CAPÍTULO XCVI: Del juicio final

CAPÍTULO XCVI

Del juicio final

Por lo dicho se ve que hay una doble retribución por lo que el hombre hizo en la vida: una, según el alma, la cual recibe uno inmediatamente que el alma se hubiere separado del cuerpo; a otra retribución tendrá lugar en la reasunción de los cuerpos, ya que unos se unirán a cuerpos gloriosos e impasibles y otros a pasibles y viles. Mas la primera retribución se hace, en efecto, a cada uno separadamente, ya que separadamente muere cada cual; pero la segunda se hará a todos a la vez, pues todos resucitarán a la vez. Pero toda retribución por la que se dan diversas cosas en atención a la diversidad de méritos, requiere un juicio. Luego es necesario que haya un doble juicio: uno por el que a cada uno se da separadamente el premio o castigo respecto al alma, y otro universal, según el cual se dará a todos juntamente lo que merecieron respecto al alma y al cuerpo.

Y porque Cristo nos prometió por su humanidad, según la cual padeció y murió, tanto la resurrección como la vida eterna, a Él le compete aquel juicio universal por el que los resucitados son premiados o castigados. Por esto se dice de Él: “Le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre”.

Sin embargo, el juicio debe ser proporcionado a lo que se juzga. Y como el juicio final tratará del premio o castigo de los cuerpos visibles, es preciso que se ejecute visiblemente. Par eso Cristo juzgará también en forma humana, visible a todos, así buenos como malos. Pero la visión de su divinidad hace bienaventurados, como se demostró en el libro tercero (cc. 25, 51, 63); por lo cual sólo podrá ser vista ésta por los buenos. Mas el juicio de las almas, como es de algo invisible, se hará invisiblemente.

Y aunque Cristo tenga autoridad de juzgar en aquel juicio final, no obstante, juntamente con Él, como asesores del Juez, juzgarán los que más íntimamente se le unieron, o sea, los apóstoles, de quienes se ha dicho: “Vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”, cuya promesa se extiende también a quienes siguen las huellas de los apóstoles.

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