CAPÍTULO XL: Dios es el bien de todo bien

CAPÍTULO XL

Dios es el bien de todo bien

Por lo dicho se ve que Dios es “el bien de todo bien”.

Como dijimos, la bondad de un ser es su propia perfección. Mas Dios, como es absolutamente perfecto, abarca con su perfección todas las perfecciones, como se vio. Luego su bondad comprende todas las demás. Por esto es el bien de todo bien.

Lo que es parecido por participación no se designa como tal si no guarda cierta semejanza con lo que es por esencia; por ejemplo, el hierro se dice ígneo cuando tiene la semejanza del fuego. Mas Dios es bueno por esencia, y todo lo demás por participación, como se vio. Por lo tanto, nada se llamará bueno si no tiene alguna semejanza con la bondad divina.

Como todo apetecible lo es por razón del fin, y el bien es esencialmente apetecible, es preciso que cualquier cosa se diga buena o porque es fin o porque se ordena a él. Así, pues, en el último fin radica la bondad de todas las cosas. Mas Dios, como luego se probará, es el último fin. Luego Él es el bien de todo bien.

Por esto el Señor, al prometer a Moisés la visión de sí mismo, dice: “Yo te mostraré todo el bien”. Y de la Sabiduría divina se dice: “Todos los bienes me vinieron con ella”.

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