CAPÍTULO XLII: La causa primera de la distinción de las cosas no depende del orden de los agentes secundarios

CAPÍTULO XLII

La causa primera de la distinción de las cosas no depende del orden de los agentes secundarios

Con las mismas razones se puede demostrar también que la distinción de las cosas no es causada por el orden de los agentes secundarios: como a algunos se les antojó decir que Dios, al ser uno y simple, sólo hace un efecto, que es la substancia causada en primer lugar, la cual, como no puede igualar a la simplicidad de la causa primera, por no ser acto puro, sino tener alguna mezcla de potencialidad, tiene una multiplicidad tal, que de ella ya puede brotar alguna pluralidad; y así, careciendo los efectos de la simplicidad de las causas, a medida que se multiplican éstos, se va estableciendo la diversidad de las cosas de las que se compone el universo.

Esta opinión no asigna a toda la diversidad de las cosas una sola causa, sino a cada efecto determinado su causa determinada; y afirma que la diversidad total de las cosas procede del concurso de todas las causas. Pero nosotros decimos que lo que proviene del concurso de causas diversas y no de alguna determinada, procede del acaso. Luego la distinción de las cosas y el orden del universo procedería del acaso.

Lo que es óptimo en las cosas causadas se reduce como a primera causa a lo que es óptimo en las causas, pues los efectos han de ser proporcionales a las causas. Pero lo óptimo en todos los seres causados es el orden del universo, en el que consiste el bien del universo; así como también en las cosas humanas “el bien de la nación es más excelente que el bien de uno solo”. Luego es preciso reducir el orden del universo a Dios como a su causa propia, el cual ya demostramos antes que es el sumo bien (l. 1, capítulo 41). Por tanto, la distinción de las cosas, en la que consiste el bien del universo, no es causada por las causas segundas, sino más bien por la intención de la causa primera.

Parece absurdo reducir lo que es óptimo en las cosas a lo que es defecto de las mismas, como a su causa primera. Ahora bien, lo óptimo en las cosas causadas es la distinción y el orden de las mismas, según se ha demostrado (c. 39). Luego presenta inconveniente decir que tal distinción es causada por razón de que las causas segundas declinan de la simplicidad de la causa primera.

En todas las causas agentes ordenadas en que se obra por un fin es necesario que los fines de las causas segundas dependan del fin de la causa primera, como el fin de la milicia y de la caballería y de la guarnicionería dependen del fin de la ciudad. Pero la procedencia de los seres del ser primero se efectúa por una acción ordenada a un fin, al ser acción intelectual, según se ha demostrado (c. 24), y todo entendimiento obra por un fin. Luego, si en la producción de las cosas hay algunas causas segundas, es necesario que sus fines y acciones dependan del fin de la causa primera, que es el fin último en las cosas causadas. Este es la distinción y el orden de las partes del universo, que es como la última forma. Luego la distinción y el orden de las cosas no dependen de las acciones de las causas segundas, sino más bien las acciones de las causas segundas están para establecer el orden y la distinción de las cosas.

Si la distinción de las partes del universo y el orden de las mismas es efecto propio de la causa primera, como última forma y lo mejor del universo, es necesario que la distinción y el orden de las cosas esté en el entendimiento de la causa primera, pues en las cosas que se hacen con el entendimiento, la forma que es producida en las cosas hechas proviene de la forma semejante que hay en el entendimiento, como la casa que está en la materia proviene de la que está en el entendimiento. Pero la forma de distinción y orden no puede estar en el entendimiento que obra si no están allí las formas de las cosas distinta y ordenadamente. Luego en el entendimiento divino están las formas de las cosas distinta y ordenadamente, sin que esto se oponga a su simplicidad, como se ha probado antes (l. 1, capítulo 51 y ss.). Por lo tanto, si las cosas que están fuera del alma provienen de las formas que están en el entendimiento, en lo que se hace por el entendimiento, podrán ser entendidas muchas y diversas cosas inmediatamente por la causa primera, no obstante la simplicidad divina, por razón de la cual algunos cayeron en la opinión expuesta.

La acción del agente intelectual termina en la forma que entiende y no en otra, a no ser accidentalmente y casualmente. Pero Dios es un agente intelectual, como se probó (c. 24), y no puede ser su acción casual, por no poder claudicar en su acción. Luego debe producir su efecto una vez que lo ha conocido y se lo ha propuesto. Mas por la misma razón por la que entiende un efecto, puede entender otros muchos. Por tanto, puede al instante causar sin medio muchas cosas.

Como se ha demostrado antes (capítulo 22), la potencia divina no está limitada a un efecto; y esto es apropiado a su simplicidad, porque cuanto una potencia está más concentrada, tanto es más infinita y se puede extender a más cosas. Por otra parte, que de una cosa no se haga sino una, no se sigue sino cuando el agente está determinado a un efecto. Por lo que no es lícito decir que, como Dios es uno y simple en absoluto, no puede provenir de Él la multitud sino mediante algo que declina de su simplicidad.

Se demostró más arriba (c. 21) que sólo Dios puede crear. Pero hay muchas cosas que no pueden pasar al ser sino por creación, como es todo lo que no está compuesto de forma y materia sometida a contrariedad; pues tales cosas no están sometidas a generación, puesto que toda generación procede del contrario y de la materia. Tales son todas las substancias intelectuales y todos los cuerpos celestes, y también la misma materia prima. Luego es preciso admitir que todo esto recibió el principio de su ser inmediatamente de Dios.

De aquí que se diga en el Génesis: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”; y en Job: “¿Acaso tú [juntamente con él] fabricaste los cielos, que son muy sólidos, como si fuesen vaciados de bronce?”

Con lo dicho se descarta la opinión de Avicena, quien dice que Dios, entendiéndose, produce la primera inteligencia, en la que ya hay potencia y acto; la cual, en cuanto entiende a Dios, produce la segunda; mas en cuanto se entiende a sí misma, como siendo en acto, produce el alma del orbe; y en cuanto se entiende a sí misma como potencia, produce la substancia del orbe primero. Y procediendo de este modo, establece que la diversidad de las cosas es efecto de las causas segundas.

También se descarta la opinión de algunos herejes antiguos, que decían que no creó el mundo Dios, sino los ángeles. Error cuyo primer inventor se dice que fue Simón Mago.

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