CAPÍTULO XLIV: La distinción de las cosas no procedió de la diversidad de méritos o deméritos

CAPÍTULO XLIV

La distinción de las cosas no procedió de la diversidad de méritos o deméritos

Ahora falta demostrar que la diversidad de las cosas no procedió de la diversidad de movimientos del libre albedrío de las criaturas racionales, como afirmó Orígenes en el libro “Periarchon”. Pues queriendo enfrentarse con las objeciones y errores de los antiguos herejes, que intentaban demostrar que la diversa naturaleza del bien y del mal en las cosas provenía de agentes contrarios, fundado en la mucha discrepancia que encontraban tanto en las cosas naturales como en las humanas, a la que no se veía que hubiese precedido mérito alguno, por ejemplo, que unos cuerpos sean lúcidos, otros obscuros, unos hombres hayan nacido de bárbaros y otros de cristianos, se vio precisado a afirmar que la diversidad hallada en las cosas provenía de la diversidad de méritos, en conformidad con la justicia de Dios. Dice, en consecuencia, que Dios por sola su bondad produjo primeramente todas las criaturas iguales, y todas espirituales y racionales; las cuales, por su libre albedrío, se movieron de diversos modos, unas adhiriéndose a Dios más o menos, otras apartándose de El más o menos; y de esto se siguieron, según la divina justicia, diversos grados en las substancias espirituales, siendo unas ángeles en diversos órdenes, otras almas humanas también en diversos estados, otras demonios en estados diversos; y decía que, en orden a la diversidad de las criaturas racionales, había formado la diversidad de criaturas corporales, para juntar las substancias espirituales más nobles a los cuerpos más nobles, con el fin de que la criatura corporal sirviese, según la diversidad de modos posibles, a la diversidad de las substancias espirituales.

Pero claramente se demuestra que esta opinión es falsa. Pues:

Cuanto algo es mejor en los efectos, tanto es anterior en la intención del agente. Pero lo óptimo en las cosas creadas es la perfección del universo, que consiste en el orden de las distintas cosas; y siempre la perfección del todo sobrepuja a la perfección de cada una de las partes. Luego la diversidad de las cosas proviene de la intención principal del primer agente y no de la diversidad de méritos.

Si todas las criaturas racionales fueron en un principio creadas iguales, hay que decir que una de ellas no dependería en su obrar de otra. Pero lo que proviene del concurso de causas diversas de las que una no depende de otra es casual. Luego, según la citada opinión, tal distinción y orden de las cosas es casual. Lo cual es imposible, como ya se demostró antes (c. 39).

Lo que es natural a alguien no lo adquiere él mismo por voluntad, pues el movimiento de la voluntad o del libre albedrío presupone la existencia del que quiere, para la cual se exige todo lo que le es natural. Por lo tanto, si el diverso grado de las criaturas racionales es adquirido por un movimiento del libre albedrío, a ninguna criatura racional le será su grado natural, sino accidental. Pero esto es imposible, porque, como a cada uno le es natural la diferencia específica, se seguirá que todas las substancias racionales creadas, ángeles, demonios y almas humanas, y almas de los cuerpos celestes (los cuales decía Orígenes que eran animados), son de una especie. Y la falsedad de esto la delata la diversidad de acciones naturales; pues el modo como entiende naturalmente el entendimiento humano, que necesita del sentido y la fantasía, no es el mismo que el del entendimiento angélico y el del alma del sol, a no ser que imaginemos que los ángeles y los cuerpos celestes tienen carnes y huesos y otras partes semejantes, que hagan posible que tengan órganos de los sentidos, lo cual es absurdo. Luego resta concluir que la diversidad de las substancias intelectuales no es consiguiente a la diversidad de méritos, que dependen de los movimientos del libre albedrío.

Si lo que es natural no se adquiere por el movimiento del libre albedrío, y el unirse el alma racional al cuerpo obedece a un mérito o demérito precedente, dependiente de un movimiento del libre albedrío, se seguirá que la unión de tal alma a tal cuerpo no es natural, y, por consiguiente, tampoco el compuesto será natural. Pero el hombre, y el sol, y los astros, según Orígenes, están compuestos de tales substancias racionales y tales cuerpos. Luego todas estas cosas, que son las más nobles de las substancias corpóreas, no son naturales.

Si no conviene a tal substancia racional unirse a tal cuerpo en cuanto es tal substancia racional, sino más bien en cuanto tiene tales méritos, no le pertenece unirse a dicho cuerpo por sí, sino accidentalmente. Pero de las cosas que se unen accidentalmente no resulta especie alguna, porque no resulta una unidad esencial; pues “hombre blanco” u “hombre vestido” no es ninguna especie. Luego queda que el hombre no sea especie alguna, como tampoco lo será el sol, ni la luna, ni otras cosas semejantes.

