcanzar, “de no estar privados”, como dice Aristóteles en el I de los “Éticos”. Y esto es verdad respecto al fin natural de cualquier especie, que consiguen los individuos de la misma en su mayoría. Luego no es posible que la felicidad última del hombre consista en dicha unión.

Y es evidente también que ni Aristóteles, cuya opinión se empeñan en seguir dichos filósofos, pensó que la felicidad última del hombre consistiera en tal unión. Porque prueba en el I de los “Éticos” que la felicidad del hombre es una operación humana en plenitud de perfección, y por eso fue necesario que tratara sobre las virtudes, que dividió en morales e intelectuales. Pero en el libro X demuestra que la felicidad última del hombre está en la especulación. Por donde se ve que no consiste en ningún acto de virtud moral, ni tampoco de la prudencia o del arte, que son, sin embargo, intelectuales. Resulta, pues, que es una operación correspondiente a la sabiduría, que es la principal entre las tres restantes intelectuales, a saber, la sabiduría, la ciencia y la inteligencia, como lo demuestra en el VI de los “Éticos”; por eso en el X juzga que el sabio es feliz. Mas la sabiduría, según él, es una de las ciencias especulativas, y “cabeza de las demás”, como dice en el VI de los “Éticos”; y al principio de la “Metafísica” llama sabiduría a la ciencia que intenta exponer en ese libro. Se ve, pues, que la opinión de Aristóteles fue que la última felicidad quo el hombre puede conseguir en esta vida consiste en el conocimiento de las cosas divinas tal cual puede adquirirse por medio de las ciencias especulativas. Pero aquel modo posterior de reconocer las cosas divinas, no mediante las ciencias especulativas, sino siguiendo un cierto orden natural de generación, ha sido inventado por algunos de sus expositores.

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