CAPÍTULO XLIII: La naturaleza humana asumida por el Verbo no existió antes de la asunción, sino que fue asumida en la concepción misma

CAPÍTULO XLIII

La naturaleza humana asumida por el Verbo no existió antes de la asunción, sino que fue asumida en la concepción misma

Habiendo tomado el Verbo la naturaleza humana en unidad de persona, como consta por lo dicho (c. 39), fue preciso que la naturaleza humana no prexistiera antes de unirse al Verbo.

Pues, si hubiese existido antes, como la naturaleza no puede prexistir de no estar individualizada, hubiera sido preciso que existiese algún individuo de aquella naturaleza humana preexistente antes de la unión. Pero el individuo de la naturaleza humana es la hipóstasis y la persona. Por lo tanto, será necesario afirmar que la naturaleza humana, que había de asumir el Verbo, prexistió en alguna hipóstasis o persona. Luego, si dicha naturaleza hubiera sido asumida, permaneciendo la primera hipóstasis o persona, después de la unión hubieran quedado dos hipóstasis o personas, una la del Verbo y otra la del hombre. Y así no se hubiera realizado la unión en la hipóstasis o persona. Lo cual es contra el sentir de la fe. Por otra parte, si aquella hipóstasis o persona no permaneciera en aquella naturaleza que prexistió antes de ser asumida por el Verbo, esto no podría suceder sin corrupción, pues ningún singular deja de ser lo que es si no se corrompe. Así, pues, hubiera sido necesaria la corrupción de aquel hombre que prexistió antes de la unión, y, en consecuencia, de la naturaleza humana que existía en él. Luego fue imposible que el Verbo asumiera algún hombre preexistente en unidad de persona.

E igualmente sería en menoscabo de la perfecta encarnación del Verbo de Dios si le faltase alguna de esas cosas que son naturales al hombre. Ahora bien, es natural al hombre el nacer con nacimiento humano; cosa que no tendría el Verbo de Dios si hubiese asumido un hombre preexistente, pues éste hubiera permanecido puro hombre en su nacimiento y, en consecuencia, su natividad no podría atribuirse al Verbo, ni la bienaventurada Virgen podría llamarse Madre del Verbo. Mas la fe católica confiesa que en las cosas naturales “fue semejante en todo a nosotros, exceptuado el pecado”, afirmando que el Hijo de Dios, según el Apóstol, fue hecho y nació de mujer, y que la Virgen es madre de Dios. Luego, precisamente por esto, no convino que asumiese un hombre preexistente.

De aquí se infiere también que unió a sí la naturaleza humana en el mismo instante de su concepción. Porque, así como la humanización del Verbo de Dios requiere que el Verbo de Dios nazca con nacimiento humano, para que sea hombre verdadero y natural y semejante a nosotros en todas las cosas naturales, así también exige que el Verbo de Dios sea concebido con concepción humana, ya que el hombre, según el proceso natural, no nace si no es antes concebido. Pues si la naturaleza humana, que había de ser asumida, fue concebida en cualquier estado antes de unirse al Verbo, tal concepción no puede atribuirse al Verbo de Dios, de modo que pueda decirse que haya sido concebido con concepción humana. Luego fue preciso que el Verbo de Dios se uniera a la naturaleza humana en el mismo instante de su concepción.

Además, en la generación humana, la virtud activa obra en un individuo determinado para completa, a naturaleza humana. Ahora bien, si el Verbo de Dios no hubiese asumido la naturaleza humana en el principio de su concepción, la virtud activa de la generación hubiera dirigido su acción, antes de la unión, a un individuo de la naturaleza humana, que es la hipóstasis o la persona humana; mas después de la unión hubiera sido necesario que toda la generación se ordenase a otra hipóstasis o persona, o sea, al Verbo de Dios, que nacía con naturaleza humana. Así, pues, no hubiese habido una generación numérica, porque estaba ordenada a dos personas; ni hubiera sido totalmente uniforme, lo cual parece contrario al orden de la naturaleza. Por lo tanto, no fue conveniente que el Verbo de Dios asumiera la naturaleza humana después de la concepción, sino en la concepción misma.

El orden de la generación humana parece exigir, además, que nazca el mismo ser que es concebido, y no otro, ya que la concepción está ordenada al nacimiento. Luego, si el Hijo de Dios nació con nacimiento humano, fue preciso también que Él, y no un puro hombre, fuera concebido con concepción humana.

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