Lo que es consiguiente a los méritos puede cambiarse en mejor y peor, pues los méritos y deméritos pueden aumentarse o disminuirse; y más según Orígenes, el cual decía que el libre albedrío de toda criatura siempre es flexible a una y otra parte. Luego, si el alma racional consiguió este cuerpo por procedente mérito o demérito, se seguirá que puede unirse de nuevo a otro cuerpo; y no sólo puede asumir el alma humana otro cuerpo, sino también a veces puede asumir un cuerpo sideral; “lo cual significa, según las fábulas pitagóricas, que cualquier alma penetra en cualquier cuerpo”. Pero esto en filosofía es manifiestamente erróneo, pues según ella se asignan determinadas materias y determinados móviles a determinadas formas y motores; y en la fe es herético, pues ella enseña que el alma en su resurrección reasume el mismo cuerpo que dejó.

Al no poder existir la multitud sin diversidad, si hubo desde un principio criaturas racionales constituidas en cierta multitud, fue preciso que tuviesen alguna diversidad. Luego una de ellas tuvo algo que no tuvo la otra. Y si esto no procede de la diversidad de mérito, por pareja razón tampoco fue necesario que la diversidad de grado proviniese de la diversidad de méritos.

Toda distinción procede o de la división de la cantidad, que sólo se encuentra en los cuerpos -de donde, según Orígenes, no pudo darse en las substancias creadas en un principio-, o de la división formal, que no puede darse sin diversidad de grados, por reducirse tal división a la privación y a la forma; y así se comprende que una de las formas condivididas sea mejor y la otra peor. De donde, según el Filósofo, las especies de las cosas son como los números, de los cuales uno añade o disminuye a otro. Y así, si hubo desde un principio muchas substancias racionales creadas, fue preciso que hubiese en ellas diversidad de grados.

Si pueden subsistir las criaturas racionales sin los cuerpos, no fue necesario establecer la diversidad de grados en la naturaleza corporal por razón de los diversos méritos de las criaturas racionales, porque aun sin la diversidad de los cuerpos podía encontrarse diversos grados en las substancias racionales; y si las substancias racionales no pueden subsistir sin los cuerpos, entonces desde un principio fue producida la criatura corporal a la vez que la racional. Pero es mayor la distancia de la criatura racional a la espiritual que la de las criaturas espirituales entre sí. Luego, si desde un principio estableció Dios tan gran distancia entre sus criaturas sin preceder mérito alguno, no fue preciso que precediesen méritos para producir las criaturas racionales en diversos grados.

Si la diversidad de la criatura corporal corresponde a la diversidad de la criatura racional, por pareja razón, la uniformidad de las criaturas corporales correspondería a la uniformidad de las criaturas racionales. Por tanto, hubiese sido creada la naturaleza corporal, aunque no hubiesen precedido diversos méritos de la criatura racional, pero hubiese sido creada uniforme. Y así, hubiese sido creada la materia prima, que es común a todos los cuerpos, pero sólo con una forma que, en consecuencia, al haber en ella muchas formas en potencia, hubiese permanecido imperfecta al ser reducida al acto una de sus formas solamente; lo cual no es conforme a la bondad divina.

Si la diversidad de la criatura corporal responde a los diversos movimientos del libre albedrío de la criatura racional, habrá que decir que la causa por la que hay solamente un sol en el mundo es porque una sola criatura racional se movió por el libre albedrío de tal manera que sola ella mereciese unirse a tal cuerpo. Pero fue casualidad que solamente una pecase así. Luego será casualidad que haya un sol solamente en el mundo, y no por necesidad de la naturaleza corporal.

No mereciendo la criatura espiritual descender sino por el pecado -y desciende de su sublimidad, en la que es indivisible, al unirse a los cuerpos visibles-, parece seguirse que los cuerpos visibles están unidos a ellas por el pecado; lo cual parece cercano al error de los maniqueos, que decían que estas cosas visibles procedieron de un principio malo.

A esta opinión contradice manifiestamente la autoridad de la Sagrada Escritura; porque en cada una de las operaciones de las criaturas visibles usa Moisés de este modo de hablar: “Viendo Dios que era bueno”, etcétera; y después, de todas a la vez añadió: “Vio Dios todo do que habla hecho, y era sobremanera bueno.” Con lo cual claramente se da a entender que las criaturas corporales y visibles fueron hechas porque era bueno que existiesen, cosa en consonancia con la bondad divina; y no por ciertos méritos o pecados de las criaturas racionales.

Parece que Orígenes no tuvo en cuenta que cuando damos algo, no por deber, sino liberalmente, no va contra justicia si no damos proporcionalmente -sin atender a la diversidad de méritos-, por ser debida la retribución de justicia sólo a los que merecen; y Dios, como se ha probado antes (c. 28), produjo las cosas en el ser por mera liberalidad, sin previo débito. De donde la diversidad de las criaturas no presupone la diversidad de méritos.

Además, siendo el bien del todo mejor que el bien de cada parte, no es propio del óptimo hacedor disminuir el bien del todo para aumentar la bondad de algunas partes; pues el constructor no da al cimiento la calidad que da al tejado, para evitar la ruina de la casa. Luego Dios, hacedor de todas las cosas, no habría hecho el universo óptimo en su género si hubiera hecho las partes iguales, porque faltarían en el universo muchos grados de bondad, y así sería imperfecto.

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