CAPÍTULO XCVII: Del estado del mundo después del juicio

CAPÍTULO XCVII

Del estado del mundo después del juicio

Una vez realizado el juicio final, la naturaleza humana quedará situada totalmente en su término. Y como todas las cosas corporales existen en cierto modo para el hombre, según se demostró en el libro tercero (capítulo 81), entonces será conveniente que el estado de toda criatura corpórea se cambie para que concuerde con el estado de los hombres que existirán entonces. Y como los hombres serán ya incorruptibles, se quitará a toda criatura corpórea el estado de generación y corrupción. Y esto es lo que dice el Apóstol: “Ellas mismas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de los hijos de Dios”.

En los cuerpos inferiores, la generación y corrupción es causada por el movimiento del cielo. Luego, para que cese la generación y corrupción en los cuerpos inferiores, habrá de cesar también el movimiento del cielo. Y por esto se dice que “no habrá más tiempo”.

Mas no ha de parecer imposible que cese el movimiento del cielo, pues tal movimiento no es natural a la manera que el movimiento de lo pesado y ligero, para que sea incitado al movimiento por algún principio interno, sino que se dice natural en cuanto que tiene en su naturaleza aptitud para tal movimiento; y el principio de aquel movimiento es un cierto entendimiento, como se demostró en el libro tercero (c. 23). Luego el cielo se mueve como lo que se mueve por voluntad. Mas la voluntad se mueve por el fin. Y el fin del movimiento del cielo no puede ser el mismo moverse, pues el movimiento, como siempre tiende hacia algo, no tiene razón de último fin. Y no puede decirse que el fin del movimiento celeste sea el cambiarse un cuerpo celeste de potencia a acto respecto al lugar, porque esta potencia nunca puede actualizarse totalmente ya que, mientras el cuerpo celeste está en acto en un lugar, está en potencia con respecto a otro; tal como sucede con la potencia de la materia prima respecto de las formas. Luego, así como el fin de la naturaleza en la generación no es reducir a la materia de potencia en acto, sino lo que sigue a esto, o sea, la perpetuidad de las cosas, mediante la cual se aproximan a la semejanza divina, así también el fin del movimiento celeste no es pasar de la potencia al acto, sino algo consiguiente a esto, o sea, asemejarse a Dios en el causar. En efecto, todas las cosas generables y corruptibles que son producidas por el movimiento del cielo, se ordenan en cierto modo al hombre como a fin, según se demostró en el libro tercero (c. 81). En consecuencia, el movimiento del cielo existe principalmente para la generación del hombre, pues en esto, sobre todo, alcanza la semejanza divina en el causar, porque la forma del hombre, es decir, el alma racional, es creada inmediatamente por Dios, como se demostró en el libro segundo (c. 87). Mas el fin no puede ser la multiplicación infinita de las almas, ya que el infinito está contra la razón de fin.

Luego ningún inconveniente se sigue si, una vez completo un determinado número de hombres, afirmamos que cesa el movimiento del cielo.

Cesando el movimiento del cielo, de los elementos, la generación y la corrupción, permanecerá, no obstante, la substancia de todo esto por la inmutabilidad de la bondad divina, que creó todas las cosas para que existiesen. Por eso la esencia de las cosas que son aptas para la perpetuidad permanecerá siempre. Ahora bien, los cuerpos celestes tienen naturaleza para ser perpetuos total y parcialmente; sin embargo, los elementos sólo totalmente, porque parcialmente son corruptibles, y los hombres, parcialmente, pero no totalmente, ya que el alma racional es incorruptible, pero el compuesto es corruptible. Por lo tanto, permanecerán en cuanto a la substancia en aquel último estado del mundo las cosas que de algún modo tienen aptitud para la perpetuidad, supliendo Dios con su poder lo que les falta por su propia debilidad.

Pero los otros animales y plantas, y también los cuerpos compuestos, que son totalmente corruptibles, de ningún modo permanecerán, tanto total como parcialmente, en aquel estado de incorrupción. Así, pues, se ha de entender lo que dice el Apóstol: “Pasa la apariencia de este mundo”, porque esta apariencia del mundo actualmente existente cesará, permaneciendo la substancia. Así también se entiende lo que se dice: “El hombre, una vez que se acueste, no se levantará más hasta que el cielo se acabe”. Es decir, hasta que cese la disposición actual del cielo, por la que se mueve y causa el movimiento en las otras cosas.

Y como el fuego es el más activo de todos los elementos y el que consume lo corruptible, la consunción de lo que no debe permanecer en el estado futuro se realizará muy conformemente por el fuego. Y por esto, según la fe, se afirma que al final el mundo será purificado por el fuego, no sólo de los cuerpos corruptibles, sino también de la infección que sobrevino a este lugar por haberlo habitado los pecadores. Y esto es lo que se dice en la segunda de San Pedro: “Los cielos y la tierra actuales están reservados por la misma palabra para el fuego el día del juicio”, para que por cielos no entendamos el firmamento en que están los astros fijos o errantes, sino esos cielos aéreos cercanos a la tierra.

En consecuencia, como la criatura corporal será dispuesta en conformidad con el estado del hombre, también los hombres no sólo serán libres de la corrupción (c. 85), sino que serán revestidos de gloria, como consta por lo dicho (c. 86); también deberá, pues, la criatura corporal alcanzar a su modo cierta gloria de esplendor.

Y a esto se refiere lo dicho en el Apocalipsis: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”, y en Isaías: “Voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado y ya no habrá de ello memoria, sino que gozaréis y os alegraréis eternamente”. Amén.

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