CAPÍTULO XII: El mal no destruye totalmente al bien

CAPÍTULO XII

El mal no destruye totalmente al bien

Lo que llevamos dicho demuestra que, por mucho que se multiplique el mal, jamás podrá destruir todo el bien.

Si el mal ha de permanecer, será preciso que permanezca siempre también su sujeto. El sujeto del mal es el bien (c. prec.). Luego el bien siempre permanece.

Pero como sucede que el mal se extiende indefinidamente, y, intensificándose el mal, disminuye el bien, parece que el bien disminuirá indefinidamente a causa del mal. Además, el bien que puede disminuir a causa del mal es preciso que sea finito, porque el bien infinito no es capaz de mal, según se demostró en el libro primero (c. 39). Parece, pues, que en un momento dado desaparecerá todo el bien a causa del mal; porque, si a lo finito se le quita algo innumerables veces, es preciso que alguna vez sea consumido por substracción.

Y no puede decirse, como algunos, que la siguiente substracción, hecha en la misma proporción que la primera y repitiéndose indefinidamente, no pueda consumir el bien, como sucede con la división de lo continuo, ya que, si a una línea de dos codos le quitamos la mitad y al resto le volvernos a quitar otra mitad, y así indefinidamente, siempre quedará algo que se pueda dividir. Sin embargo, en este proceso de división, el último residuo siempre será menor en cantidad; pues la mitad del todo, que se substrajo antes, es mayor según la cantidad absoluta que la mitad de la mitad, aunque permanezca la misma proporción. Y esto no tiene lugar en la disminución que hace el mal del bien. Porque, cuanto más disminuido esté el bien por el mal, más débil será y, en consecuencia, podrá ser más disminuido por el mal siguiente. Por otra parte, sucede también que el mal siguiente es igual o mayor que el anterior; luego con el segundo mal no siempre se le quitará al bien una cantidad menor, guardando la misma proporción.

Por lo tanto, ha de haber otra explicación. Consta, por lo que hemos dicho (c. prec.), que el mal quita totalmente a su opuesto el bien, como la ceguera quita la vista; sin embargo, es preciso que el bien, que es sujeto del mal, permanezca. Porque el sujeto, en cuanto tal, tiene razón de bien, considerado como potencia ordenada al acto bueno que es impedido por el mal. Así, pues, cuanto menos esté en potencia respecto a dicho bien, tanto menos bien será. Ahora bien, el sujeto disminuye su potencia para la forma no por la sola substracción de una parte del sujeto ni tampoco por la de una parte de la potencia, sino porque su potencia es impedida por un acto contrario que no la deja reducirse al acto de la forma; por ejemplo, un sujeto es tanto menos frío potencialmente cuanto más aumenta el calor en él. En consecuencia, más disminuye el bien por el mal a causa de la adición de un contrario que por la substracción del mismo bien. Lo cual puede aplicarse también a lo que hemos dicho del mal. Pues dijimos (c. 4) que el mal sobreviene al margen de la intención del agente, que siempre pretende algún bien, siguiéndose de ello la exclusión de algún bien, que es opuesto al mal. Luego cuanto más se multiplica el bien intentado Bdel cual resulta un mal al margen de la intención del agenteB, tanto más disminuye la potencia para el bien contrario; y por esto se dice que el bien es más disminuido por el mal.

Pero esta disminución del bien por el mal no puede prolongarse indefinidamente en las cosas naturales. Porque tanto las formas como las virtudes naturales tienen todas sus límites y llegan a un término que no pueden traspasar. Según esto, ni una forma contraria cualquiera ni tampoco la virtud de un agente contrario pueden aumentar indefinidamente, de modo que resulte que el bien disminuya indefinidamente a causa del mal.

Sin embargo, en lo moral cabe esta disminución indefinida. Porque el entendimiento y la voluntad no tienen límites señalados a sus actos. Pues el entendimiento, entendiendo, puede proceder indefinidamente; por eso se dice que las especies matemáticas de números y figuras son infinitas. Igualmente, también la voluntad puede progresar en su querer indefinidamente; por ejemplo, quien quiere cometer un hurto, puede querer cometerlo nuevamente e infinitas veces. Y cuanto más persigue la voluntad los fines impropios, tanto más difícilmente vuelve al fin propio y debido, como se ve en quienes por la costumbre de pecar han contraído hábitos viciosos. Luego el bien de la disposición natural puede disminuir indefinidamente por el mal moral. No obstante, jamás desaparecerá completamente, pues le acompaña siempre la naturaleza, que permanece.

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