CAPÍTULO XIX: En la creación no hay sucesión

CAPÍTULO XIX

En la creación no hay sucesión

De lo dicho resulta también claro que toda creación excluye la sucesión. Porque:

La sucesión es propia del movimiento. Mas la creación no es movimiento ni término del movimiento, como la mutación. Luego en la creación no hay sucesión alguna.

En todo movimiento sucesivo hay algo intermedio, porque el medio es lo que el movimiento sin interrupción alcanza antes de llegar a lo último. Pero entre el ser y el no‑ser, que son como los extremos de la creación, no puede haber medio alguno. Luego allí no hay sucesión alguna.

En todo obrar que incluya sucesión, el “estar haciéndose” es anterior al “estar hecho”, como se prueba en el libro VI de los “Físicos”. Es así que esto no puede ocurrir en la creación, porque el “estar haciéndose” que precediese al “estar hecho” de la criatura necesitaría algún sujeto, el cual no puede ser la misma criatura de cuya creación hablamos, porque ella no existe antes de ser hecha, y tampoco el hacedor, porque el Moverse no es acto del que mueve, sino del movido. Habría que decir, por tanto, que el “estar haciéndose” tenía por sujeto alguna materia preexistente al efecto, lo cual va contra la esencia de la creación. Luego es imposible que haya sucesión en la creación.

Toda operación sucesiva tiene que verificarse en el tiempo, porque el “antes” y el “después” en el movimiento son contados por el tiempo, pues el tiempo, el movimiento y aquello sobre lo cual pasa el movimiento se dividen parejamente. Esto se ve claramente en el movimiento local, pues, cuando es uniforme, en mitad de tiempo recorre la mitad de distancia. Pero, cuando se trata de dividir las formas por una división conforme a la del tiempo, hay que atender a la intensidad y a la disminución de la forma, considerando, v. gr., que, si calentó tanto en tanto tiempo, en tiempo menor calentará menos. Luego en tanto puede haber sucesión en el movimiento o en cualquier operación en cuanto aquello que se mueve es divisible, ya sea cuantitativamente, como en el movimiento local y en el aumento; ya sea por intensidad o disminución, como en la alteración. Este segundo caso puede ocurrir de dos maneras: una, cuando la misma forma, que es el término del movimiento, es divisible atendiendo a la intensidad o disminución, como ocurre cuando algo tiende a volverse blanco; otra, cuando tal división se verifica en las disposiciones de tal forma, como “estar haciéndose” el fuego es sucesivo por una alteración precedente en las disposiciones a tal forma. Pero el ser substancial de la criatura no es divisible de esta manera, porque “la substancia no admite más ni menos”; y tampoco en la creación preceden disposiciones al no prexistir la materia, porque la disposición es particular de la materia. Hay que concluir, por tanto, que en la creación no puede darse sucesión alguna.

La sucesión en las operaciones de las cosas proviene de la deficiencia de la materia, que no está desde un principio lo conveniente dispuesta para recibir la forma; de donde, cuando la materia está perfectamente dispuesta para la forma, la recibe instantáneamente. Y de aquí que, como lo diáfano está siempre en la última disposición para la luz, en seguida que se presente lo luminoso, en el acto se ilumina; y no precede movimiento alguno por parte de lo que se ha de iluminar, sino tan sólo el movimiento local por parte de lo que ilumina, necesario para hacerse presente. Pero en la creación no hay exigencia alguna previa por parte de la materia, ni falta tampoco nada al agente para obrar que le pueda venir posteriormente por el movimiento, puesto que es inmóvil, según se ha demostrado en la primera parte de esta obra (c. 13). Luego sólo resta decir que la creación se verifica instantáneamente. Por lo que una cosa, al mismo tiempo que se crea, ya es creada, así como a la vez se ilumina y es iluminada.

De aquí que la divina Escritura refiere la creación de las cosas como verificada en un momento indivisible, al decir: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra”; principio que San Basilio expone como “principio del tiempo”, el cual debe ser indivisible, como se prueba en el libro VI de los “Físicos”.

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